Majestad, con todo respeto: me ha parecido que su discurso estaba en la línea adecuada. Un discurso serio y meditado atado a la realidad crítica económica y política en que nos encontramos los españoles. Por cierto, uno de los cuales es Ud. Señor. Pero… en todo discurso siempre se puede encontrar un pero.
No ha sido lo suficiente contundente como para llamar la atención de los oyentes. Demasiado previsible. Ya se que la moderación es una de las notas de una monarquía moderna. Sin embargo la situación no está para «paños calientes». Y no me refiero sólo a las llamadas a la unidad de los españoles, de sus fuerzas políticas y sociales, de sus territorios y diversidades. Llamada que consideró adecuada. Me refiero a la propia Institución Monárquica.
No había oferta de la Institución
No había ninguna oferta de la Institución que supusiera la recuperación de la admiración que durante años tuvo. Ningún aldabonazo golpeó la mente de los televidentes, ni ningún mensaje aparecerá en los medios de comunicación internacionales. Le faltó punch.
Ya se que nadie esperaba algo extraordinario. Por eso, precisamente, era conveniente que el discurso se saliera del tono institucionalizado que los ha presidido siempre. 2013 no ha sido un año cualquiera, ni para la política, ni para la economía. Ni para la Institución que ha presidido la convivencia de los españoles durante 30 años.
Es el tiempo de cambios de actitud. Cuando la sociedad está convulsa es necesario el liderazgo de quién tiene la responsabilidad de su vértice. Y eso se hace con renuncias personales en favor de quienes lo necesitan. Las palabras son sólo significativas si anuncian hechos significativos.
Y es significativo lo que atañe a las personas. En este caso a su Majestad. No soy yo quién tenga ni la experiencia, ni la autoridad, ni el conocimiento necesario para aconsejar acciones de ese tipo y, menos aún, la decisión concreta. Pero creo recordar dos momentos en los que la Institución ganó su popularidad.
Meditar sobre los acontecimientos que reforzaron el aprecio a la Monarquía
El primero fue cuando al inicio de su Reinado, su Majestad anunció que sería el Rey de todos los españoles. El anuncio se hizo con todas las fuerzas del franquismo expectantes y dispuestas a mantener la dictadura. No era una oferta sin riesgos. Al principio levantó esperanzas y, luego, fue consolidándose en el transcurso de los años con decisiones concretas.
El segundo fue en 1981 cuando desautorizó el Golpe de Estado que se había hecho invocando malignamente a la propia Institución Monárquica. Los antecedentes históricos españoles permitían crear dudas sobre esa presunción. La claridad de la respuesta de su Majestad las disipó y consolidó la fe de los ciudadanos en la Institución.
Fueron dos momentos de valentía, en los que los españoles intuyeron que su Rey y la Monarquía se jugaban algo importante por el bien de todos. La vida es una gran maestra. Me atrevería pedir a sus consejeros que mediten sobre esos dos hechos. Aunque, claro está, la decisión es personal.
De todas formas, repito, el discurso fue correcto. Quizás, demasiado correcto.