Las recientes protestas antigubernamentales de Irán, aunque ya finalizadas sin implicar un gran desafío para el régimen, sí suponen un toque de atención a los partidos políticos por el creciente descontento popular.
Comenzaron como una denuncia de los problemas económicos que sufre el país, pero poco a poco derivaron en duras críticas contra todo el estamento político del país y se saldaron con una veintena de muertos y un millar de detenidos.
«La gente está cansada de los reformistas y de los conservadores», explicó a Efe el sociólogo y analista Babak Musavifard, que incide en que las manifestaciones no fueron convocadas por ningún partido o grupo relevante.
Musavifard dijo que en la actualidad la mayoría de la población, incluso los jóvenes, han experimentado gobiernos de las dos principales corrientes «sin que haya cambios significativos en la situación económica».
En la misma línea, un responsable del Partido Reformista, Dariush Mortazaví, reconoció a Efe que «el pueblo pasó por encima de los dos partidos» y denunció en las protestas que los problemas económicos son responsabilidad de ambos.
Aunque desde la llegada a la presidencia del moderado Hasan Rohaní en 2013 se ha conseguido reducir la inflación al 10 % -con su predecesor, el conservador Mahmud Ahmadineyad, alcanzó el 40 %- y ha crecido el PIB, persisten los problemas económicos.
El desempleo, especialmente entre los jóvenes (del 30%), y el alza de los precios por la reducción de algunos subsidios siguen siendo una lacra para las clases medias y bajas, que no ven una mejora de su situación pese al levantamiento de las sanciones internacionales gracias al acuerdo nuclear firmado en 2015.
Los conservadores o principalistas, que acusan a Rohaní de no prestar atención a las clases desfavorecidas, se frotaron en un principio las manos con estas protestas, pero dieron pronto un paso atrás.
«Los principalistas tenían sus flechas apuntando al Gobierno, pero cuando vieron que los lemas se tornaron fuertes (contra el sistema de la República Islámica) cambiaron su posición y empezaron a hablar de sedición», opinó el reformista Mortazaví.
Por su parte, los reformistas no supieron muy bien qué papel jugar y Rohaní intentó sin éxito alejar el foco de las criticas de su gabinete apuntando a que los manifestantes pedían una mayor libertad, que él ha prometido pero que supuestamente no puede otorgar porque otros órganos del país se lo impiden.
Una opción desestimada por Mortazaví, quien afirmó que «una panza hambrienta no busca libertad» y aconsejó al presidente no seguir jugando «el papel de un candidato electoral».
De un modo similar, el sociólogo Musavifard consideró que la motivación era principalmente económica por el desempleo y la pobreza: «No había lemas pidiendo libertades sociales», apostilló.
Uno de los detonantes de las manifestaciones fue el proyecto de presupuesto estatal para el próximo año iraní, que comienza en marzo, que preveía un aumento del precio de la gasolina de un 50 % entre otras medidas polémicas.
Rohaní afronta el desafío de elegir el modelo de desarrollo económico. Mientras los conservadores quieren fomentar la producción nacional, el presidente aboga por conseguir inversiones extranjeras para reflotar la economía.
Pese a esta situación, las manifestaciones sorprendieron tanto a las autoridades como a parte de la población.
«Fueron totalmente inesperadas, ya que hay problemas económicos pero la situación política es estable. Además, cuando los reformistas están en el poder, no suele haber protestas sociales», comentó el analista.
Este origen inesperado y la falta de un liderazgo claro de las manifestaciones -ni los partidos tradicionales ni movimientos estudiantiles- ha facilitado la versión oficial de que todo fue un complot organizado por los «enemigos» del país.
En el mismo saco, las autoridades han metido a Estados Unidos, Israel, Arabia Saudí, los seguidores de la depuesta monarquía iraní y la Organización Muyahdín al Jalq, considerada terrorista por Irán.
No obstante, los dos expertos consultados por Efe desestimaron esa injerencia extranjera en las manifestaciones, que vieron como el sentimiento de la calle.
Musavifard lo achacó a la «costumbre» de Irán de culpar al extranjero, como una «justificación», pero situó a sus impulsores en las clases bajas afectadas por el paro y la subida de los precios.
Ni el analista ni el político reformista consideraron que otros grupos como Muyahidín al Jalq estén implicados en las protestas, al apuntar que prácticamente no tienen seguidores dentro de Irán.
Por ello, las dos principales corrientes políticas y el sistema en general, deben tomar nota de este malestar si quieren evitar que en un futuro el desafío sea mayor y cuente con una mayor organización.