La frase de «a mí tampoco me gusta», «no es lo que quiero hacer», «la realidad obliga», o «entiendo la desesperanza de los ciudadanos» han convertido a Mariano Rajoy en algo así como en un presidente doliente. Pidiendo disculpas por lo que hace y dejando claro que lo que hace no le gusta. Y Rajoy es el presidente del Gobierno. Todo tiene un por qué. El mismo ha reconocido que no ha cumplido el programa electoral. Pero ha explicado poco y mal por qué. E hizo mal en su día en decir lo que no iba a hacer sin necesidad de tener que hacerlo. No subiré el IVA, no haré el banco malo, no recortaré en sanidad y educación. ¿Qué le llevó a ello? El temor a perder la mayoría absoluta que le permitiera gobernar con autoridad. Ganó, pero en el camino, Rajoy, que tenía por virtud ser previsible se ha dejado jirones de autoridad moral. Precisamente su punto fuerte sobre ZP, que cambiaba de opinión sin dolor y con una sonrisa.
Un error de bulto, de gobernante a corto plazo que le está consumiendo, porque Rajoy no parece cómodo en el papel de camaleón de promesas como sí lo estaba ZP. Primer error de bulto que continuó con la espera a presentar los presupuestos a ver qué tal en Andalucía. El resultado es sabido. Chasco y quejas de una UE que quería medidas contundentes y muy rápidas. Después llegó el cambio en la cifra de déficit. Otro sonrojo con Madrid y Valencia de protagonistas. Y Rajoy dijo aquello de «haré lo que crea conveniente, según las circunstancias».
Y en esas estamos, con un gabinete que fue recibido con aplausos y al que muchos ya califican de mediocre (ojo, en breve ya se pedirá una remodelación ministerial y llevamos 8 meses, con Montoro como el más señalado) y con un calendario de infarto. Rajoy debe actuar y parece que ya mueve ficha. Menos esconderse de los medios y más hablar, dar la cara, enviar mensajes claros y contundentes, explicar las medidas y sus por qué y menos quejarse de tomarlas. Gente de su propio gabinete le recuerda que un presidente escondido no sirve, por mucho que hable del Gobierno más reformista. Los medios más afines se empiezan a quejar. Hay que salir y explicarse, ¡esa política de comunicación!, claman.
El primer encuentro del 6 de septiembre con Merkel debe servir para aclarar lo que nos cuestan las ayudas. Qué nos piden hacer. Y decirlo. Esconderse en frases como el ciudadano no pagará un euro no se lo cree ya nadie. Y Rajoy necesita que la gente crea que el esfuerzo merece la pena. Y Merkel saber que España está cumpliendo y que no es de recibo que Alemania se financie gratis mientras la prima de riesgos convierte todos los esfuerzos españoles en ceniza. Rajoy deberá dejar claro que España no es posible sin Europa, pero que lo contrario tampoco es factible, y que Alemania también se saltó a la torera medidas europeas cuando le convino (si no que le pregunten a Aznar).
El ajuste debe llegar también a la clase política si se quiere contener la protesta en la calle, que será cada día mayor
Son muchos los analistas que ya han señalado en medios de diferentes tendencias que uno de los graves problemas a los que se enfrenta el Gobierno es el clamor de la calle. Esto no es Grecia, pero sí es cierto que hay algo que enfada incluso más que los recortes. El escaso recorte de la clase política, la manga ancha en gastos inútiles, la inutilidad de muchos puestos que siguen ahí.
El clientelismo como algo no residual en los partidos. Falta cultura del sacrificio pero también ejemplaridad. Y no vale con que algunos dirigentes se bajen el sueldo o renuncien a sus coches. Hay que meter tijera en el entramado político y eso no se hace. Ni Rajoy quiere penetrar en ese jardín, ni nadie le empuja a hacerlo. Hasta que las CCAA no sean controladas y los minigobiernos convertidos en algo útil al servicio de la sociedad y no en un dispendio, Alemania nos va a seguir negando bonos y el presidente del Bundesbank llamándonos drogadictos de deuda. Más dinero para volver a dilapidarlo. Y Alemania no lo dará, no va en sus genes, sin saber qué hacemos con él aparte de engordar embajadas.
El conflicto nacionalista va a crecer este otoño
Suelen amagar y no dar, pero la situación ahora es más complicada. No hay dinero. El PP siempre más moderado en el Gobierno que en la oposición en su relación con los nacionalistas tiene que intentar para los envites de los catalanes, que piden el pacto fiscal como condición para no echar las campanas nacionalistas al vuelo. Rajoy en esto suele triunfar, es hábil negociador pero Cataluña quiere dinero sin condiciones y el pacto fiscal puede provocar fisuras entre la gente del propio PP y otros presidentes de CCAA. En cuanto al País Vasco, ya está el Gobierno enfrentándose a parte de su electorado con el tema Bolinaga y los que quede. El PSOE lo aplaude. Ahora, lo que antes era una manifestación ahora es la ley. Habrá que ver si vale para algo cuando en las elecciones el PNV asume el poder. La relación Urkullu-Rajoy es buena y puede que todo eso valga para que los más radicales no estén en el Gobierno. El PSE en eso será un aliado.
Galicia puede ser un respiro, el País Vasco algún susto
Rajoy tiene sus esperanzas en un buen resultado en Galicia que le permita recuperar autoestima. Tiene argumentos para ello. La Comunidad no está en quiebra como otras y los gallegos suelen ser fieles. Peor lo tendrá en el País Vasco. Allí habrá que ver si se puede llegar a un entente cordiale con todos (salvo los radicales) para llegar a acuerdos.
Así, con todo esto en la mente, con esta cuesta de septiembre en ciernes, Rajoy tiene que volver a ser al menos previsible, rotundo y eficaz y enfrentarse a la realidad sin quejas sino con actos. La herencia y su dispendio le valen cada vez menos. Tal vez por eso, Arenas vuelve a estar en Génova. El hombre de las mil batallas no suele fallar.