Reconocía Javier Fernández a sus correligionarios que el PSOE atravesaba un momento crítico. Tan delicado, decía, como el que experimentó tras la Guerra Civil, con sus cuadros obligados al exilio y cuarenta años de dictadura sin espacio para la política.
Como entonces, aunque por causas muy distintas, y con alta responsabilidad de los dirigentes socialistas por sus errores, el PSOE de ahora es (la metáfora es del propio Fernández) un edificio que amenaza hundimiento y urge su reconstrucción. “Al menos nos queda el solar”, decía con resignación.
El solar ocupa un lugar privilegiado. Durante los últimos cuarenta años, el PSOE supo gestionarlo bajo la bandera de la socialdemocracia. Una generación de jóvenes dirigentes despojó al partido de las utopías revolucionarias y se avino al pragmatismo reformista. Se deshizo del marxismo y abrazó la moderación del capitalismo con las políticas públicas. El PSOE dejó su huella en la modernización de España.
Una crisis de dimensiones desconocidas desde la Gran Depresión sorprendió a un PSOE que de la mano de Zapatero había empezado a recorrer el camino a la inversa. Cuatro días antes de que claudicara ante los ajustes decretados por Bruselas, Zapatero había rechazado “por diferencias ideológicas” la colaboración del PP para ajustar las cuentas públicas. Aquellos diez minutos del 12 de mayo de 2010, con un presidente socialista enumerando recortes nunca vistos en las pensiones y el sueldo de los funcionarios, no solo acabó con la carrera de un dirigente político. Arrastró por los suelos la credibilidad de todo un partido. Y por esa herida sangra aún hoy el PSOE.
Con la nueva izquierda charlatana
Después llegaría el movimiento de los indignados, el auge de Podemos… y la socialdemocracia española empezó a dudar. Dudó de sus políticas, que le habían convertido en el partido preferido durante tantos años, y acabó no reconociéndose en el pasado que había edificado. Seducido por el éxito de una nueva izquierda charlatana, el PSOE empezó a olvidar que fue él, por ejemplo, quien implantó la educación concertada a España. O que durante sus gobiernos millones de funcionarios recibían cobertura sanitaria de gestión privada sin problema alguno para su salud ni sus derechos como pacientes.
El PSOE abjuró de su legado cuando tenía motivos para presumir de él. Formaba parte de esa socialdemocracia que había levantado el Estado del Bienestar en Europa. No tenía, por el contrario, justificación para rechazar la responsabilidad de asumir las reformas que el paso del tiempo hacía necesarias. Suecia, Alemania, el Reino Unido… Comenzaron a fomentar la competencia de las fuerzas del mercado en los servicios públicos para, sin abandonar los principios de universalidad y gratuidad, garantizar la elección del ciudadano. “La potestad de elección es demasiado importante como para dejarla sólo en manos de los más pudientes», defendió Blair.
Todos emprendieron los cambios inevitables para garantizar el sostenimiento y la viabilidad del sistema mucho antes de que llegara una crisis entonces desconocida. El copago como método de disuasión para el abuso del sistema sanitario se implantó en Suecia en 1990. Llegarían después los cheques escolares. La socialdemocracia renunciaba a imponer sus premisas ideológicas de manera sistemática y optaba por el pragmatismo: es bueno si funciona, aunque haya sido elaborado en un think tank neoliberal. Las políticas públicas sometidas al método empírico que permite el avance científico. Prueba y error.
La socialdemocracia de las políticas posibles
Acomplejado, el PSOE prefirió engordar a Podemos en la calle. Mareas blancas, verdes… Mareas de todos los colores. En vez de analizar y alumbrar propuestas sobre cómo financiar los crecientes derechos sociales, rivalizó con los antisistema por ver quién consagraba más deseos en letras de molde. Como si proclamar la sanidad pública, universal, gratuita y excelente en la Constitución garantizara por sí misma su prestación. El PSOE cedió a la política del chamán cuando la socialdemocracia siempre basó su éxito en sacar lo mejor de la materia disponible.
En vez de remangarse y bregar en el barro de las políticas posibles, prefirió formar parte del coro de las promesas imposibles. La presión fue tal que hasta los gobiernos del PP que, como el de la Comunidad Madrid, habían emprendido en la gestión sanitaria el camino de los socialdemócratas suecos y alemanes, terminaron desandando lo andado cuando Cristina Cifuentes sucedió a Ignacio González y Esperanza Aguirre. En el paraíso de la socialdemocracia nórdica, la gestión privada del sistema público de salud está asumida; en España, es anatema.
“La Edad Contemporánea, en la que nacimos y para la que nacimos, se ha terminado. Algunos de los paradigmas-clave de la misma, tales como el predominio del Estado-Nación, la economía industrial y el trabajo permanente y descualificado para toda la vida, han perdido peso relativo», escribió hace cuatro años José Rodríguez de la Borbolla, expresidente socialista de la Junta de Andalucía, en un artículo sobre los errores que estaba cometiendo el PSOE.
Así que mientras los socialistas ocupaban las calles españolas, sus colegas europeos con responsabilidades de gobierno arriesgaban liderazgos para encarar la crisis. Renzi reformaba la administración pública italiana y acababa con el puesto vitalicio de los funcionarios; Valls liberalizaba los horarios comerciales, modernizaba la legislación laboral y combatía el excesivo poder de los sindicatos en Francia. Ni más ni menos que lo que hizo Felipe González cuando España tuvo que abordar la contestada, pero inevitable, reconversión industrial, por ejemplo.
Tarea colosal la que tiene por delante el PSOE si quiere seguir en el solar que un tiempo fue solo suyo y ocupó con una fortaleza y convencimiento hegemónicos. Sus jóvenes, amamantados en el confort socialdemócrata que construyeron sus padres, han huido seducidos por ofertas más románticas. Siempre es más aburrido gestionar expectativas posibles que acometer el asalto de los cielos. Pero como afirmó Rodríguez Ibarra esta semana, el PSOE será reformista o no será.
Monocultivo sin alternativa
Porque, además, al solar de la socialdemocracia han llegado otros protagonistas procedentes desde la derecha, progresivamente acomodados a la mayoría social de un país que, acostumbrada por una dirigencia que concede sin exigir contrapartida, respalda la intervención del Estado en la vida de los ciudadanos con mayor convicción de la que manifiestan los de las propias socialdemocracias nórdicas. Son formaciones políticas dispuestas, como el PP, a subir los impuestos más de lo que nunca se atrevió IU bajo el pretexto de gravar las rentas de la minoría más rica. Dispuestas, como Ciudadanos, a abolir algo tan nórdico como la incorporación de modelos de gestión privada de los hospitales públicos. Dispuestos ambos a aumentar el gasto público (8.000 millones en el pacto PP-Cs) sin obligarse a incómodos ajustes previos. Un dato: el gasto público ha alcanzado con Rajoy el récord del 48 por ciento del PIB. En los ocho años de Aznar, bajó del 43 al 38 por ciento.
El solar de la socialdemocracia ya no es privativo del PSOE. No hay fuerza política en España que no reclame su espacio. Es un monocultivo sin alternativa. El PP se despojó de los liberales y hasta Podemos reivindica a Dinamarca cuando las urnas están cerca y no conviene enorgullecerse de sus raíces bolivarianas. El PSOE no supo defender el solar y ahora se lo han »okupado».