Pedro Sánchez ya no es secretario general del PSOE. Después de las 11 horas de comité federal que pasarán a la historia como las más agrias de un partido centenario, con insultos en la calle de la militancia a los críticos, y bronca, gritos y lágrimas en el interior, el líder socialista perdía la votación a la que había vinculado su futuro. 133 miembros del comité se imponían a 109 para rechazar un congreso extraordinario precedido de primarias. Derrotada su propuesta, Sánchez no tardaba en cumplir su palabra.
El hombre que regresó a la política «para liarla» ha caído derrotado antes de conseguir su propósito. Unos temían que pudiera fraguar una mayoría alternativa al PP con Podemos y el consentimiento de los independentistas; otros, que sus intereses personales terminaran abocando a España a las terceras elecciones generales a las que el PSOE concurriría en parihuelas después de los récords acumulados por Sánchez en diciembre primero, junio después y hace dos semanas en Galicia y el País Vasco.
Sánchez siempre alcanzó los cargos políticos por casualidad y así llegó a pensar en algún momento que podría llegar a la Moncloa. Entró como concejal en el Ayuntamiento de Madrid en 2004 tras la renuncia de dos compañeros. Alcanzó su primer escaño en el Congreso tras la renuncia de Pedro Solbes en 2009. En las elecciones de 2011 volvió a quedarse fuera, pero otra carambola en 2013 le devolvió a la Carrera de San Jerónimo.
En el Congreso defendió, por ejemplo, la reforma express de la Constitución pactada por Zapatero y Rajoy para limitar el endeudamiento, algo de lo que renegaría cuando se convirtió en líder del PSOE, cargo al que llegó, si no de casualidad, sí gracias al apoyo interesado de quien este sábado le ha propinado el golpe de gracia, Susana Díaz.
El 12 de junio de 2014, un diputado más conocido por sus tertulias en 13 TV que por su relevancia parlamentaria, anunciaba su candidatura a las primarias socialistas para suceder a Alfredo Pérez Rubalcaba. Joven, atractivo… y osado. Acabó ganándolas por el respaldo que el socialismo andaluz le otorgó frente a Eduardo Madina, de quien entonces desconfiaba la ‘baronesa’ con más poder territorial de España. Perfirió la andaluza a un Sánchez al que consideraba más moldeable y ahora que el pupilo había ido demasiado lejos, se ha visto obligada a poner en riesgo la unidad del partido para ajusticiarlo.
De derrota en derrota
Prometió Sánchez que su partido volvería a ser «el partido de los once millones de votos». Desde entonces, se han celebrado once elecciones en España y el PSOE sólo ha ganado las de Andalucía. Después vinieron las de las tres comunidades históricas (Cataluña, Galicia y el País Vasco) y en las tres el PSOE se colocó en mínimos históricos. Marca que también destacará en el legado de Sánchez cuando él ha sido cabeza de cartel: 90 diputados el 20-D y 85 el 26-J. Nunca salió de sus labios una palabra de autocrítica. Nunca asumió alguna responsabilidad.
Si había sido concejal y diputado por casualidad ¿por qué no podía ser presidente?. Y lo intentó. Primero con el apoyo de Albert Rivera y apenas 90 diputados. Nunca en cuarenta años de democracia un candidato que no había ganado las elecciones se había atrevido a tanto. Ahora buscaba otra vez la carambola imposible con Ciudadanos y Podemos. O con Podemos y el consentimiento tácito de los independentistas, como sospechaban algunos ‘barones’. Seguramente lo único que buscaba Sánchez era proseguir su huída hacia adelante, aunque implicara terceras elecciones, sabedor de que la estabilidad política permitiría al PSOE acometer su decapitación en el congreso que llegaría una vez resuelto el bloqueo institucional.
Enemistado con los dos expresidente del Gobierno socialistas, sin el respaldo de ninguno de sus exsecretarios generales, con todos los dirigentes con poder territorial en contra, este sábado, después de un comité federal que, según José Antonio Pérez Tapias, ha mostrado peor nivel que una asamblea universitaria, la carrera de Sánchez ha acabado.
Ferraz intentó una votación secreta, sin censo ni interventores, que los críticos frenaron entre gritos de «fraude». Contraatacaron entonces con una moción de censura. 129 firmas eran suficientes para celebrarla, pero la Mesa del comité federal, con mayoría ‘sanchista’ y aferrada al reglamento del partido, no las aceptó. Llegaba el pulso final. El secretario general, acorralado por los críticos, aceptaba una votación a mano alzada sobre su propuesta de adelantar las primarias y el congreso extraordinario y cayó derrotado. Una gestora, como pretendían los críticos, pilotará el partido hasta nueva orden.
Se han vuelto locos sin remedio y lo están matando. La responsabilidad de la situación en el #PSOE es compartida. Y Rajoy sin moverse!
— Odón Elorza (@odonelorza2011) 1 de octubre de 2016
En su discurso de despedida, Sánchez insistió en los argumentos con lo que construyó su órdago a los ‘barones’ críticos, esa cortina de emotividad visceral tras la que ha tratado de ocultar su cuestionada gestión: el PSOE debe intentar formar un gobierno alternativo al PP y no abstenerse ante Rajoy. «Y sigo creyendo que debe ser la militancia quien decida esas cuestiones, tiempo hay», remachó.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, apenas necesitó un par de minutos para reaccionar en Twitter:
Se imponen en el PSOE los partidarios de dar el gobierno al PP. Frente al gobierno de la corrupción, nosotros seguiremos con y por la gente
— Pablo Iglesias (@Pablo_Iglesias_) 1 de octubre de 2016
Al PSOE post-Sánchez le queda ahora una tarea ingente por delante para cicatrizar las heridas que se han abierto con este enfrentamiento descarnado, desconocido por su ferocidad incluso en un partido históricamente caracterizado por las luchas intestinas. Si la gestora que llega viene a certificar la abstención ante Rajoy, el cambio posición del «no es no» a la «responsabilidad patriótica» necesitará de la pedagogía que ninguno de los ‘barones’ ha realizado estos meses, acomplejados ante el axioma que Podemos ha instalado en gran parte de la militancia socialista: abstención ante el PP equivale a complicidad con el PP.
Un ejemplo de lo difícil que será recomponer la unidad perdida: la ‘número 2’ del PSC y candidata a liderar el partido, Núria Parlon, ha defendido que el socialismo catalán debe «mantenerse firme en el no al PP» y que las bases voten cualquier cambio de planteamiento. Promete pedirles ese ‘no’ si se convierte en primera secretaria.
[Lee aquí: «Y en los dos casos estará perdido», por Agustín de Grado]