Después de la polémica del dopaje, el presidente Sarkozy pone a nuestro país como ejemplo de mala gestión económica. La campaña para las presidenciales acaba de atravesar los Pirineos. Es evidente que, a partir de ahora, los españoles estaremos más atentos a lo que ocurra en Francia durante las dos próximas semanas. Resulta paradójico que ante la posibilidad, certificada por los sondeos, de que el candidato socialista, François Hollande, consiga la victoria en la segunda vuelta de las presidenciales, el ahora candidato Nicholas Sarkozy haya recurrido a los problemas del vecino de abajo. No es algo habitual rebasar las propias fronteras en campaña electoral y menos para sacar los colores a un país con el que, a pesar de todo, mantiene unas relaciones privilegiadas y cuyos presidentes de Gobierno viajan a París, por norma, a las pocas semanas de tomar posesión del cargo. Así lo hizo también Rajoy, que seguramente no se esperaba una salida así.
Y por si no hubiera quedado claro el jueves en la presentación de su programa de Gobierno para los próximos cinco años, volvió a repetirlo el día de Viernes Santo con la muletilla de que “Hollande quiere menos ricos y yo quiero menos pobres”. En principio parecería una mera continuación de la polémica generada por los guiñoles del Canal + al insinuar de manera irónica que los deportistas españoles ganan a los franceses porque se dopan, pero la diferencia es que mientras los muñecos pertenecen a una empresa privada de un país en el que la libertad de expresión es sagrada, las manifestaciones de Sarkozy no pueden desligarse de la gravedad de la crisis que sufren numerosos países.
Y más allá de su opinión sobre la situación de España, la búsqueda de una solución a esa crisis será sin duda uno de los ejes de la campaña que concluirá con la primera ronda electoral el próximo 22 de abril y con la segunda, y definitiva, el 6 de mayo.
La austeridad como reclamo
Sarkozy insiste en que los gobiernos socialistas de Grecia y España gastaban más de lo que ingresaban y eso les ha llevado al borde del abismo. Y pone a ambos países como ejemplo para denostar las propuestas de Hollande de reponer la jubilación a los 60 años para quienes empezaron a trabajar a los 18, congelar los precios de los carburantes durante tres meses, elevar los impuestos para los más ricos o contratar más maestros y policías. Más gasto público y menos ingresos, asegura, sería una irresponsabilidad con consecuencias nefastas para Francia.
Menos electoralista que su rival, el candidato socialista ha recordado que el problema de Grecia es que escondió durante años la realidad de su déficit y el de España tiene su origen en la burbuja inmobiliaria y en la deuda privada, y no en el déficit público, que es menor que el de Francia. Y, como Sarkozy, se ha comprometido a concluir el quinquenio con unas cuentas equilibradas.
La respuesta a la pregunta sobre quién lleva la razón se la dejo a los expertos, pero lo que está claro es que si gana Sarkozy en mayo y la canciller Merkel también logra la reelección en 2013, la receta económica para los países de la Unión Europea seguirá siendo de absoluta disciplina fiscal y reducción del déficit al 3 por ciento en 2013, algo que muchos países consideran irrealizable. Si, por el contrario, el socialista Hollande se hace con la llave del Elíseo es probable que la situación se modifique. Y si Merkel también pierde es muy probable que el rumbo comunitario cambie por completo.
Así las cosas, más que unas declaraciones realizadas al calor de una campaña electoral que se presume muy dura a partir de ahora, lo que debería interesar a los españoles, y mucho, es el resultado de unas elecciones que pueden darle la vuelta a la política comunitaria.