En teoría, el sufragio universal fue permitido por primera vez en New Jersey, pero todo fue un error: en la redacción se escribió «personas» en lugar de «hombres». Cuando comenzó a surgir el germen feminista se corrigió la errata en 1807. Muchos años más tarde, un 18 de agosto de 1920, Harry Burn, un legislador de 24 años, no sabía qué votar. Hasta entonces había estado en contra de las fuerzas sufragistas que querían, qué locura, que las mujeres votasen. Pero aquel día era diferente: su madre le había insistido, tenía que votar a favor.
Llegó su momento y con una votación 48 a 48, el joven legislador decidió votar a favor, como buen hijo, haciendo caso a su madre. De esta forma, el 18 de agosto de 1920 la batalla sufragista ganaba un estado clave que inclinaba la balanza por la lucha sufragista y la enmienda que permitía de forma nacional el voto femenino quedaba virtualmente aprobada. Más tarde, el 28, la enmienda quedaba oficialmente ratificada a pesar de las trabas de los antisufragistas.
La lucha en el siglo XIX
El camino fue arduo. Una odisea que se planteaba imposible en el siglo XIX, cuando en 1880 un grupo de mujeres decidían, porqué no, organizarse para exigir votar igual que los hombres por las cuestiones importantes en sus Estados. Sus nombres eran Susan B. Anthony, Lucy Stone y Elisabeth Candy Stanton y fundaron la Asociación Nacional Americana por el Sufragio de la Mujer. Susan Anthony lo dejaba claro. Si las mujeres pueden entonces trabajar en una fábrica y trabajar como un hombre, ¿por qué no podía votar?. Una idea con gancho expresada en mítines y concentraciones, donde las masas feministas se contagiaban de un discurso nuevo.
“Ahora que, como resultado de la lucha por la igualdad de oportunidades y debido al uso de maquinaria, se ha operado una gran revolución en el mundo de la economía, de manera que donde pueda acudir un hombre a ganarse un dólar honradamente también puede ir una mujer, no hay forma de rebatir la conclusión de que ésta tiene que estar investida de igual poder para poderse proteger. Y ese poder es el voto, el símbolo de la libertad y de la igualdad, sin el cual ningún ciudadano puede estar seguro de conservar lo que posee y, por lo tanto, mucho menos de adquirir lo que no tiene”.
El legado en el siglo XX
Ninguna vivió las tres abolicionistas de fundadoras de la Asociación pudo vivir para ver a una mujer votar en elecciones nacionales, pero su legado pervivió. El movimiento femenista fue cada vez más poderoso en los estados de la costa oeste, donde algunos territorios comenzaban a aprobar que las mujeres pudiesen votar para cuestiones estatales. Sin embargo, la Constitución seguía siendo excluyente con el género femenino y no permitía el voto nacional.
Con la votación del 18 de agosto de 1920 se ganaba la batalla. Quedaba expresamente prohibido negar el voto a las mujeres en ningún territorio estadounidense.
Más tarde el voto femenino sería reconocido como derecho universal por la ONU en 1954, aunque en España el contagio feminista quedaba bloqueado por el yugo franquista. Sólo con la muerte del dictador las mujeres pudieron votar en España de nuevo, un derecho que había sido reconocido ya en la Constitución de 1931 con Clara Campoamor a la cabeza del movimiento.