Las piezas artísticas para decorar y vestir con las que Holanda trató de marcar su identidad modernista y auténtica a finales del siglo XIX y más tarde como frente a las tensiones de la Primera Guerra Mundial, se exponen hoy en el Museo Municipal de La Haya.
«A principios del siglo XX se adoptó y hubo interés por el estilo internacional, que era un arte un tanto frívolo, pero al mismo tiempo, empezaron a abrirse en La Haya tiendas de Art Nouveau (Modernismo) de artistas holandeses, locales, que marcaron un estilo diferente», explicó hoy a Efe Frouke van Dijke, conservadora del museo.
Mientras Bélgica o Alemania centraban su Modernismo en la búsqueda de «una nueva forma de lenguaje expresivo», los artistas holandeses se centraron en la reevaluación de la tradición y las habilidades, la reforma de la educación artística, la apreciación de la perfección y la calidad de la naturaleza, y la fascinación por las culturas exóticas.
Holanda consideró «muy frívolo» el arte que llegaba desde fuera, especialmente el francés, y el Modernismo holandés «debía ser más claro, racional, menos colorido», un estilo que «sea más cercano al carácter holandés, el cual se refleja también hoy en la comida y modo de vida simple» de los holandeses, añade Van Dijke.
Este movimiento artístico surgió a finales del siglo XIX en Europa y, mientras en España recibió el nombre de Modernismo, en el resto países y en especial Francia, se denominó Art Noveau (Arte Nuevo).
Este estilo buscaba «un arte nuevo para una sociedad nueva y mejor» que iniciaba el siglo XX «con deseos de cambio» y que no esperaba que los Países Bajos se verían por su localización geográfica entre Alemania, Francia y Reino Unido, en medio de la Gran Guerra (1914-1918), de la que está sociedad buscó alejarse, en cuanto a identidad, a través del arte.
Esta exposición, que abre hoy sus puertas y hasta el 28 de octubre, estará en La Haya, que se conoce a nivel nacional como «la capital del Art Nouveau holandés», la ciudad que avanzado el siglo XX se convirtió en el centro de la Justicia internacional.
Todavía hay decenas de edificios de la época que se pueden observar en las calles de la ciudad, como el Buitenhof, que acoge el principal cine del centro de La Haya y que es un edificio emblemático y peculiar del Modernismo holandés.
El propio museo municipal de La Haya (Gemeentemuseum, en holandés) se encuentra en un edificio modernista, aún en manos de los herederos del arquitecto holandés Hendrike Berlage, quien lo diseñó precisamente como símbolo revolucionario para romper con el Art Nouveau internacional.
El ayuntamiento mantiene el edificio intacto y en su estado original, y subraya que «es también parte de esta exposición» porque la arquitectura también marcó una identidad especial durante el Modernismo.
Los objetos que se exponen, como un reloj dorado con piedras verdes, un armario de madera, jarrones, vasos y teteras, e incluso los vestidos, tienen en común las líneas curvas cuidadosamente estilizadas, inspiradas en la naturaleza, que expresan emociones y belleza, «un arte más natural» frente al resto de Europa.
«El Art Nouveau apareció con un deseo de innovar, pero en Holanda también fue una búsqueda de lo auténtico. Esta exposición es un escaparate de artes decorativas en un contexto amplio que va desde 1884 hasta 1914, una era en la que la autenticidad y la artesanía eran cada vez más apreciados», explica el museo.
Esa época es conocida como una de grandes cambios en la sociedad holandesa porque la población urbana empezó entonces a crecer más rápido que la rural y los medios de comunicación promovieron la internacionalización de los Países Bajos.
También comenzaron a surgir los primeros movimientos por la igualdad de derechos y los grandes síntomas de un proceso de industrialización.
«En el mundo del arte, especialmente entre los diseñadores y artistas decorativos, estos cambios llevaron a contrarreacciones, incluyendo un redescubrimiento de la naturaleza, el campo y lo tradicional», explican desde el museo.
La belleza era «una necesidad básica» para los artistas del Art Nouveau en Holanda, quienes rechazaron el arte «extravagante» de sus vecinos y apostaron por uno «coherente con el carácter nacional», aunque en la práctica, reconoce Van Dijke, «coexistieron muchos gustos y se combinaron elementos» de diferentes movimientos.