Dice el gobierno que es una medida provisional, pero alguien le ha respondido que en Grecia, hoy día, no hay nada más definitivo que lo que se anuncia como temporal. Aunque así fuera, y los griegos volvieran a tener en septiembre una televisión pública con muchos menos empleados, este método del borrón y cuenta nueva recuerda al que Estados Unidos aplicó en Irak. Todo el mundo conoce las nefastas consecuencias que tuvo.
En el país de la mitología una medida así lleva necesariamente a mirar atrás y recordar al Ulises de La Odisea. Entró en la cueva del cíclope Polifemo, se comió sus viandas y le emborrachó para inutilizar su único ojo y dejarle ciego. Lo que no sabía Ulises es que Polifemo era hijo de Poseidón, uno de los dioses del Olimpo, que se vengó convirtiendo en un infierno su regreso a casa después de la guerra de Troya. De este cuento se pueden aplicar varias enseñanzas.
Fin de un modelo cultural y de una referencia informativa
La primera es que Grecia, país en el que paradójicamente nació la tragedia como género teatral, sufre un proceso de desmantelamiento nacional cuya reparación, como el viaje de Ulises, será larga y jalonada de problemas. La segunda, que durante una buena temporada los griegos estarán tan ciegos como se quedó Polifemo en la isla de los cíclopes.
Aunque en Grecia existen televisiones privadas ninguna de ellas realizará esos programas de calidad que solo ve una minoría, pero que contribuyen a mantener la identidad nacional; ni se arriesgará financiando películas y documentales que después ganan premios en el extranjero; ni ofrecerá la misa dominical para quienes no pueden salir de casa… Y un largo etcétera que corresponde rellenar a una audiencia potencial que, por una u otra razón, engloba a la mayor parte de la ciudadanía.
Dice el gobierno que su audiencia no sobrepasa el 10 por ciento, que cuesta demasiado mantenerla y que su gestión es escandalosamente mala, pero cerrar de un machetazo la televisión pública, sin plantear de manera previa una remodelación que la haga viable refleja la propia incapacidad del ejecutivo para manejar la situación. Desde un punto de vista periodístico, supone también acabar con una referencia informativa, necesariamente plural, al menos en teoría, en un momento especialmente grave para la sociedad griega.
No cerró ni durante la dictadura
Los mandamientos de las televisiones públicas se encierran en dos: sostenibilidad y viabilidad. Tanto el gobierno griego como los de otros países donde no se consigue respetar estas premisas, entre ellos España, deberían pensar seriamente en ello antes de tener que tomar medidas de este calibre.
Me parece lógica la reacción del presidente de la Unión Europea de Radiodifusión al pedir al gobierno griego que dé marcha atrás. Lo ha hecho en una carta con copia a la Comisión Europea y ha aludido a un informe de la propia Comisión, fechado en 2012, en el que se plantea la necesidad de mantener en Europa un modelo híbrido para el sistema audiovisual, asociando el sector público al privado para mantener el pluralismo, la diversidad y los valores de la Unión Europea.
Este debería ser también el objetivo de una cadena pública que además mantiene siete emisoras nacionales de radio, 19 regionales y una internacional que es la única que emite en griego para todo el mundo. Un servicio público que, como muchos recuerdan ahora, no dejó de funcionar ni durante la dictadura que sufrieron entre 1967 y 1974.
Un castigo innecesario
Además de un palo que dejaría ciego de nuevo a Polifemo, el cierre de la radiotelevisión pública se va a convertir para los griegos en una nueva causa en su lucha contra la Troika comunitaria. Ante su exigencia de despedir este año a 4.000 empleados públicos y a 15.000 el año próximo, muchos no entenderán que el castigo haya caído fundamentalmente en el sector audiovisual cuando esa condena debería, en todo caso, haberse repartido.
Para los trabajadores de la cadena supone, además, un doble castigo. Desde que empezó la crisis han sufrido el despido de un millar de personas y una reducción salarial media del 45 por ciento. El cierre les condena a ellos a la pobreza que ya sufren millones de griegos con el agravante de que ya no habrá una televisión pública para ayudarles a entender la maldición que les ha caído encima.