“Entraron en el colegio haciéndonos creer que eran soldados. Iban vestidos con uniforme militar y pensábamos que iban a rescatarnos. Pero gritaban. Eran groseros. Comenzaron a disparar incluso a los hombres de seguridad que custodiaban la escuela. Es así como descubrimos que eran insurgentes. Para entonces ya era demasiado tarde. Había poco que hacer”. Así relataban su huida y cautiverio al diario nigeriano »Sunday Punch» Amina Sawok y Thabita Walse, dos de las más de 200 niñas secuestradas por el grupo islamista Boko Haram el pasado 15 de abril.
El incidente ocurrió sobre las 11 de la noche. Amina Sawok y Thabita Walse estaban en el albergue cuando uno de los hombres vestido de camuflaje militar les preguntó dónde estaba el comedor. Desde allí, fueron trasladadas junto al resto de chicas en unos vehículos hacia la ciudad de Damboa (suroeste).
“Nuestro vehículo se paró porque tuvo un problema. Entonces se vieron obligados a detenerse. Y aprovechamos la oportunidad para escapar con otras chicas y escondernos en un arbusto oscuro”, relatan las chicas.
Amina cuenta que fue el miedo que le profesaba el grupo islamista lo que le dio el valor para saltar. “Había oído hablar mucho de Boko Haram, sobre las cosas malas que hacen y sobre el número de personas que han matado. Tenía miedo y me desesperé. Sentí que llegar a su campamento podría ser peligroso para mí y que sería mejor que me escapase”.
Ni Amina, ni Thabita, ni el resto de sus compañeras tenían en mente escaparse. Pero en cuanto una saltó, el resto le siguieron.
Ambas aseguran al diario que no tienen secuelas físicas o psicológicas. Su único problema ahora se centra ahora en la liberalización de sus compañeras. “Me hubiera encantado que todas hubiéramos escapado. No he podido celebrar mi liberación porque algunas de mis amigas y compañeras de clase están todavía en manos de los insurgentes, y no sé a lo que se enfrentan. Rezo todos los días para que sea cuanto antes”, lamenta.
Deboray Sanaya, de 18 años, le contó a The New Yorker recuerda que los hombres obligaron a sus compañeras de clase a cocinar aunque ella no comió porque no tenía hambre. Recuerda que les llevaron a un campamento, “no muy lejos de Chibok”. Convenció a dos compañeras para escapar, “los insurgentes nos pidieron que volviésemos pero continuamos corriendo”.
Deborah cuenta que llegaron a un poblado por la noche, durmieron en la casa de un extraño que las recibió y, al día siguiente, llamaron a sus familias. «Pensé que era el final de mi vida«, dice Sanya. Su angustia y preocupación por sus compañeras le impide contar algo más.
Mi sobrina quiere ser ginecólogo para ayudar a las mujeres en áreas rurales
Ayuba Alamson tiene dos tiene dos sobrinas, una de 17 años y otra de 18 (además de dos primas), entre las secuestradas. En declaraciones a BBC, explica que a su sobrina “le gustaba mucho ir a la escuela. «Quería terminar sus estudios secundarios, estudiar medicina y especializarse en ginecología, para ayudar a las mujeres en áreas rurales que no tienen acceso a los hospitales de la ciudad»
Mi otra sobrina», dice, «quería trabajar en medios, escribir en periódicos, presentar un programa en la radio y también ser escritora». «La escuela es la única escuela estatal en Chibok, por eso el sueño de muchas de las niñas era graduarse, ir a la universidad y regresar a la comunidad para construir una muy buena escuela para sus hijos», añade.
Alamson tiene una sobrina que logró escapar: “No quiere recordar lo que pasó, sigue pensando en sus compañeras que todavía están en el bosque y no para de llorar. Sólo recuerda el momento en que la secuestraron y que saltó de un camión para escapar», le dice Alamson a BBC.