Los símbolos no oficiales, pero popularmente extendidos, de los partidos demócrata y republicano forman parte ya de la leyenda. Una dualidad animal que nació en el siglo XIX de la mano de Thomas Nast, viñetista de la revista ‘Harper’s Weekly’ y creador de la imagen que se mantiene hasta nuestros días de Santa Claus y el Tío Sam.
Fue uno de sus dibujos en 1970 el primero en representar a los demócratas con un burro. Pero no fue un capricho de Nast. Un año antes, los republicanos empezaron a asociar este animal con el presidente saliente Andrew Jackson, cuyo apellido se prestaba a un juego de palabras con el término ‘jackass’ (burro).
Los adversarios de Jackson hacían alusión a su terquedad y su ‘propensión a la coz’. Sin embargo, al asumirlo como símbolo, los demócratas buscaron entre las virtudes del animal su afán de trabajo y dedicación. Cuatro años después, el mismo Nast daría la imagen del elefante a los republicanos.
En la caricatura, un burro, disfrazado con piel de cordero, se enfrentaba a un elefante que portaba una inscripción en un costado que decía «el voto republicano». En algunos estados como Kentucky, Oklahoma y Ohio, los demócratas adoptan también la imagen de un gallo, mientras que los republicanos usan el águila.
El rojo republicano vs el azul demócrata
Pero no es el único símbolo con historia. Los colores rojo (republicanos) y azul (demócratas) para diferenciar a ambos partidos durante las elecciones es un invento moderno, a pesar de la larga trayectoria democrática de Estados Unidos. Y contra la imagen dominante en el resto del mundo.
Los ‘red states’ y los ‘blue states’ se establecen por primera vez el año 2000 en los comicios entre Bush y Gore, después de que los medios de comunicación adjudicaran esos colores a cada partido en los mapas de resultados. El rojo y el azul señalan la tendencia de un estado a votar a un partido u otro. Los indecisos se conocen como ‘purple states’, aunque también acostumbran a representarse en gris.
El primer martes tras el primer lunes
Otra curiosidad de las elecciones presidenciales estadounidenses es que todas se han celebrado el martes siguiente al primer lunes de noviembre. ¿Coincidencia? Obviamente, no.
En los inicios de este sistema, no había una fecha determinada para los comicios y los estados votaban en diversos días, lo que dio lugar a numerosas situaciones de fraude. Por eso el Congreso decretó, en el año 1845, que los electores debían ser seleccionados el mismo día en todo Estados Unidos.
Esa fecha se fijó en “el martes siguiente al primer lunes de noviembre”, y no por casualidad. Hay que tener en cuenta que en aquella época en el país predominaba la actividad agraria. Por eso, se optó por noviembre, cuando ya se había terminado con la cosecha y antes de que el invierno fuera tan crudo que dificultara el viaje de los agricultores a los lugares de votación.
Lo de noviembre está claro pero, ¿por qué el martes? Se eligió este día en lugar del lunes para que los granjeros que vivieran en zonas alejadas, y asistieran a misa el domingo, tuvieran tiempo para desplazarse a votar.
Y, por último, ¿por qué el primer martes tras el primer lunes y no el primer martes a secas? Pues, precisamente, para evitar que la votación coincidiera algún año con el 1 de noviembre, día de Todos los Santos y fecha en la que los católicos deben acudir a misa. También influyó el hecho de que los comerciantes hicieran el balance de los libros del mes anterior el primer día de cada mes.