Dos semanas después del secuestro de las más de 200 niñas nigerianas de un colegio de Chibok (Estado de Borno), las informaciones que llegan desde el país africano son entre contradictorias y en muchos casos desalentadoras. No es mucho lo que se conoce del paradero de las niñas y si éstas siguen con vida.
Las primeras dudas apuntan al número de jóvenes que fueron raptadas. En un primer momento las autoridades locales declararon que las raptadas eran 230 y que 40 de ellas habrían logrado huir. Más tarde el número se elevó a 276 y la última noticia, confirmada a la BBC por el jefe de la policía, Tanko Lawan, señala que en total fueron 223 niñas secuestradas.
La incertidumbre podría explicarse por la negativa de la policía de desvelar información sensible por estrictos motivos de seguridad. Pero el cruce de información es algo que el Gobierno nigeriano tampoco está dispuesto a aceptar sin más. Por ello el presidente Goodluck Jonathan ha creado un comité de investigación -en la que participan organizaciones internacionales- para ayudar en el rescate de las estudiantes.
Por su parte, el ministro de Información, Labaran Maku, ha declarado que las fuerzas de seguridad del Estado están haciendo todos los esfuerzos para localizar y rescatar a las jóvenes y llevar a los secuestradores ante la Justicia. En este sentido, se han tomado algunas decisiones para mejor la seguridad ciudadana en la que se insta a los ciudadanos a denunciar a cualquier sospechoso de romper la paz o la seguridad.
Más allá de las cuestiones relacionadas con la búsqueda de las desaparecidas, los testimonios de algunos familiares de las secuestradas han ayudado a establecer un perfil de las secuestradas por el grupo terrorista Boko Haram, que desde hace más de una década persigue el derrocamiento del gobierno para establecer un Estado islámico. Otras fuentes aseguran que algunas niñas fueron vistas en camiones en dirección a Chad y a Camerún, para ser vendidas en matrimonio por apenas 15 dólares (10,81 euros).
Tres fugitivas
Ayuba Alamson, que tiene dos sobrinas, una de 17 años y otra de 18 (además de dos primas) entre las secuestradas, declara a BBC Mundo que «les gustaba mucho ir a la escuela». «Era muy alegre, amorosa y era muy buena compañía», dice sobre una de sus sobrinas cuyo nombre prefiere mantener en el anonimato. «Quería terminar sus estudios secundarios, estudiar medicina y especializarse en ginecología, para ayudar a las mujeres en áreas rurales que no tienen acceso a los hospitales de la ciudad», relata.
En cambio, su otra sobrina -señala- quería trabajar en medios, escribir en periódicos, presentar un programa en la radio y ser escritora. «La escuela a la que iban es la única escuela estatal en Chibok, por eso el sueño de muchas de las niñas era graduarse, ir a la universidad y regresar a la comunidad para construir una muy buena escuela para sus hijos», añade.
Además Alamson tiene una hermana que logró escapar de los captores junto a otras jóvenes, pero aún no puede hablar del asunto. La chica está ahora a unos 20 kilómetros de Chibok. “Cuando le hablo llora todo el tiempo, no quiere recordar lo que pasó, sigue pensando en sus compañeras que todavía están en el bosque y no para de llorar. Sólo recuerda el momento en que la secuestraron y que saltó de un camión para escapar», señala Alamson.
Educación occidental
Pero hay más casos. Por ejemplo, el de Deborah Sanya, que también logró escapar. De 18 años y a punto de graduarse, declaró a The New Yorker que era mediodía cuando llegaron al campamento de los militantes en una remota localidad en medio del bosque. Allí los secuestradores obligaron a sus compañeras a cocinar. En su caso ni siquiera comió porque no tenía apetito.
Dos horas más tarde la joven Deborah se armó de coraje y convenció a dos amigas para escapar de allí. Así, las tres chicas se escondieron tras unos arbustos y cuando los guardias las divisaron, comenzaron a correr. Afortunadamente llegaron a un poblado por la noche, durmieron en la casa de un desconocido que las atendió y, al día siguiente, llamaron a sus familias.
La de Chibok es una zona muy diferente a la del resto del país, donde las niñas no tienen las mismas oportunidades que los niños por diferencias culturales o religiosas. “No se hace mucha diferencia entre niños y niñas en esta región, que es mayoritariamente cristiana”, señala a BBC Pogo Bitrus, uno de los líderes ancianos de la comunidad.
“Aquí las jóvenes son como todas las jóvenes de 17 o 18 años. La mayoría son hijas de campesinos. Las que obtienen buenos resultados en sus exámenes suelen continuar con su educación. Además en esta zona se valora mucho la educación occidental”, concluye Bitrus.