«Somos miles los que vivimos en esta »Nueva Alepo»», se entusiasma Salem, de 22 años, uno de los primeros en refugiarse, hace unos seis meses, en Sheik Najar, una amplia zona industrial abandonada en las afueras de esta ciudad, en el corazón del conflicto sirio.
«Al principio era una ciudad fantasma. Las fábricas estaban todas abandonadas. No había gente por la calle, pero ahora, está llena de vida. Somos miles los que vivimos en esta »Nueva Alepo». Tenemos restaurantes, gasolineras, tiendas de ropa e incluso ¡una peluquería!», relata Salem, quien con un compañero se ocupa de una estación de servicio las 24 horas del día los siete días a la semana.
«Tenemos muchísimos clientes, la verdad es que el negocio va bastante bien», confiesa con una sonrisa mientras llena el depósito de un vehículo que transporta a siete rebeldes.
Salem y su familia vivían cerca del Kindy Hospital en Alepo, la gran metrópoli del norte de Siria, que seis meses atrás fue sometida a bombardeos y vivió combates muy duros.
Ahmed tiene una barbería y dice que cuenta con más de 100 clientes diarios
Como ellos, Ahmed, de 35 años, tuvo que abandonar su peluquería y refugiarse en Sheik Najar, el que fuera el mayor centro industrial de Siria, para abrir ahí su barbería, hace ya cuatro meses.
«Al principio tenía mis dudas sobre si funcionaría o no, pero ahora tenemos más de 100 clientes al día», comenta orgulloso. Un corte de pelo y un afeitado a navaja cuesta 150 libras sirias.
Mientras Ahmed termina con un cliente, otros seis esperan sentados. «He tenido que contratar a una persona para que me ayude porque yo solo no podía», comenta orgulloso.
Un cuarto de la población siria ha tenido que abandonar su hogar
Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (HCR), el conflicto que comenzó en marzo de 2011 hizo que más de un cuarto de la población siria abandonara sus hogares, de los cuales dos millones se refugiaron en el extranjero y cuatro millones se desplazaron dentro del territorio.
«Conseguí este trabajo preguntando de fábrica en fábrica. Tuve suerte porque el dueño acababa de abrir y no tenía trabajadores», comenta Abu Mohamad, de 26 años, empleado en una fábrica de telares donde cobra 4.000 libras sirias a la semana.
Abu Mohamad se prepara para cenar. Su esposa coloca una bandeja en el suelo, con arroz, tomate y pepinos.
Un piso más arriba, entre cuatro mantas que hacen las veces de muros, su madre, Umm Yasin, lava los platos. «Tenemos que ir a buscar el agua a una fuente cercana con cubos, al día hacemos 10 viajes», comenta.
«Las condiciones de vida son duras pero vivimos sin la incertidumbre de un ataque aéreo o de que una bomba nos destruya la casa. Desde que vivo aquí, hace cinco meses, puedo dormir por las noches y ya no tengo pesadillas», afirma vertiendo más agua sobre los platos y los vasos.
Abu Ahmed, un exchófer de taxi de 51 años, trabaja en una tienda de comestibles desde hace tres meses, cuando abandonó su casa en un pueblo de Alepo por culpa de los combates, con un sueldo de 2.500 libras por semana.
«Mi familia está a salvo de la guerra. Tengo trabajo, ¿Qué más puedo pedir?», afirma este hombre que, al igual que otros vecinos, teme al invierno. «El año pasado fue muy duro. Lo pasamos en un campo de refugiados en Turquía y vi cómo mucha gente moría de frío, por eso decidí regresar junto con varios amigos», recuerda.
La mayoría de las más de 6.000 empresas instaladas en la otrora próspera y suntuosa Sheikh Najar cerraron sus puertas debido a la guerra. Y este megacomplejo industrial se convirtió en una ciudad fantasma.
Otros desplazados sobreviven como pueden
Hazaa Shahud, de 43 años, observa cómo sus cuatro hijos juegan en la calle. El hombre tiene la mirada perdida y un gesto de desesperación en su rostro.
«Hace dos meses que no tengo un trabajo estable. El dinero se nos está empezando a acabar», se lamenta este antiguo albañil.
«Cada noche miro a mi mujer y a mis hijos dormir y pienso que soy un cobarde pero no podíamos quedarnos en el barrio porque los bombardeos y los combates estaban muy cerca de nuestra casa», se lamenta llevándose las manos al rostro y enjuagándose las lágrimas.
Sin agua, sin luz y sin trabajo la situación de Hazaa ha llegado casi al límite. Vive de la caridad de sus vecinos y de los soldados de la brigada Al Tawid, una unidad rebelde afiliada al Ejército Libre Sirio, que lo ayudan con «pan y algo de comida para que mi familia pueda sobrevivir».