Ese es precisamente la primera similitud, la más peligrosa para el primer ministro turco, RecepTaiyip Erdogán. Y como demostraron los hechos de la plaza Tahir, de El Cairo, cuando la gente acude a esos lugares como consecuencia de un malestar ciudadano el asunto puede terminar con un presidente derrocado, como le ocurrió a Mubarak, y, otra advertencia para el turco, procesado por uso excesivo de la fuerza con riesgo de acabar siendo condenado a la pena capital.
Continuando con los parecidos, lo que se denuncia en Taksim es la deriva autoritaria del turco. La primera muestra de ello es que, quizá para intentar evitar concentraciones multitudinarias como las que se están produciendo, el gobierno de Erdogán había propuesto dedicar parte de la plaza a construir un centro comercial y, lo más significativo, una mezquita en un lugar que muchos vecinos de Estambul consideran un reducto laido. Eso demuestra, al menos, el grito de muchos manifestantes del fin de semana denominándose a sí mismos “soldados de Kemal Ataturk”, el fundador del estado moderno basado precisamente en el laicismo de las instituciones.
El avance del islamismo moderado
Después de ganar dos elecciones por abrumadora mayoría, en 2007 y 2011, con un partido que se presenta a sí mismo como islamista moderado, el gobierno turco debió pensar que ha llegado la hora de avanzar en los principios que le inspiran. Pero Estambul es una cosa y el resto de Turquía, otra muy diferente. Los votos cosechados por Erdogán provienen de un extenso país en el que predominan las mezquitas y la población bebe té en lugar de cerveza. Pero no es eso lo que ocurre en la capital eterna del mundo otomano.
Cualquiera que haya estado en Estambul sabe perfectamente que es una ciudad muy europea con un toque exótico. Sus enormes mezquitas se visitan como testimonio de un brillante pasado islámico, pero como si no tuvieran nada que ver con el presente. Y cuando uno se pierde en el Gran Bazar puede sentirse como en el lejano oriente, pero al salir tiene la posibilidad de entrar en un bar o en un hotel y tomar cualquier bebida alcohólica sin problema. Hasta ahora, porque una de las últimas medidas del gobierno ha sido, precisamente, restringir el acceso a ese tipo de bebidas.
El mundo, pendiente de otra plaza
Cuando una población se moviliza suele ser por algo. En este caso parece haber diversos motivos de descontento. Como ocurrió en Tahir, en la marea ciudadana predomina el sentimiento laico, pero también se han visto barbudos procedentes del islamismo radical y miembros de una rama minoritaria del Islám que se sienten igualmente discriminados.
Otro parecido que se une a la actitud que tuvo el gobierno egipcio es intentar ocultar las protestas. En este caso, como entonces, la televisión catarí Al Yazeera ha sido la primera en instalar sus cámaras en la plaza Taksim, pero si las concentraciones continúan pronto harán desde allí sus informativos las principales cadenas de medio mundo. De nada habrá servido entonces bloquear la telefonía móvil para intentar evitar las convocatorias vía SMS, como ha ocurrido. Además, incluso en los lugares más pobres y remotos de Turquía existen establecimientos con conexión a Internet en los que tomar un té y pasar horas frente a un ordenador. Y suelen estar abarrotados de jóvenes desencantados como los que protestan en la gran plaza de Estambul.
Diferencias a tener en cuenta
Turquía es un mundo aparte. A pesar del té y las mezquitas existen grandes diferencias con el mundo árabe. Desde que Ataturk fundó la época moderna, en los años 30 del siglo pasado, el país ha mantenido un equilibrio entre religión y laicismo, defendido este último por los militares, que ha funcionado razonablemente.
Pero la más importante, con todo, es que Turquía es una nación miembro de la OTAN que aspira a formar parte de la Unión Europea. Las condiciones que ello conlleva han hecho posible, por ejemplo, que la represión sobre los kurdos haya disminuido considerablemente, que Ocalan no haya sido ejecutado y que en este momento esté en marcha un esperanzador proceso de paz después de un conflicto que ha costado 40.000 vidas.
El actual gobierno turco ha sido elegido democráticamente, y ello constituye también una gran diferencia con lo que solía ocurrir en el mundo árabe. Pero los ciudadanos que votaron a Erdogán aprecian ahora algunos atisbos de traición a los principios elementales de la democracia y ellos, como los egipcios que tomaron la plaza Tahir, están pidiendo cuentas a sus dirigentes. Esto no es más que el comienzo, pero espero que no termine como Egipto.