El gran protagonista internacional de este verano ha sido sin duda Julian Assange. El fundador de Wikileaks aprovechó un descuido en su arresto domiciliario en su casa de Londres para refugiarse en la embajada de Ecuador. Reino Unido no se podía creer lo que ocurría pues estaba a punto de enviar a Assange a Suecia, donde tenía que dar explicaciones a cuento de una investigación por delitos sexuales, de modo que arremetió contra Ecuador amenazando con asaltar la embajada. No hizo falta más para que Correa, en un arrebato de orgullo anticolonial, aprobase de la noche a la mañana un decreto de asilo para el comunicador.
La cosa se complicó de pronto y dio paso a las más jugosas especulaciones sobre las posibilidades con las que contaba Assange para llegar a Ecuador sin ser detenido. Como no podía pisar suelo inglés, expertos diplomáticos barajaron la posibilidad de que fuese nombrado embajador, de que saliese rumbo al aeropuerto en un coche diplomático, saltando quizás desde la ventana – la embajada de Ecuador es un piso y no tiene patio ni parking colindante – o fletando varios coches como señuelo… ¡hasta enviarlo en una valija diplomática!
También cabía la posibilidad de que permaneciese en la embajada »sine die». Se recordó entonces al obispo húngaro József Mindszenty, que permaneció hasta quince años en la embajada de Estados Unidos en Hungría, desde 1956 hasta 1971, cuando la Unión Soviética aplastó la revolución de aquel país, aniquilando toda esperanza de un futuro democrático.
El 19 de agosto Assange concentró todas las miradas cuando se decidió a hablar desde el balcón de la embajada, donde afirmó sentirse víctima de una caza de brujas orquestada por Estados Unidos, comentario que despertó inmediatamente las simpatías de Chávez, Morales, Kirchner y por supuesto, de Correa, que aparecía de pronto como un adalid de la libertad de expresión, a pesar de sus problemas con el diario El Universo y haber cerrado más de treinta radios en su país.
A día de hoy, Assange sigue en la embajada y aunque Suecia ha asegurado que no le extraditará a Estados Unidos si sospecha que su vida corre peligro, la cosa parece que aún va para largo.
Siria sigue siendo un horror
En otro orden de cosas, la información internacional ha tenido este verano dos constantes de un tono mucho más trágico. Por un lado, la sentencia a Breivik, el autor de la masacre de Oslo, que escuchó su condena de 21 años de cárcel con una horrible sonrisa en la cara. Por otro, el drama de Siria, desde donde llegan noticias diarias en las que los muertos, a menudo, se elevan por encima del centenar. Difícil tarea le espera al sucesor de Kofi Annan, Lakhdar Brahimi, que será el nuevo mediador enviado por la ONU para tratar de pacificar el país. Un oficial de la ONU cifraba este domingo en 1.600 las muertes de uno y otro bando contabilizadas sólo en una semana.