El 1 de enero de 2017 supone para la ONU el final de diez años de mandato del surcoreano Ban Ki Moon y la llegada del portugués António Guterres, que asume la Secretaria General de la organización internacional con el reto de lidiar con un escenario convulso en el que la paz y la seguridad eclipsan otros desafíos subyacentes.
En la ceremonia formal de toma de posesión, el 12 de diciembre, Guterres abogó por una ONU «ágil, eficiente y efectiva», capaz de superar unas debilidades que han quedado patentes en sus más de siete décadas de historia. «Debe centrarse más en hacer y menos en el proceso. Debe centrarse más en la gente y menos en la burocracia», proclamó desde la tribuna.
Acabar con los conflictos armados y avanzar en el desarrollo sostenible son otros de los grandes compromisos adquiridos por Guterres, que hizo valer su experiencia como Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y primer ministro de Portugal para imponerse en octubre a una amplia nómina de candidatos a suceder a Ban.
Guterres ha resaltado en todo momento el «honor» que supone para él acceder a una posición que ocupará al menos durante cinco años. Durante los últimos diez, ha sido Ban Ki Moon el rostro más visible de una organización que ha sido incapaz de adaptarse al ritmo al que avanzaba la comunidad internacional y que sigue estando marcada por los poderes de posguerra.
La ONU ha despedido en esta última semana a Ban con un vídeo en el que le agradece haber lidiado con «un periodo de extraordinarios cambios globales» y en el que recuerda su implicación directa en desafíos como la lucha contra el cambio climático, la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la defensa de la igualdad de género o los esfuerzos para prevenir las violaciones de Derechos Humanos a gran escala.
«Día a día, ladrillo a ladrillo, hemos construido unos cimientos más fuertes para la paz y el progreso. Sin embargo, sigue habiendo mucho sufrimiento», reconoció Ban en su discurso de despedida. Su «mayor pesar», como él mismo ha reconocido, es no haber logrado evitar la continuación de la «pesadilla» en Siria, donde aún persiste la cruenta guerra iniciada en 2011.
La era Trump
Guterres llega en un momento de calma tensa, marcado por las dudas sobre las políticas que podría adoptar Estados Unidos a partir del 20 de enero, una vez que Donald Trump asuma formalmente las riendas de la Casa Blanca. La falta de una clara política exterior por parte del magnate neoyorquino ha puesto en cuarentena el futuro papel de Washington.
Trump ha cargado de hecho contra la ONU a raíz de la reciente aprobación de una resolución de condena a los asentamientos israelíes. «Es un club para pasárselo bien», aseguró el presidente electo, que ha presumido públicamente de amistad con el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu.
A raíz de la resolución, los congresistas republicanos incluso han deslizado una posible revisión de la entrega de fondos a Naciones Unidas –los dólares de Estados Unidos suponen casi una cuarta parte del dinero que recibe la organización–.
El cambio de poder en la Casa Blanca ha inutilizado en cuestión de meses el consenso con el que Guterres se erigió como vencedor de las votaciones para elegir al sustituto de Ban. Entonces, la candidatura del portugués fue capaz de contentar en el Consejo de Seguridad tanto a Moscú como a Washington.
Elegir entre urgente e importante
El cambio climático, la proliferación nuclear, el crecimiento demográfico y el desempleo figuran como «desafíos a largo plazo» para Guterres, en opinión del International Crisis Group, que ha citado en cambio como «prioridades inmediatas» la paz y la seguridad globales.
En términos estratégicos, Guterres deberá buscar el equilibrio en un multilateralismo donde perviven viejas alianzas y en el que Estados Unidos y Rusia siguen ejerciendo de contrapeso, como ha quedado de manifiesto con los persistentes conflictos en la región de Oriente Próximo, entre ellos Siria e Irak.
En cuanto a crisis concretas, el ‘think tank’ ha alertado de la situación de República Democrática del Congo, Libia, Sudán del Sur y Siria. Este último país, de hecho, se ha convertido en el gran protagonista del tramo final de 2016 a raíz del alto el fuego impulsado por Rusia y Turquía y de la perspectiva de una nueva ronda de conversaciones de paz auspiciadas por la ONU.
Las organizaciones defensoras de los Derechos Humanos han valorado en estos años la iniciativa y capacidad negociadora de Guterres como máximo representante de ACNUR, en un momento marcado precisamente por unos niveles de desplazamientos sin precedentes debido a la pobreza y los conflictos.
La investigadora de Amnistía Internacional Anna Neistat ha subrayado que Guterres, como secretario general, tendrá una «autoridad moral» en el escenario mundial que puede ser utilizada para presionar a los países que «cometen» todo tipo de abusos o «bloquean» las iniciativas para detenerlos.