El estancamiento de la guerra civil y la llegada desordenada de armas amenazan con extender el conflicto a toda la región si no se hace algo.
El escenario es Roma, que esta semana es la capital del mundo. Se hace efectiva la renuncia del Papa, se anuncia un resultado electoral catastrófico y John Kerry, el flamante secretario de Estado norteamericano anuncia allí que Estados Unidos entregará material militar a los rebeldes sirios. Después de varios meses de indecisión, que no ha hecho más que empeorar las cosas, el escenario será la reunión ministerial de los Amigos del Pueblo Sirio que se celebra en la capital italiana y a la que también asiste la Coalición Nacional Siria que representa a la oposición unida reconocida por la comunidad internacional.
Según avanzó el Washington Post la intención es enviar chalecos antibalas y vehículos blindados así como proporcionar entrenamiento militar, algo que Francia ya anunció hace tiempo que haría. No es mucho, pero supone una ruptura importante con la política de mirar y esperar que la Casa Blanca había venía desarrollando.
¿Por qué ahora sí? Una primera razón es que Estados Unidos ha terminado de colocar su patio interior. Renovado Obama en el cargo y sustituida la anterior secretaria de Estado, Hillary Clinton, no quedaba más remedio que mirar con lupa la situación de Siria. Y el resultado es que la primera gira del nuevo jefe de la diplomacia está centrada precisamente en ese país.
Alarma en los países vecinos
Curiosamente el anuncio de Kerry en Roma contrasta con una de sus primeras declaraciones como secretario de Estado. Es mejor invertir en diplomacia, dijo Kerry, que gastar después una barbaridad en armas. Es decir, el viejo adagio de que es mejor prevenir que curar. Unas palabras que le honran, pero que no dejan de ser una declaración de intenciones que la realidad se ha encargado de desmentir.
Estados Unidos ha llegado a la conclusión de que, aunque sea con timidez, es necesario intervenir en Siria porque la enfermedad se ha extendido demasiado. Los últimos síntomas de su gravedad proceden de los países vecinos: un altercado entre refugiados sirios y policías turcos terminó esta semana con una treintena de heridos mientras miles de personas siguen huyendo de la guerra y Turquía contabiliza ya unos 300.000 refugiados; A Jordania, el vecino pobre, han llegado ya 400.000 sirios, más de 50.000 solo en el último mes.
El pequeño y siempre inestable Líbano está de nuevo dividido entre quienes apoyan el régimen sirio, encabezados por los chiíes de Hezbolah, y los sunitas de Saad Hariri, que se decantan por la oposición. Por último, un ministro de Iraq, también chií, acaba de advertir que el apoyo de Turquía y Catar a los rebeldes sirios supone una declaración de guerra contra su país porque, asegura, las armas que les están enviando acabarán impactando contra cuerpos iraquíes.
El efecto Al Qaeda
Lo que está sucediendo en la región, en resumen, es que de nuevo se están exacerbando los ánimos entre chiís y sunís. Los primeros (Irán, Iraq y Hezbollah) apoyan al gobierno de Al Assad, que pertenece a la minoría alawí del chiísmo, y los segundos (Turquía y Catar) apoyan a los rebeldes. Y una guerra abierta entre las dos principales ramas del Islám puede incendiar toda la región.
Entre medias aparece la siempre perversa sombra de Al Qaeda, temida también por los chiíes y que ya ocupa un hueco importante en la oposición siria. Se calcula que una quinta parte de los rebeldes son yihadistas y están muy bien organizados. La posibilidad de que caigan en sus manos armas mortíferas es la mayor reserva de Estados Unidos a la hora de actuar, pero es algo que ya parece inevitable. Eso sí, habría que intentar que ello no empeore las posibilidades de una solución pacífica después de una hipotética salida de Al Assad.
La desaparición de Siria
“Mientras Siria se desintegra, amenaza a todo Oriente Medio”. Así titula la revista The Economist su editorial de esta semana. Advierte que Siria puede convertirse en una nueva Somalia poblada de señores de la guerra entre los que el presidente Al Assad sería el más poderoso, pero tan solo uno má
s . Se cierne sobre el país la sombra de una guerra civil permanente y es necesario, asegura el editorial, que Estados Unidos tome cartas en el asunto.Se atreve incluso a ofrecer una receta que parece bastante razonable: la Casa Blanca debe actuar para preservar lo que queda de Siria; debe reconocer un gobierno de transición extraído de la actual oposición y hacer lo posible para que negocien con el régimen actual una vez que se libere de la presencia de la familia Al Assad. Es una propuesta tan complicada como necesaria para evitar una nueva catástrofe en esa castigada región.