Después de tres décadas de guerras y un gobierno de marcado corte fundamentalista, Afganistán trata de salir de los márgenes de la geopolítica con el decidido apoyo de la comunidad internacional, que le ha brindado cuantiosas ayudas en forma de acuerdos bilaterales y planes de desarrollo, con una dotación inicial de 16.000 millones de dólares para el período 2012-2015, a razón de 4.000 millones anuales, más o menos el déficit que el Banco Mundial estima en este país. A cambio, Afganistán tendrá que dar algunas contraprestaciones en forma de compromisos democráticos, elecciones libres, respeto a los derechos humanos y estricto control de las inversiones. Los controles han de ser arduos pues en el mejor escenario posible, el Banco Mundial no estima la autosuficiencia del país antes del horizonte de 2035.
Lo cierto es que el país viene desde muy atrás y a pesar del buen trabajo realizado se trata de un país devastado por la guerra, con una estructura social muy fragmentada, una industria insignificante y un sector primario de subsistencia. Su red de carreteras es muy precaria, su red de ferrocarril apenas cubre 80 kilómetros de recorrido y sus fronteras ni siquiera están bien delimitadas. Sin embargo y tal y como los propios afganos aseguran, el país se encuentra en el mismo corazón de Asia y su importancia estratégica como cruce caminos entre Asia Central, Eurasia, India, China y Oriente Próximo, es indiscutible.
Más reciente y no menos importante es su papel como nido del terrorismo yihadista, situación que provocó la intervención de Estados Unidos como represalia por el 11-S al conocer que el régimen talibán amparaba y cobijaba a las células de Al Qaeda. Por estas razones, Afganistán es en la actualidad el termómetro que marca el equilibrio de la zona y de su estabilidad depende, por extensión, buena parte del equilibrio y la paz mundiales. “Esta es, según mi opinión, el motivo de la intervención occidental en el país y la justificación de los enormes recursos gastados hasta el momento”, asegura el coronel Mario Laborie, doctor en Seguridad Internacional y experto conocedor de la situación de Afganistán.
Sin embargo, la dificultad también es particular y extrema, por razones geográficas, étnicas, culturales y económicas. Los grupos insurgentes – talibanes, Hezb-e-Islami Gulbuddin, la red Haqqani –, dominados por los llamados señores de la guerra, asolan una parte del territorio sobre todo en escenarios rurales, donde el nivel de pobreza y subdesarrollo es extraordinario. Desde la invasión soviética el país no ha conocido más que la guerra y su orografía, seccionada en el centro por una cadena montañosa de más de 6.000 metros, fragmenta a la población en valles, lo que dificulta también la cohesión social, agravada por la multiplicidad de etnias y lenguas. Por último, la ausencia de infraestructuras provoca el aislamiento de algunas regiones, que apenas perciben la acción y la influencia del poder político. Todo esto que algunos han llamado el puzle afgano, dificulta enormemente cualquier acción de pacificación y desarrollo social, económico y político que trate de implementarse en el país.
El juego geopolítico
Dada la situación estratégica del país y su historia reciente, la importancia de Afganistán en lo que Brzezinski llamaría el gran tablero mundial es extraordinaria, como también lo es la cantidad de países que de una forma más o menos velada mantienen intereses en el país. Desde la acción de las fuerzas internacionales y sus planes de desarrollo hasta las empresas indias y chinas que ayudan en las tareas de reconstrucción, pasando por la vecina Pakistán o los influyentes países del Golfo, todas las potencias grandes o medianas con presencia en la zona juegan sus cartas en el tablero afgano. La comunidad internacional, representada por las naciones occidentales, ha mostrado un interés indiscutible por pacificar la zona. Su resolución a la hora de conseguir que Afganistán deje de ser el santuario del terrorismo internacional parece motivo suficiente para justificar los enormes gastos de vidas y recursos invertidos, mientras que otros intereses más tangibles y oscuros, en forma de yacimientos o recursos naturales estarían por demostrar, dado que el país no se ha destapado todavía como una gran potencia en este sentido y las empresas indias y chinas llevan además la iniciativa económica.
Pakistán es por su situación geográfica uno de los países que más intereses tiene en el país y no sólo porque compartan una extensa frontera. El 40% de la población afgana es pastún, una etnia que tiene su gran bolsa de población en Pakistán, precisamente dispersa en las zonas fronterizas y tribales. Este límite fronterizo, trazado a finales del siglo XIX por el Imperio Británico nunca ha sido aceptado por Afganistán, que ha visto a la que consideran su población original separada por una frontera que no reconocen. Esto supone un problema mayúsculo para Pakistán, que perdería buena parte de su territorio y su soberanía si cediera a las pretensiones afganas, lo que provoca un tenso y prolongado conflicto fronterizo entre ambos.
Irán, que aspira a ser una potencia dominante en la zona, mezcla actividades a favor y en contra de la gobernanza de sus vecinos, aunque en líneas generales, los afganos nunca les han visto con buenos ojos. Sus ayudas a los talibanes son conocidas, aunque se trate más de un intento por desestabilizar a los Estados Unidos que de una abierta simpatía. Irán, al igual que Pakistán, comparte frontera con los afganos y aunque en este caso no hay conflictos fronterizos tan evidentes, sí mantienen pugnas con temas capitales como puede ser la gestión del agua de los ríos que cruzan ambos países. Afganistán lleva años tratando de construir varias presas para canalizar el agua de sus ríos, muchos de los cuales terminan en irán, que no tiene interés en perder caudal de agua en sus zonas más áridas. De momento, la pugna se ha saldado con una tensión creciente y algunos recientes atentados en las presas afganas.
India y China son las dos grandes potencias asiáticas y los dos países con más presencia económica en Afganistán. India, que mantiene un conflicto abierto con Pakistán en Cachemira, interpreta cualquier movimiento de este país como una hostilidad y viceversa, de ahí que sus recelos se interpreten también en el tablero afgano. Además de contrarrestar a Pakistán, India aspira a extender su influencia y abrir un puente hacia Asia central por la vía afgana, de ahí que sea uno de los grandes interesados en pacificar la región y de los principales perjudicados por la posible marcha de las fuerzas internacionales, una situación que preocupa seriamente en la India y que podría hacer cambiar su política, tradicionalmente blanda y afable en Afganistán.
China, por su parte, tiene a India como rival regional y se siente más próximo a Pakistán en este conflicto, aunque su interés principal en Afganistán, como en África y cualquier otro lugar del mundo es esencialmente económico, tanto en el plano comercial como en el acceso a los recursos naturales de la zona. Afganistán tiene una pequeña y curiosa frontera con China – una de las más altas del mundo – que parte de un apéndice en el contorno del país, en su extremo nororiental y que se denomina corredor de Warkhan, un pequeño nexo que habilita los intereses comerciales entre ambos países. En el plano geoestratégico, China también desea la pacificación afgana, no sólo porque facilita el intercambio comercial sino por la penetración de islamistas radicales en la región de Xinjiang, una de las principales inquietudes de la seguridad nacional china. En esta región, las etnias uigures de religión sunita mantienen vínculos con los talibanes y también con Al Qaeda y aspiran a la independencia de China.
Rusia, que libró una cruenta guerra en Afganistán entre 1978 y 1992, se mantiene de momento como una potencia secundaria en liza, con evidentes intereses pero de momento no demasiada presencia. Rusia tiene sus propios problemas en el Cáucaso, con regiones como Chechenia, Ingushetia y Daguestán, de mayoría musulmana y muy sensibles a la radicalización que pueda llegar de Afganistán. Además, los grupos islamistas que operan en estas regiones están muy vinculados al tráfico de drogas, principalmente de heroína, cuya planta, la amapola, se cultiva en Afganistán y entra en Europa vía Rusia.
Los países del Golfo, Emiratos Árabes, Catar, Arabia Saudita o Kuwait mantienen también una política dual hacia Afganistán en la que se mezclan actividades a favor y en contra de la estabilidad del país. Por un lado, se trata de países muy ricos que buscan posicionarse en la región y por otro, están interesados en mantener el ‘statu quo’ de fuerzas para que las familias reinantes mantengan sin amenazas su poder interno. “Si los centros de poder del mundo árabe estaban tradicionalmente situados en El Cairo, Bagdad o Damasco, a día de hoy estas capitales han perdido peso por sus conflictos internos, cediendo el eje a las monarquías del Golfo, que como nuevos núcleos de riqueza y poder aspiran a influir”, explica el coronel Laborie.
Incluso Japón, la tercera economía del mundo, pero muy alejada geopolíticamente de la zona contribuye a la reconstrucción de Afganistán económicamente, aunque en su caso se trata más de una ayuda con connotaciones solidarias que una inversión con ánimo de ser recuperada con contraprestaciones.
El tablero afgano es complejo y tremendamente intrincado pero también apasionante por la cantidad de países implicados, que de momento mantienen un prudente equilibrio de fuerzas. Sin embargo, la posible salida de las fuerzas internacionales, que supondría la previsible liberación de las fuerzas insurgentes afganas, puede desbocar la partida en cualquier sentido.