Al aventurero español Ali Bey, alter ego de Domingo Badía Leblich, solo le falta una película que retrate su apasionante vida de viajes, descubrimientos, disfraces, huidas e intrigas cuando el libro que le dio vida está a punto de cumplir 200 años.
El catalán Roger Mimó acaba de presentar en Marruecos una de las ediciones más completas de los «Viajes de Ali Bey por África y Asia», a cargo de la Editorial Almed, con tres tomos, fotografías actuales de muchos de los lugares que Ali Bey visitó, abundantes notas explicativas y los grabados y mapas originales de 1814.
Diez años le ha llevado a Mimó recorrer en distintos viajes los mismos escenarios del trayecto que el catalán Domingo Badía, bajo la identidad de Ali Bey, realizó entre 1804 y 1808, desde Marrakech hasta Estambul, pasando por Alejandría, Chipre y La Meca.
Claro que Roger Mimó no ha tenido que disfrazarse para su empresa de noble sirio como hizo Badía para transformarse en Ali Bey, ni ha participado en conspiraciones políticas urdidas desde Madrid, ni ha pretendido derrocar al Sultán de Marruecos para ocupar su lugar, ni ha encargado alijos de armas clandestinos en un puerto atlántico.
En el viaje de Ali Bey se mezclan un evidente interés científico sobre prácticamente todo lo que le rodea, unido a pertinentes observaciones antropológicas, junto con confusas explicaciones sobre misiones políticas nunca aclaradas, que arrojan un halo de sospecha sobre todo el conjunto de su obra.
Para sus defensores, entre los que Mimó sin duda se encuentra, Ali Bey era un ilustrado afrancesado, «con una extraordinaria erudición» enciclopédica: tenía conocimientos de astronomía, zoología, botánica, física, arquitectura y geografía, y era además un excelente dibujante que trazó en un tiempo récord planos de las mezquitas de La Meca y de Jerusalén como nadie había hecho antes.
Pero han sido muchos los biógrafos y estudiosos que han maltratado a Ali Bey por sus manejos políticos, por su egolatría, por su poca claridad con respecto a sus creencias religiosas y hasta por su confusa identidad sexual.
¿Era o no un espía al servicio de Godoy? ¿Quiso conquistar Marruecos para la corona española? ¿Se convirtió verdaderamente al islam, o era un cristiano disfrazado? ¿Qué hizo con todas las esclavas que le «regalaron»? ¿Trabajó en paralelo o en cruzado para Inglaterra o para Francia?
Algunos de los biógrafos que se han ocupado en el pasado del personaje -con muy poca benevolencia- han asegurado que Badía era portador de un proyecto político al que se subordinaba todo lo demás: conquistar Marruecos o, al menos, asegurarse plazas fuertes para garantizar el suministro de cereal a España y la seguridad de una ruta comercial con África negra y con el sur del Mediterráneo.
Roger Mimó piensa que en Ali Bey prevalecía sobre todo el afrancesado que quiso traer a África «las luces» de la Ilustración e instaurar en Marruecos el estado de derecho, y así debe verse su intento por ocupar el Sultanato, no como un proyecto colonialista.
Del mismo modo, Mimó cree que Ali Bey no fue un impostor cristiano disfrazado de musulmán, sino que a lo largo de su estancia en tierras del islam, terminó sintiéndose muy cerca de esta fe y admirando gran parte de sus preceptos, aunque al mismo tiempo criticase una y otra vez a sus practicantes.
Por último, y en contra de lo que sugirió Juan Goytisolo, Mimó sostiene que no cabe ninguna duda sobre su identidad sexual, ya que en Marruecos tuvo trato carnal con una nativa con la que tuvo un hijo al que se preocupó de mantener, y si en el relato de sus viajes Ali Bey insiste en su abstinencia sexual, era para no chocar a su entorno y a su propia esposa, que lo esperaba en España.
La historiadora marroquí Amina Auchar comparte con Mimó esa fascinación por el islam que parece cautivó a Ali Bey, y reconoce que los marroquíes de entonces se sintieron obnubilados por los artilugios de medición que el catalán traía, lo que explica en gran parte el caudal de admiración que encontraba.
Sin embargo, Auchar recalca que el personaje siempre suscitó sospechas en la corte marroquí, tanto que siempre andaba con algún escolta pegado a sol y a sombra, y solo así se explican los extraños viajes de idas y venidas que el sultán le obligó a realizar.
Qué más da. Si todas aquellas conspiraciones fueron verdad o una vana ilusión no tiene hoy importancia. Queda para la posteridad los aportes científicos y etnológicos de un hombre que pareció multiplicarse en varios para ser capaz de observar y recoger tantísimos detalles de un mundo desconocido y legarlos a la posteridad.