Geraldine jugaba fútbol sala. Era delantera y le gustaba marcar goles pero su vida se apagó sin haber marcado todavía el mejor tanto de su carrera. Según su padre, que ha publicado un emotivo mensaje en las redes, la Guardia Nacional llegó por sorpresa por la espalda, subidos en sus motos y con las luces apagadas. Ella estaba frente a su edificio y su único delito era participar en una cacerolada.
Su padre recuerda que hubo un disparo. «Intentó escapar y se cayó», recuerda. Según los vecinos, uno de los motoristas le dijo al otro, “¡Dispárale!” y el otro se negó. Entonces, el que mandaba de los dos disparó a Geraldine.Sin piedad. El disparo lo realizaron desde un metro de distancia y fue directo a la cara.
La joven tenía toda la vida por delante. «Deportista y dicharachera», así la describe una estudiante de Citotecnología de la Universidad Arturo. Tenía 23 años y era la “la bujía de la familia”. Entró en la sala de operaciones diciendo a los doctores “apúrense, háganlo rápido, que siento que se me quema el cerebro”. La joven confiaba en que saldría adelante. Sin embargo, el disparo le impactó en el ojo derecho y le causó la pérdida inmediata. El ojo izquierdo tampoco se salvaría, según aclararon después los médicos. El daño cerebral fue irreparable. Geraldine pasó por dos cirugías. La segunda, con una duración de ocho horas.
La noche más larga en la vida para su padre
Esa noche, la del 19 de febreo de 2014, fue la más larga de la vida de Saúl. Intentó llegar al hospital aunque, entre las barricadas y una sensación de toque de queda no oficial, solo logró llegar hasta la mitad del camino. Tuvo que esperar al día siguiente para poder estar con su hija. Tres días después, el sábado 22 de febrero a las 12:35 pm, frente a su madre, un cura y Saúl, Geraldine fue desconectada.