A tan solo 14 kilómetros de España, la interpretación radical del Islam está calando como «lluvia fina» en las mentes de los jóvenes, especialmente en la región del norte marroquí de Tánger-Tetuán-Alhucemas. Algo que únicamente puede prevenirse desde la educación y la cultura.
Es lo que trata de hacer desde 1993 la Asociación Tetuaní de Iniciativas Sociolaborales (Atil), socio local de Manos Unidas, que ahora ha seleccionado el distrito de Coelma por sus indicadores de exclusión social, falta de servicios públicos básicos, altas tasas de paro y abandono escolar, inseguridad, delincuencia juvenil, tráfico de drogas y antecedentes de radicalismo.
Allí, esta ONG desarrolla un proyecto de prevención de la radicalización violenta en adolescentes de entre 12 y 15 años en riesgo de exclusión, con el que sus profesionales tratan de «abrirles un poco la mente», en palabras de su director general, Mohamed Fuad.
Y es que la religión lo «impregna todo» en la sociedad marroquí, muy especialmente en el ámbito familiar, un predominio que lleva a estos chicos a tener un «pensamiento crítico inducido».
«Cuando se les pregunta qué quieren aprender, la mayoría tiene la necesidad de que les enseñen religión«, algo que «no es normal» si se compara con las inquietudes que suelen tener los jóvenes de esas edades, comentaba Fuad en una charla celebrada esta semana en Madrid.
Más de 1,2 millones de personas de entre 15 y 24 años no están ni trabajando, ni estudiando ni formándose; el curso pasado, casi 300.000 abandonaron el sistema educativo, lastrado de por sí por un fuerte colapso.
Con la reforma del sistema del año 2000, «inspirada en ideologías neoconservadoras», el sistema educativo privado se ha disparado en detrimento del público, y no porque «haya aumentado la clase pudiente», sino porque la gente está dispuesta a «hipotecarse» y «quitarse de comer» para llevar a sus hijos a centros de pago para no «condenarles a la marginalidad».
Dificultades de acceso al sistema sanitario, infraestructuras deficitarias y una carencia de un sistema de protección social completan una radiografía que desvela una ruptura «definitiva» de la cohesión social en el país norteafricano.
Cuando miran a Europa, de la que solo le separan 14 kilómetros, pero en los que se concentra la mayor desigualdad del mundo, con una diferencia del nivel de renta de hasta 15 veces entre un extremo y otro, la crisis de identidad que les provoca es total.
La consecuencia es que dejan de «creer en la justicia del hombre, y cuando eso sucede, solo les queda creer en la justicia divina».
Todo ello convierte a los jóvenes en carne de cañón para los grupos extremistas. De hecho, tres de cada cuatro de los radicales violentos, el 74 %, proceden de entornos desfavorecidos y barrios marginados, y el 6,7 % son menores de 25 años.
El «gran reto» son las nuevas tecnologías y las redes sociales, porque cuando un chico accede a los mensajes de «profetas y telepredicadores» con los que sus profesores no pueden competir, «ya tiene difícil solución».
Por eso es tan importante la prevención: «hay que emponderar a los jóvenes para que tengan pensamiento crítico y no sean tan vulnerables a los mensajes de los extremistas», tratando de explicarles que «la solución a sus frustraciones no es radicalizarse, sino canalizarlas a través de la participación pacífica en la sociedad», señala Fuad.
Devolverles, en suma, «la fe en que si la justicia de los humanos no funciona, a ellos les toca hacer algo para hacerla funcionar». Y eso solo se consigue con la educación y la cultura.