Las Mancomunidades, ¿la solución al conflicto territorial? En los últimos quince años antes de la irrupción de la dictadura de Primo de Rivera, España vivió quizás el más alto momento de entendimiento de toda la etapa liberal, apareciendo una figura, la Mancomunidad, que podría haber sido la solución al problema territorial en un momento en el que empezaba a fraguarse el discurso nacionalista. “Es un momento álgido de consenso pero también de insuficiencia porque todo está cambiando. La única forma de descentralización eran las diputaciones y Cataluña recuerda que no sólo existen las provincias, sino también las nacionalidades históricas. Esto se plantea también en otras partes, pero con menor cohesión. En el País Vasco, por ejemplo, no se hace porque le tienen mucho afecto a las diputaciones”, explica el profesor de la Autónoma de Barcelona, Martí Marín.
Para el catedrático de Historia Medieval – y profesor de Historia Contemporánea – de la Universidad de Navarra, Jaume Aurell, la forma política de la Mancomunidad dentro de un contexto de consensos funcionó gracias a figuras como Francesc Cambó, Prat de la Riba o Eugenio D’ors, que tenían su contrapartida en Madrid en la Generación del 14, con Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Azaña, Madariaga o Gregorio Marañón. “Eran gente muy pragmática que trataba en todo momento de tender puentes. En esta época es cuando mejor funcionó el equilibrio siempre difícil de conseguir una autonomía natural para Cataluña y un encaje dentro de España. Me sorprende que no se le de más importancia en la actualidad porque es una época en el que la cosa funcionó”, afirma.
Cataluña constituye su Mancomunidad en 1914 agrupando a las cuatro diputaciones provinciales y con un alto nivel de consenso, pero los distintos proyectos que se ponen sobre la mesa son muy diversos y no están tan claros. Extremadura, por ejemplo, quiere mancomunarse con Sevilla. León, Zamora y Salamanca querían mancomunarse entre sí, pero no integran, por ejemplo, a Valladolid. El éxito de este proyecto en Cataluña fue la gran unidad que se logró. “La pedían los republicanos, los monárquicos liberales y también los federalistas, porque creían que la Mancomunidad podía ser un primer paso hacia el estado federal. El éxito de la propuesta en Cataluña viene sin duda del consenso”, afirma Martí Marín.
La adhesión de Barcelona al condado de Aragón
La adhesión de Barcelona al condado de Aragón. El extraño testamento de Alfonso I el Batallador, que pretendía dejar su trono a las órdenes templarias y hospitalarias de los Santos Lugares provocó una convulsión en el reino de Aragón que se solucionó coronando a Ramiro II, hermano de Alfonso, a quien hubo que sacar de un convento. Ramiro casó con una dama, Inés de Poitiers y tuvo una hija, Petronila, que garantizaba la sucesión de la corona.
Para evitar que su sobrino Alfonso VII de Castilla pudiese hacerse con el trono aragonés, Ramiro prometió a su hija con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, tras lo cual regresó al convento. Con aquella jugada se cumplía de alguna forma con el testamento de Alfonso I – Ramón Berenguer había sido ordenado caballero templario – y se insuflaba sangre nueva a la corona de Aragón.
Barcelona es la principal ciudad de la corona por encima de Zaragoza
Barcelona era por entonces una ciudad muy poderosa y tal y como resalta el catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Navarra, Jaume Aurell, “los condes seguirán recibiendo en Barcelona, que será la principal ciudad de la corona por encima de Zaragoza, pero con aquella unión se puede decir que el conde de Barcelona, al que le venía muy bien el título de rey – que ya había tratado de conseguir sin éxito en la Provenza francesa – empezaba a moverse con cierto ánimo de cohesión y si se quiere decir, aunque no es estrictamente correcto, con una visión más hispánica”.
La de Barcelona y Aragón es una unión dinástica y estratégica, mediante la cual el conde de Barcelona, que es el ‘primus inter pares’ respecto a los demás condes catalanes, puede aspirar a un título proporcional a la enorme fuerza que va a tener Barcelona en el Mediterráneo. Según apunta Salvador de Madariaga en su libro ‘España’, es significativo que el primer hijo de Ramón Berenguer IV reine como Alfonso II el Casto, rey de Aragón y conde de Barcelona, adoptando una denominación – Alfonso – propia de los reyes de Aragón y abandonando por tanto los nombres habituales del linaje barcelonés. Ante aquel proyecto de envergadura, las banderas locales pasaban a un segundo plano.
En cualquier caso, cabe decir que aquella confederación aragonesa no miraba hacia la península, sino hacia el Mediterráneo y aunque hoy sabemos que la unión de Castilla y Aragón construyó España, bien pudiera haber ocurrido que Aragón o Castilla terminaran siendo naciones europeas como lo es Portugal. “Aquí el tema clave es Aragón, un reino que hace de bisagra entre Castilla y Cataluña, que en la Edad Media se lanza hacia el Mediterráneo y que en la Edad Moderna pivotará hacia Castilla. La Edad Media se inclina al Mediterráneo igual que la Edad Moderna se inclinará hacia el Atlántico y aquí prevalecerá Castilla”, apunta el catedrático Jaume Aurell.
Los catalanes, un elemento de resistencia contra Napoléon
La guerra del Bruch y la resistencia napoleónica. En 1808, tras el estallido del 2 de mayo en Madrid, España se levantó en armas contra el invasor francés y Cataluña no fue una excepción. De hecho, una de las primeras batallas, celebrada el 6 de junio, fue la del paso del Bruch, donde no más de 2.000 voluntarios hicieron retroceder al doble de franceses. Una semana después las tropas invasoras volvieron a intentarlo y esta vez la batalla fue encarnizada. Cuando peor lo pasaban los españoles, un redoble de tambores al otro lado de la montaña alertó a los franceses de la llegada de refuerzos y optaron por huir. Según se cuenta, aunque la historia tiene visos de ser una leyenda, no existían tales refuerzos. Fue un joven de Santpedor, Isidret Lluçá Casanovas, quien hizo sonar su tambor y la resonancia de las montañas convirtió el redoble en todo un ejército.
Al margen de la resistencia armada al invasor, el siglo XIX fue un siglo de construcción de una idea de España en la que Cataluña participó de forma activa. La ausencia del rey fue aprovechada por las Juntas locales, unidas en las Cortes de Cádiz, para ensayar una forma de gobierno que se alejaba de la monarquía absoluta para pasar a una monarquía liberal con Constitución. “Eso ha sido un punto de encuentro muy claro porque existe un objetivo común que es transformar una vieja monarquía absoluta en un moderno régimen constitucional y además la propuesta surge al mismo tiempo de distintos puntos de España. Luego habrá que ver cómo se conforma la nación, cómo se divide en regiones o cuántas lenguas tiene, pero es claro que existe una voluntad general de cambio”, explica el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, Martí Marín.
Las Cortes de Cádiz, un intento claro de cohesión
Hasta 17 diputados catalanes participaron en aquellas Cortes de Cádiz que elaboraron la Constitución de 1812, entre ellos personajes tan importantes como Antonio de Campany, militar, filósofo y político barcelonés que fue uno de los que más alentó la resistencia a los franceses y uno de los grandes artífices de la Constitución de 1812. “Era un hombre muy catalán y muy español”, añade el profesor de Historia Moderna de la Universidad de Barcelona, Fernando Sánchez Marcos.
“Todo el siglo XIX es un encuentro y desencuentro constante de aquello que se ha propuesto en Cádiz. Las continuas revoluciones y contrarrevoluciones tratan de escribir su propia teoría sobre aquello, con momentos de mayor consenso y de mayor fractura. En Cádiz comienza una historia muy larga de construcción, muy parecida a la que viven otros países, aunque nuestra historia siempre haya tenido muy mala prensa. Francia pasa de República a monarquía tres veces Estados Unidos tuvo una guerra civil terrible y otros, como Italia o Alemania hubo que coserlos”, concluye el profesor Martí Marín.