La sentencia del 11-M, ocho meses y medio después del inicio del juicio y tres años y medio después de los atentados, resolvió en mayor o menor medida cuestiones como la autoría material, la cooperación necesaria y en cierto modo también el arma del crimen, esto es, el explosivo utilizado, que si no fue concluyente al menos sí se demostró que los autores emplearon dinamita de Mina Conchita, independientemente de que pudiera haber también otros tipos de explosivos. El juez Bermúdez sentó en el banquillo de los acusados a 29 personas, quince marroquíes, nueve españoles, dos sirios, un argelino, un libanés y un egipcio, absolviendo a ocho personas y condenando a 21 con penas que fueron desde los 42.984 años de Otman El Gnaoui o los 42.982 años de Jamal Zougam, hasta los tres años de prisión de Nasreddine Bousbaa y Mahmoud Slimane Aoun por falsificación de documentos o la misma pena para Antonio Reis y Sergio Álvarez por transportar explosivos.
La sentencia da por probado que los suicidas del piso de Leganés, que causaron al inmolarse la muerte del GEO Francisco Javier Torronteras, junto con Jamal Zougam son los autores materiales del atentado. Otros 14 miembros de la banda son acusados de asociación o colaboración terrorista, mientras que el resto cumple penas por delitos como falsedad documental o tráfico de explosivos. Rabei Osman El Sayed Ahmed, alias ‘el Egipcio’, fue detenido en Milán en junio de 2004 tras ser captada por la policía italiana una conversación en la que se autodenominaba ideólogo y organizador del atentado, aunque fue absuelto de estos cargos por la sentencia, más tarde ratificada por el Supremo.
La autoría intelectual del atentado no ha podido ser desentramada pese a los intentos que apuntaron primero a El Tunecino y después a El Egipcio, finalmente absuelto. El Tunecino, fallecido en el piso de Leganés junto a otros componentes de su banda era el catalizador en el proceso de islamización, mientras que ‘El Chino’ – “drogadicto, ladrón… todo menos religioso”, según el confidente Cartagena – era un delincuente común que pudo haberse radicalizado por influencia de Sarhane ben Abdelmajid, alias ‘El Tunecino’.
El suicidio del piso de Leganés tuvo una circunstancia un tanto extraña que cuenta con detalle el abogado José María de Pablo, defensor de una de las asociaciones de víctimas durante el juicio y autor de ‘La cuarta trama’, un libro alejado de teorías preconcebidas y escrito exclusivamente con datos extraídos del sumario. Cuenta De Pablo que antes de inmolarse, algunos suicidas se despidieron de sus familias llamando desde sus teléfonos móviles. Estas llamadas tuvieron una curiosa coincidencia y es que todas se realizaron con distintas tarjetas pero desde un mismo terminal, lo que presenta una situación un tanto ridícula y es que siete suicidas que iban a perder la vida inmediatamente, evitaban dejarse deudas cambiando disciplinadamente sus tarjetas del mismo teléfono móvil. En una de las llamadas, la única que pudo ser grabada, el hermano de Abdallah dice no reconocerle.
En todo caso, no es la única de las incógnitas que se abren en torno a los hechos probados. Para el ex diputado del PP, Jaime Ignacio del Burgo, miembro de la Comisión de Investigación del 11-M y autor del libro de reciente aparición ’11-M, el atentado que cambió la historia de España’, publicado por La esfera de los libros, “no existe ninguna prueba fehaciente de que los siete que se suicidan en Leganés fueran los que pusieron las bombas”. Del Burgo entiende además que hay una incógnita más sin resolver. Si la acusación de Zougam se sostiene sobre dos testigos que aseguran haberle visto en los trenes, ¿cómo es posible que no haya testigos que aseguren haber visto a alguno de los otros siete autores?
La autoría de ETA
Parte fundamental de las llamadas teorías de la conspiración, la autoría de ETA fue sostenida en primer lugar por el Gobierno, inducido por los informes de la Policía, y algún tiempo después sostenida o al menos no descartada por algunas partes de la investigación alternativa realizada por los medios de comunicación. Jaime Ignacio del Burgo asegura que él nunca sostuvo la autoría de ETA porque no existe ninguna prueba que conduzca a pensar en este sentido. “Lo que yo dije entonces y lo sostengo ahora es que nunca se ha hecho una investigación seria y rigurosa que descarte la posibilidad de un vínculo entre islamistas y etarras”, explica.
Lo cierto es que la sentencia, aún reconociendo que desconoce quién fue el autor intelectual del atentado, descarta a ETA, mientras que la sentencia del Supremo descarta a ETA y también a Al Qaeda, aunque esto no impide que el móvil haya sido la radicalización islamista de sus autores y que Al Qaeda, sin haber inducido el crimen, sí lo haya inspirado. José maría de Pablo también ve “muy improbable” que ETA haya intervenido, “no hay pruebas de que haya sido así pero en realidad no hay pruebas que apunten a nadie”, añade, porque no se ha investigado la autoría intelectual. El juez Gómez Bermúdez entiende que la autoría intelectual, cuando no hay un claro inductor que por tanto comparte culpabilidad con los autores, no es objeto necesario de la investigación, luego reconoce que este extremo no ha sido investigado.
Las conexiones del 11-M con ETA vienen a raíz de los contactos de ‘El Chino’ con la banda terrorista. Este delincuente tenía una casa en Laredo y viajaba habitualmente al País Vasco, donde llevaba a cabo operaciones de compra y venta de drogas y de armas. Un testigo protegido, T-74, confidente de la Policía bajo el sobrenombre de Omar y amigo personal de El Chino declaró que los contactos de este con ETA comenzaron en 1994, cuando coincidió con un terrorista de ETA en la cárcel de Carabanchel que le enseñó a fabricar una bomba casera utilizando una bombilla. También mencionó una conversación con el hermano de El Chino en el que este le confesaba que su hermano viajaba mucho al País Vasco porque tenía muchos conocidos de ETA con los que colaboraba. Otro de los que relacionó al Chino con ETA fue Suárez Trashorras, que según declaró, el 29 de febrero, tras la detención de los etarras Gorka Vidal e Irkus Badillo, con 500 kilos de explosivos, hablaron por teléfono y este les dijo: “Estos dos chicos que han detenido en Cuenca son amigos míos”.
La venganza por Irak
Para el ex diputado del PP, Jaime Ignacio del Burgo, una de las grandes mentiras que se ha utilizado respecto al 11-M es que se trata de una venganza por la foto de las Azores, en la que España, junto a Reino Unido y Estados Unidos escenifica su consentimiento a la intervención militar en Irak. “Es increíble que se haya usado este argumento cuando este no podía ser un elemento esencial para los yihadistas y sí Afganistán, un régimen que protegía a Osama Bin Laden y de donde, por cierto, había tenido que salir a la carrera ante la entrada de los norteamericanos. La defensa de un dictador laico, como era Sadam Hussein no debería estar en la mente de un fundamentalista”, explica Del Burgo.
Terroristas confidentes, ¿se podía haber evitado?
Una de las cosas que más sorprende en la trama del 11-M es que muchos de los terroristas fuesen además confidentes de la Policía. “Esta es la gran pregunta del 11-M. ¿Cómo es posible que todos a los que se les atribuye el atentado eran confidentes de la Policía, de la Guardia Civil o del CNI o estaban siendo estrechamente vigilados por estos cuerpos?”, se pregunta el ex diputado popular Jaime Ignacio del Burgo. “En Estados Unidos – continúa – tras el 11-S hubo una comisión de investigación y se dijo que el FBI y la CIA no actuaron de forma coordinada y no estuvieron a la altura de las circunstancias al permitir que ocurriera el atentado. No es que les culparan directamente pero se dejó claro que no habían tenido una actuación diligente. ¿Qué hubiera pasado en EEUU si se sabe que todos los que secuestraron los aviones estaban bajo vigilancia policial o eran directamente confidentes? El escándalo hubiera sido monumental. Aquí, sin embargo, no ha pasado nada”.
Hasta tres veces los confidentes informaron a los cuerpos de seguridad que Trashorras traficaba con dinamita desde 2001, que por otra parte había sido confidente del inspector jefe de la sección de estupefacientes de la comisaría de Avilés, Manuel García alias Manolón. ‘El Tunecino’ era seguido de cerca por otro confidente de la Policía, el conocido como el Cartagena, mientras que Rafá Zouhier estaba infiltrado en la banda del Chino.
“Sostener que había una conspiración que involucraba a miembros de los servicios secretos marroquíes, los franceses, políticos españoles, etarras, miembros de los cuerpos de seguridad… esto es muy paranoico y se ha utilizado para ridiculizar, pero esto no quiere decir que el 11-M no está lleno de oscuridad. A veces se habla de una gran conspiración para ridiculizar todas las dudas razonables, pero cuando haces una recopilación de todas las anomalías o irregularidades, salen unas cuantas. Lo que yo creo es que se ha querido apuntalar una versión, que es la que interesaba”, lamenta Jaime Ignacio del Burgo y añade: “A día de hoy creo que a nadie le interesa ya saber la verdad sobre el 11-M”.