La Maré amaneció hoy en silencio y en calma. Muchos lloran de puertas adentro a Marielle Franco, pero, como asegura doña Helena, un símbolo de resistencia en la favela, «el dolor fortalece» y sus habitantes tienen «el deber» de continuar su lucha. «Nadie nos va a callar», proclama.
«Mari», como la conocen cariñosamente en el barrio, nació y creció en una de las zonas calientes de Nueva Holanda, la comunidad más conflictiva del complejo de Maré, una auténtica ciudad con 140.000 habitantes y mayor conjunto de favelas de Río de Janeiro.
Tenía muchos amigos allí y trabajaba muy estrechamente con Redes da Maré, la principal organización social del complejo, que hoy lucía en su fachada un enorme crespón negro con la leyenda «Justicia por el asesinato de Marielle».
Una de sus fundadoras es Helena Edir Vicente, «doña Helena», que vio a Mari crecer, tener a su hija con solo 17 años, pelear por los derechos de las minorías y saltar a la militancia política hasta convertirse en concejal por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL, izquierda).
Hoy llora la muerte de Marielle, tiroteada en pleno centro de esta ciudad brasileña el miércoles por la noche, después de participar en un acto político con mujeres negras.
A sus 38 años, Marielle era un símbolo de los colectivos castigados. «Era mujer, negra, procedente de una favela y lesbiana. Era incómoda», recuerda doña Helena en entrevista con Efe.
«Querían callar la voz que les estaba incomodando, pero no esperaban que tuviera esa repercusión. Pensaron que iban a callar su voz, pero se dieron un tiro en el pie porque con esta repercusión van a tener que dar una respuesta a la sociedad», asegura.
«Hoy, la favela está más fuerte. Vamos a luchar para conseguir Justicia. Las ONG y las entidades van a abrazar la causa en su memoria», continúa.
«Tal vez haya algo de recelo, pero no van a conseguir callar nuestras voces», insiste esta mujer que llegó a la favela cuando «no había nada, ni agua, ni electricidad», trabajó en la creación de una red social y perdió a su hijo por una bala perdida.
«Su muerte me dio más fuerza para ayudar a los jóvenes; por eso no salgo de la favela», explica doña Helena que, a sus 68 años, reconoce que no pudo evitar colocarse en el lugar de la madre de Mari cuando supo del crimen.
No puede identificar a los culpables pero no oculta su recelo de la policía y admite que muchos vecinos de la favela temen al Ejército y a los agentes, que han dejado un triste rastro de víctimas en la Maré.
«Creemos que hay que abrazar la causa y hacer Justicia, pero hay mucha gente asustada y vamos a tener que hacer todo un trabajo», admite.
Un «trabajo de hormiguita», dice, que empieza en los colegios «para concienciar a las personas sobre su futuro» porque «nada puede impedirnos soñar con cambiar».
También Andreza Jorge lucha por un cambio. Mujer, negra y joven, trabajó estrechamente con Marielle para concienciar a las mujeres de la favela.
Hoy está devastada pero dispuesta a gritar para pedir Justicia porque necesita «creer que su muerte no va a quedar impune».
Marielle fue «un símbolo» y su asesinato «es un mensaje para intentar frenar la resistencia, pero el movimiento ha crecido y no hay vuelta atrás», sostiene Andreza.
La joven recuerda la historia de una amiga a quien su madre insistía en que su lugar como mujer, negra y habitante de una favela era trabajar como limpiadora.
«Marielle no aceptó ese lugar» y «por atreverse a estar en otros lugares ‘que no son los nuestros’ molestó a mucha gente», lamenta.
«El recado es que volvamos a nuestro lugar, que es escondidas, en el cuarto de la plancha, detrás de los balcones, sin voz», denuncia.
Pero «la semilla está plantada» y no hay retorno, gracias a figuras como Mari, a quien Andreza recuerda como «una mujer fuerte y valiente».
«Nunca la vi sentirse amenazada, ni debilitada. Siempre muy fuerte, hablando y riendo alto», exclama.
Optimista, Andreza confía en que su hija de tres años, negra y nacida en la favela, «tendrá un futuro mucho mejor».