“¿No me escucháis, me acerco más al micrófono?”, preguntó Iglesias a los más de 7.000 simpatizantes que hoy abarrotaban el Palacio Vistalegre de Madrid. “El pueblo siempre tiene razón”, apostilló de seguido ante el requerimiento.
Pablo Iglesias encaja en cualquier ocasión su cariz de líder natural, el mismo que en febrero le hizo ilustrar las papeletas de un tímido movimiento gestado en la calle, en los barrios, en los bares. En los locales en los que se celebraban las asambleas del descontento.
Por aquel entonces, ha confesado hoy ocho meses después y con la perspectiva del éxito electoral inesperado, se mostró receloso a que su cara se asociase a lo que empezaba a ser Podemos. Lo aceptó sin más remedio que la resignación. “Y colocamos no a una persona, sino a cinco, a cinco”, ha insistido, “en el Parlamento europeo”.
El líder- aunque ese aún no sea su cargo electo- no oculta que la política le desgasta y que, en lo personal, le pasa factura. Así se lo ha confesado hoy, en «grand comité», a sus bases. «Ya me gustaría a mí, os lo aseguro, descargarme de responsabilidad», les ha dicho. Pero que la modestia no se interprete como signo debilidad. Sabe que, sin él, Podemos acabará desinflándose y por eso, la de hoy, ha sido una ocasión para borrar todo rastro de una fractura que él dice está mal entendida.
Por el Vistalegre se dejó tras hacerse rogar más de una hora– quizás, bien es cierto, no por su propia iniciativa, sino por los exigentes controles que hicieron retrasar la entrada al recinto. Pisó la platea como una estrella de rock. O quizás, más bien, del deporte. Porque el símil al baloncesto ha sido reiterado: “Como la selección en 2008 estuvo a punto de ganarle a EEUU, nosotros también lo estamos”, decía después Iglesias en su discurso ante el entusiasmo de su aforo. Entre el público, las camisetas con círculo morado eran mayoría. “Qué orgullo”, ha dicho un eufórico Juan Carlos Monedero, “a ver qué partido puede presumir de algo así”.
Antes de subir al escenario, ha besado a quienes se acercaban, escoltado siempre por personal de seguridad, y ha acaparado la atención de los flashes. Los gestos de afecto han sido también para su “rival” Echenique, compañero sin embargo de escaño en Bruselas y que compite ahora con la propuesta de un Podemos que hace más horizontal al partido piramidal que ha concebido Iglesias.
En mangas de camisa blanca, como la que habitualmente luce también el secretario socialista Pedro Sánchez, con el gesto de puño en alto y envuelto en los gritos de «Sí se puede» y “A por ellos” como cánticos de batalla, Iglesias se ha presentado ante ese pueblo al que siempre apela para recordarle que la victoria es posible.
Quizás no sea casual que el escenario elegido haya sido precisamente el Palacio de Vistalegre, símbolo de esa «casta» que él mismo critica. El mismo lugar, que Zapatero escogió en 2002 para, arropado por Felipe González, convocar a una militancia gravemente desmotivada tras la derrota electoral. Dos años después, cuando el PSOE había ganado las elecciones, los socialistas regresaron al Palacio para enarbolar el «espíritu de Vistalegre» y recordar una Historia que, 125 años antes, había comenzado a escribir, precisamente, otro Pablo Iglesias.