Acabo de terminar la carrera y me han diagnosticado titulitis.
He leído en Internet y no soy un caso aislado: al parecer otros especímenes como yo también sufren de esta fatal enfermedad. Los expertos analizan la víctima de esta mortífera epidemia: se trata de un varón o mujer de 18 a 25 años, matriculados en una universidad española. Sus síntomas son dispares. Desde una adición patológica por cualquier título, acreditación, diploma o certificado que pruebe cualquier conocimiento aunque no se tenga, hasta una preocupante obsesión con rellenar el currículum.
Hay pocos estudios al respecto de esta rara enfermedad, pero algo se conoce. Al parecer, los padres son un gran foco de contagio de titulitis. Según el barómetro elaborado por The Family Watch, el 75,9 por ciento de las familias españoles ve indispensable que sus hijos consigan un título universitario, mientras que sólo 1 de cada 10 consideran un buen porvenir un ciclo de formación profesional, pero al mismo tiempo somos el segundo país de la Unión Europeo con más desempleados universitarios.
Pero poco importa que un título no te asegure un futuro profesional. Los que tenemos titulitis queremos muchos y los queremos ahora y hay muchas formas de conseguirlos. Puedes pagar para que te lo de una universidad privada o puedes pagar para que te lo de una universidad pública. Hay todas las clases, grado, máster, doctorado, presenciales y online, simples, dobles y triples.
El caso de los onlines es algo curioso. Diplomas de formación profesional que te acreditan, desde tu casa, para ser socorrista, peluquero canino o tatuador. El sumun de la titulitis aguda, los expertos informan.
Hay otra características de los títulos que quieren los enfermos de titulitis, y es que valen dinero. No sirve un título que sea “4 años de experiencia en un supermercado de Londres” para optar a una beca para trabajar en el extranjero. Es mucho mejor un título físico, de cartón y sello de brillantina. No cualquiera, sino ese diploma de 200 euros que sólo expide un organismo en concreto. Los pacientes de titulitis, como se puede comprobar, son muy exigentes con las sustancias que calman su adicción.
Con este panorama, he conocido de todo. He tenido profesores que me han avisado del mal camino que recorría con esta droga dura (“los títulos no sirven para nada, lo importante es la experiencia”) pero también he tenido profesores que me tiraban por la mala vida (“sin máster no eres nada. Sin título de idiomas no eres nada. Sin notas altas no eres nada»).
Los años corren y aprender y conseguir competencias se ha vuelto algo secundario en mi camino hacia el título. Los profesores, a su vez, facilitan mi trabajo con exámenes tipo test que, por favor, deben escribirse con lápiz, “que sino la máquina que corrige no capta la respuesta».
Y a golpe de verdadero y falso he fraguado mi historial académico y he vaciado mi mente.
He terminado la carrera, un doble grado, que ahora están tan de moda. Para tener no un título, ¡sino dos! En sólo 5 años, a 2000 euros por año cursado en una universidad pública. Un poco caro, pero son dos títulos. Y ahora mi etapa de enfermo continúa.
El diagnostico, ¿es grave doctor?. Bueno, me dicen que ahora tengo que hacer un máster o dos y conseguir aprobar otro idioma (que no aprenderlo), porque mínimo necesitaré tres para calmar la titulitis. En la cima de este proyecto vital de estudiante, al final del túnel se hará la luz y conseguiré trabajo, quizás cuando tenga 26 años.
Mi mente de enfermo me dice que al final del camino este trabajo tendrá una buena remuneración. Todos alabarán los títulos que acredito tener y seré un trabajador competente.
Yo y mis títulos, me dice mi cabeza enferma, seremos felices.