Rafael Santamaría, presidente de Reyal Urbis, acaba de dar otra muestra de inteligencia y sagacidad acogiéndose a la figura del preconcurso de acreedores. En una situación financiera desesperada desde hace al menos tres largos años, le pasa la pelota de una potencial quiebra de 3.600 millones de euros a los bancos acreedores con los que ha estado jugando al ratón y al gato durante tanto tiempo. Entre otras cosas, se evita que sean los bancos el que insten el concurso de la compañía y, de paso, se ser declarado culpable en un hipotético concurso de acreedores.
Visto que las cosas no dan más de sí, Santamaría ha decidido que hasta aquí hemos llegado. Hasta ahora, su táctica había sido la de renegociar la deuda con los bancos con un primer objetivo de que sus acreedores financiaran los gastos corrientes de la compañía. Porque las previsiones de ventas de viviendas contenidas en los acuerdos eran una utopía, un proyecto sin posibilidad alguna de ser cumplido. Dicho de otra forma, solo eran la excusa perfecta para mantener al muerto con respiración.
Ahora, los bancos acreedores –con el Grupo Santander al frente- tendrán que buscar una fórmula imaginativa para no trasladar a sus cuentas de resultados los restos del naufragio de una posible suspensión de pagos. Ahí están los precedentes de, por ejemplo, Martinsa Fadesa, que tanto daño le hizo a Caja Madrid o Banco Popular.
De momento, Santamaría ha conseguido lo casi imposible. Ha evitado la entrada de los bancos en el capital –como ha ocurrido en los casos de otras grandes del sector como Metrovacesa y Colonial-, ser retirado totalmente de la escena y también ceder algunos de sus mejores activos a las entidades financieras a cambio de deuda. Una jugada maestra que la extraordinaria duración de la crisis y el deterioro del mercado inmobiliario se ha llevado por delante.
Ahora, traspasa el muerto a los bancos. Llámenle chantaje o desesperación, pero estamos a las puertas de lo que podría ser la segunda mayor suspensión de pagos de la historia empresarial española después de la de, precisamente, Martinsa Fadesa.
La de la empresa producto de la fusión en pleno boom de Reyal y la histórica Urbis –controlada hasta entonces por Banesto- es la crónica de una muerte anunciada. En bolsa ya solo vale 25 millones de euros, una miseria comparada con aquellos 3.300 millones a los que se valoró Urbis cuando Santamaría la compró. Si los bancos no lo remedian no se sabe muy bien cómo, unos de los iconos de la burbuja del ladrillo acabará en el cementerio por puro agotamiento. Su táctica no ha sido muy distinta a la de los bancos: esperar una mejora del mercado reteniendo sus mejores activos. Pero el tiempo se ha acabado.
Santamaría, el promotor madrileño que un día soñó con liderar el mercado inmobiliario español, parece haber tirado la toalla, aunque algunos interpreten que, una vez más, consigue ganar tiempo. El final de su aventura no será tan abrupto como el de aquellos competidores -Luis Portillo tras su desastrosa aventura en Colonial o la familia Sanahuja tras su asalto al poder en Metrovacesa a precio de oro- que fueron expulsados de sus empresas de mala manera.
Santamaría ha demostrado ser mucho más listo, pero esto no será suficiente si en los cuatro próximos meses de negociaciones con los acreedores que impone el preconcurso no es capaz de llegar a un buen acuerdo y salvar su enésimo »match ball». Lo que no puede ser no puede ser y además es casi (en el caso del presidente de Reyal) imposible.