Una torre que voló en Eindhoven lo que no voló en Milán. Un canterano que marchó imberbe y volvió killer. Dos rubios platinos sacados de Disneylandia. Un marroquí talentoso que no sabe de Brexit. Una colonia catalana imponiendo la sutileza con dinero oriental. Ya está aquí. Volvió la Champions, el Torneo futbolero por excelencia cada temporada. Con permiso de las periódicas Copa del Mundo y Copa de Europa de Naciones. Un engranaje económico y mediático que nos regala delicias cada vez que suena su himno.
El aficionado medio se preocupa -y bien que hace- porque el balón bese la malla. Al otro lado del Canal de la Mancha su estruendoso “YES!” dispara las ventas de pintas. En las oficinas de la UEFA preocupa la puntualidad en que los equipos salten a los campos, el color de la “U televisiva” o los contratos con sponsors del mundo entero.
Odio al fútbol moderno. ¿Por qué? Precisamente el fútbol moderno hace que esperemos las noches de martes y miércoles de Otoño y Primavera como el maná en el desierto. Soñamos con hazañas, con duodécimas, con Ludogorets de turno dando la campanada en donde cada temporada toque. Este maridaje de Europa añeja, de millones y de marketing, hacen de la Champions un torneo singular, único, esperado, deseado y cotizado. Qué se lo digan a Florentino…
Esta máquina perfecta de generar emociones y repartir millones tiene unos ingresos aproximados de 1.200 millones de euros. Uno detrás de otro. Una televisión de Japón. Un gas ruso. Un boleto de un aficionado de las 3.000 viviendas. Uno detrás de otro. ¿Por qué? ¿Para qué? Para sentir lo que sintieron los atléticos cuando Antoine reventó el Allianz Arena. Para sentir lo que sintieron los diablos rojos cuando John Terry patinó. Para sentir lo que sintieron los chés cuando Pellegrino mandó el balón… a las manos de Kahn. Para sentir, en fin, lo que los blancos sintieron en aquel minuto 93 en Lisboa.
Si el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes, la Champions es la competición más importante del deporte más importante. Y por eso mueve lo que mueve… Algunos datos para quedarnos como Oblak en la tanda de Milán: Pep Guardiola percibe 17 millones de euros al año por llevar la orejona a casa citizen. Simeone 8 para que a la tercera vaya la vencida. Emery 5 para que, al fin, el PSG sea un candidato real y no soñado… millones aquí, millones allá, jugadores y entrenadores que van y vienen… todos con un objetivo: lograr lo que el Fundador del Torneo logró en once ocasiones.
La Champions es el Trofeo más codiciado. Los equipos invierten e invierten. Y la UEFA paga y paga… hasta por perder un partido. Vale la pena invertir. Mucho de lo invertido vuelve por el simple hecho de jugar la Copa. Imaginemos si se gana: más de 60 millones de euros.
Nunca una temporada como la presente se presentó tan atractiva: Barca, Madrid, Atlético, Juve, PSG, City, Bayern… y mirándoles, no desde muy lejos, equipos como el Sevilla o el Mónaco. Todos han hecho inversiones multimillonarias y perseguirán la orejona como don Roman hasta que la logró contra el Bayern, en casa del Bayern. Y todos creen que el que la sigue, la consigue. Qué se lo digan a Diego Pablo…
El fútbol es parte de la economía y, si alguien lo duda, qué vea la Champions. Se odie o no se odie el fútbol moderno, la Champions no hay quien la odie. Y representa el fútbol moderno por excelencia, con raíces de fútbol añejo. Mírenla con ojos de euro y verán lo que descubren.
Hagan apuestas. Las casas de apuestas ya las hacen. Y bien que ganan. Más fútbol moderno. Más diversión. Más noches inolvidables de Otoño y Primavera. Esto es la Champions. Esto es Moneyball.