Pasé muchos años oyendo de Rafael Juárez a través de mi hermana y la relación que mantenía con su familia y con él. A través de ella me acerque a su poesía. Nunca la abandoné desde entonces. No le conocí a él pero si a su mujer, Pilar. Hoy hace un año que murió después de una larga enfermedad que le afectó casi la mitad de su vida.
En esta España en la que es casi imperioso manifestarnos de que lado estamos, de uno o de otro, de este partido o aquel, de ese equipo de futbol o de aquel otro, de estas ideas o de aquellas, recuerdo que en Granada era común manifestarse de Rafa Juárez o de Luis García Montero. Probablemente habría de los dos o de ninguno de ellos. Pero yo en este caso, cuando no acostumbro a manifestarme habitualmente y menos ante los fanáticos del dogma, era, soy, de Rafa Juárez. De alguien que a través de sus versos parecía llegar al mas recóndito lugar de nuestro ser, poniendo en palabras lo que ni nosotros sabíamos que sentíamos. Lo imagino paseando en Granada, tardes oscuras de invierno, llevando en la memoria alguno de sus sonetos y siento paz.
Pronto aparecerá la publicación de su obra póstuma, Todas las despedidas, en Pre-textos. Mientras lo espero, vaya aquí nuestro pequeño homenaje un año después con su certero Lo que vale una vida:
Estoy en esa edad en la que un hombre quiere,
por encima de todo ser feliz, cada día.
Y al júbilo prefiere la callada alegría
y a la pasión que mata, la renuncia que hiere.
Vivir entre las cosas, mientras que el tiempo pasa
-cada vez menos tiempo para las mismas cosas-
y elegir las que valen una vida: las rosas
y los libros de versos, y el viaje la casa.
Hasta ahora he vivido perdido en el mañana
-seré, seré, decía- o en el pasado-he sido
o pude ser, pensaba- y el mundo se me iba.
Ahora estoy en la edad en la que una ventana
es cualquier aventura, y un regalo el olvido.
Ya no quiero más luz que tu luz mientras viva.