Tras la última misión tripulada a la Luna, que tuvo lugar el 7 de diciembre de 1972, el objetivo que hoy se plantea la NASA es llegar a Marte. Más de 40 años han tenido que pasar desde la última misión a la Luna para que la agencia espacial haya encontrado otro objetivo a la altura de sus ambiciones. El viaje tripulado a Marte concita la misma ilusión que aquellas de los primeros colonos del espacio en la década de los sesenta y por primera vez se vislumbra como posible. El viaje tripulado al planeta rojo se concibe para 2030, aunque aún quedan muchas incógnitas por resolver a nivel técnico para que este sea viable.
Según informó hace unos meses el administrador de la Nasa, Charles Bolden, una hipotética misión tripulada a Marte implicaría poner en marcha tres misiones simultáneas. Una transportaría a los astronautas, otra el hábitat necesario para su supervivencia en el planeta rojo y una tercera, cargaría la plataforma de lanzamiento para despegar desde la superficie de Marte, de regreso a la Tierra.
Precisamente es la idea del regreso la que más dificultades presenta, no sólo por el volumen de la plataforma de lanzamiento y por tener que realizar un despegue jamás ensayado en un planeta extraño, sino por la propia supervivencia de los astronautas en Marte, habida cuenta de que todos sus recursos: medicinas, alimentos, agua, oxígeno… deben ser transportados desde la Tierra y que estos siempre serán limitados.
La NASA calcula que todo este equipo ocuparía cerca de 500 toneladas métricas y de momento, el programa Curiosity sólo ha ensayado con éxito el aterrizaje de una tonelada métrica, por lo que el recorrido, en este aspecto, es todavía muy largo. En este sentido, el descubrimiento de agua en las profundidades del planeta rojo sería un avance muy importante, siempre que se encontrase la manera de emplearla para la subsistencia de los astronautas.
El problema de la radiación
Una misión tripulada a Marte, que está a 560 millones de kilómetros de la Tierra, implicaría un viaje de unos 253 días, lo cual expondría a los astronautas a una radiación continuada y a unos niveles altísimos. Por los cálculos extraídos de la misión Curiosity, un viaje de 253 días sometería a la tripulación a una radiación de unos 455 milisieverts, sólo por la influencia de los rayos cósmicos, a los que habría que sumar las partículas de baja energía provocadas por las llamaradas solares. Esto equivaldría a hacerse un TAC o escáner de rayos X cada seis días de viaje hasta un total de 38 en menos de un año. Y eso sin contar las llamaradas solares, impacto que se podría minimizar programando el viaje para una fecha en la que el ciclo solar estuviese en mínimos.
Según indica el físico de la UNAM Manuel López Michelone en su blog, la exposición a un Siervert de radiación en un tiempo de vida determinado, por ejemplo 60 años, puede aumentar en un 5% la posibilidad de contraer un cáncer incurable. Además estaría el problema del viaje de vuelta, que implicaría sumar como mínimo otros 180 días sometidos a radiaciones. Claro que también podría suprimirse, como ya se ha comentado, ese viaje de vuelta y hacer de la misión una colonización permanente.
El ex astronauta Edwin Buzz Aldrin, el segundo ser humano que pisó la Luna, ya se ha pronunciado a favor en una reciente entrevista en el diario El Mundo: “Los astronautas que viajen a Marte tendrán que firmar el compromiso de que están dispuestos a quedarse allí el resto de sus vidas”, dijo, y lo justificó: “No vamos a traer a la gente de vuelta, es demasiado caro. La Tierra necesita establecer un asentamiento permanente en otro planeta y dejar que crezca”.
Morir de aburrimiento
Uno de los peligros que contempla la agencia espacial – si bien no es el más alarmante – a la hora de enviar una misión tripulada al planeta rojo es la falta de actividad que podría derivar en una fuerte desmotivación provocada por el aburrimiento. Lógicamente no es el aburrimiento en sí lo que preocupa a la NASA, sino las conductas derivadas de él, que pueden variar desde la depresión hasta una peligrosa falta de atención que podría derivar en descuidos letales.
Se ha comprobado que en misiones científicas a lugares remotos, como pueden ser los polos, cuando los investigadores están sometidos a conductas muy rutinarias y viven en espacios estrechos, en muchos casos acaban descuidando los protocolos de seguridad y se ven, por ejemplo, ante temperaturas extremas sin el equipo adecuado. Un error de este calibre en un planeta como Marte sería letal.