El presidente de la Corporación de RTVE, José Antonio Sánchez, ha anunciado este jueves que, a partir del próximo lunes, no empezará el »prime time» (el horario de máxima audiencia) más tarde de las 22.15 horas, lo que supone que películas, series y otros formatos empezarán y terminarán más temprano.
Las televisiones en la búsqueda de inflar los datos de share, porcentaje con el que venden la publicidad, han elegido sacrificar espectadores. Lo hacen al posponer la emisión de sus productos de prime time a horas que, en realidad, son de late night. Es la televisión para noctámbulos, que se convierte, como analizamos aquí hace unas semanas, en uno de los obstáculos colaterales de nuestra ficción. También de programas de entretenimiento, que pierden ritmo y personalidad al ser estirados como un chicle.
Por tanto, para cuidar las series y los programas se retarda su hora de comienzo. De esta manera, su duración llega a franjas de menor competencia, con el consecuente resultado de que hay producciones que terminan pasada la una de la mañana. Nada que ver con antaño, cuando a las doce menos cuarto ya finiquitaba cualquier serie y se daba paso al late show de turno.
Ahora es el producto principal el que comienza casi a las 11 de la noche. Unas decisiones de programación que ya nada tienen que ver con los hábitos de consumo españoles, como a veces se justifica desde las cadenas. Al contrario, son horarios forzados por las propias televisiones con la intención de maquillar las debilidades de sus formatos y, de paso, vender una pausa publicitaria más a precio de máxima audiencia, aunque ya no esté en la franja de prime time.
Así parece que existe más audiencia. Así suben el porcentaje de cuota de pantalla (porcentaje de personas que están viendo un canal sobre el total de consumidores de televisión en ese instante) pero, al mismo tiempo, así también pierden la media objetiva de número de espectadores, que es lo debería interesar a los anunciantes.
El público lo sufre. Una parte de espectadores se termina marchando a la cama durante la emisión y, por consiguiente, las series pierden fuelle. ¿Cómo se puede enganchar a la audiencia de una ficción si se pierde el final de la trama? Son los daños colaterales de una implacable guerra por la mejor cuota de pantalla de la que TVE hace bien en salirse. Aunque, al principio, lo padecerá. Los fieles seguidores de las series, en cambio, lo agradecerán.