El héroe de Cleveland, el vecino que oyó los gritos de Amanda Berry y la sacó de su encierro, dijo que llevaba un año viviendo en el barrio, que conocía a Ariel Castro y que era increíble lo que había hecho cuando parecía un tipo absolutamente normal, porque habían hecho barbacoas juntos y les gustaba escuchar música salsa.
Pero detrás de esa fachada de normalidad, Ariel esconde otra cara que cada vez se vuelve más perversa. No dista mucho del prototipo de secuestradores de larga duración: manipulador, egocéntrico, violento y dominador. Así es como son, hombres que desean controlar la vida de una persona de tal manera que la encierran para que satisfaga todos sus deseos.
Ariel Castro, puertorriqueño de 52 años, llevaba viviendo en el 2207 de Seymour Avenue (Cleveland, Ohio), la que ya se conoce como la casa de los horrores, desde el año 1992. En 1996, su mujer y sus cuatro hijos huyeron, harta ella de los malos tratos a los que la sometía; de hecho, ya en 1993 casi la mató de un golpe en la cabeza cuando se recuperaba de una cirugía cerebral.
En 2005, otra mujer con la que tuvo tres hijos también le denunció por malos tratos, aunque finalmente la causa se archivó tras no presentarse ella al juicio. Dijo que la había amenazado de muerte a ella y a sus hijos, que le había roto la nariz y las costillas, que le provocó un coágulo en el cerebro y que le dislocó el hombro, según cuenta el USA Today.
Un año antes, la Policía ya le había investigado de nuevo, en esta ocasión por haberse olvidado a un niño en una parada de autobús durante un día de trabajo como conductor de autobuses escolares. Y en 2009, se le volvió a expedientar por negligencia y desprecio de la seguridad de los pasajeros.
Su hijo Anthony, que ha contado en el Daily Mail que la casa tenía tres puertas cerradas con candados que estaban completamente vetadas, la del garaje, la del sótano y la de la buhardilla, ha dicho que su padre era violento y controlador.
La mayoría de los vecinos coinciden en lo contrario. Para ellos, era un hombre nada problemático que dejaba a los niños del barrio montar en su moto y que charlaba tranquilamente con las familias en los porches de las casas.
Aunque no todos. Zaida Delgado, de 58 años, reconoce al New York Times que «había algo que no iba bien en él. Era arrogante, iba por la vida como diciendo, »yo soy el mejor».
Uno de sus tíos, Julio César Castro, que emigró de Puerto Rico junto al padre de los Castro, aseguró que su sobrino, de unos años a esta parte, se había vuelto más retraído: «Pudo ser a causa de su personalidad oculta, debía tener dos personalidades«.
Pero la familia esconde más recovecos oscuros: una de las hijas de Ariel Castro, Emily, que sufre un trastorno maníaco depresivo desde los 13 años, cumple 25 años de prisión por haber intentado matar a su bebé de 11 meses. Los hechos sucedieron el 4 de abril de 2007, un día después de que su novia la abandonara.
Emily apuñaló a su hija cuatro veces en el cuello y después se hirió ella misma en el cuello y en las muñecas y trató de ahogarse en un arroyo cercano.
Junto a Ariel han sido detenidos otros dos hermanos, Pedro y Onil. Según ha contado Anthony Castro, hijo de Ariel, su tío Onil también es dueño de la vivienda y desde hace unos diez años vivía solo después de romper una relación de más de 15 años con una mujer con la que tuvo dos hijos.
«Mi padre era el más fuerte de los tres; los otros dos son alcohólicos, siempre los recuerdo borrachos«. De su tío Pedro, que vive con la madre, dice que es hasta difícil mantener una conversación con él debido a su grado de alcoholismo. «Cada vez que voy a ver mi abuela siempre está ahí, en la cama, borracho, viendo la televisión».