Los medios de comunicación han presentado una imagen aterradora del presunto pederasta de Ciudad Lineal, un forzudo adicto al gimnasio, con éxito entre las mujeres, musculado y peligroso que hubo de ser detenido por los mismísimos GEO. Sin embargo, esta percepción dista mucho del retrato íntimo del pedófilo que publica este viernes el diario El Mundo, donde muestra a un Antonio Ortiz retraído y acomplejado que causó en su infancia más de un quebradero de cabeza a su madre, que imploró en más de una ocasión -de acuerdo con sus vecinos del barrio madrileño de Hortaleza donde se crió- «Ay Antonio… este chaval me va a matar, va a quitarme la vida».
Sus profesores hablan de un niño que no se relacionaba con los demás, que jugaba solo, un pequeño atormentado por la prematura muerte de su padre, pero al mismo tiempo duro, «aceptaba los castigos sin inmutarse» dicen aquellos que le dieron clase en la escuela. Los vecinos del barrio -donde se mudó con su madre y su hermana a finales de los años 70 y permaneció hasta los 22 años- aún conservan el recuerdo de un niño rubio «muy educado y majete, aunque tímido». «Pasaba mucho tiempo solo porque su madre trabajaba y no tenía padre, estaba ingresado en un sanatorio de Gredos», afirman. En este sentido apunta que la madre de Antonio Ortiz trabajaba hasta tarde en Campsa y que eventualmente ejercía de azafata. «Salió en un anuncio de Ariel», añaden.
Los vecinos del bloque donde vivía el futuro pederasta recuerdan las sonoras broncas que mantenía con su novia -con la que tuvo un hijo- «casi todas las noches». En una de aquellas trifulcas, ella se refugió en la casa de un vecino para llamar desde allí «llorando» a su abogado. «Un día él llegó a las siete de la mañana con una botella de ron, el portero le preguntó de dónde venía y él respondió que de fiesta», le siguieron los secretas y el portero tuvo que ir a declarar para decir a qué hora había llegado….algo había pasado».
Sin embargo antes de su noviazgo, Antonio Ortiz ya mostró los primeros síntomas de ser una persona cuanto menos problemática. No en vano, como recuerdan los vecinos, «desde los seis años estaba en internados«. Todavía recuerdan la paliza que le dieron en cierta ocasión en el barrio siendo un adolescente.
La rutina del Enemigo Público Nº1
Junto a su última pareja conocida, una venezolana llamada Andrea, fueron a vivir al barrio de San Blas. Como antaño, las peleas eran constantes hasta el punto de que ella llegaba a agredir al presunto pederasta, llegando incluso a encerrarlo en la casa hasta el punto de que el conserje del inmueble tuvo que lanzarle las llavaes desde una ventana para que pudiera abandonar su propio hogar.
Ya entonces era un vigoréxico adicto a las pesas y el sudor del gimnasio, aunque solía acudir de madrugada. No le gustaba ser visto a pesar de que nunca faltaba a su cita con el Smart Gym, un gimnasio frecuentado por policías situado a escasos 200 metros de la Dirección General de la Policía en el barrio de Hortaleza. Muchos de ellos compartieron ejercicios con el presunto Enemigo Público Nº1 de Madrid. El resto de clientes lo recuerdan como un tipo en apariencia simpático. «No decía ni hola, se limitaba a esbozar una media sonrisa cuando entraba», evocan.
La misma parquedad en palabras con las que responde hoy a los interrogatorios de la Policía.