Varios de los artículos que cada fin de semana dedicamos desde estas páginas de Teinteresa a comentar los temas de salud, han sido dirigidos a explicar la importancia que tienen las bacterias que viven con nosotros, particularmente las que habitan en nuestro sistema digestivo. Así, les hemos comentado que nuestros intestinos contienen billones de bacterias, si las pesáramos se piensa que llegarían a los dos kilos, y que son fundamentales para la digestión y metabolización de los alimentos que tomamos. También les hemos contado como parece que las bacterias intestinales participan en el proceso de la regulación de nuestro peso. Si recuerdan les contamos como las personas más gruesas tienen una proporción diferente de determinadas bacterias en sus intestinos. Pero, parece, que la importancia que tienen las bacterias que habitan en nuestro organismo es aún mucho mayor.
El ser humanos tiene una compleja población de bacterias en su intestino. Se ha comenzado incluso a demostrar, que cada individuo tendría una flora intestinal particular y específica de él, aunque existiría un grupo común de bacterias para todos los individuos de la especie humana. La diversidad del ecosistema bacteriano intestinal de cada persona se denomina microbiótica. Es decir, en palabras más sencillas la microbiótica sería el conjunto de bacterias que conviven con cada uno de nosotros sin producirnos enfermedades.
Según algunos estudios que se han realizado, una de cada cuatro personas tiene una flora intestinal bacteriana menor de lo normal o presentan una pobre diversidad de microorganismos en su intestino y eso puede tener una importancia grande porque, como ahora veremos, la microbiótica puede defendernos de sufrir algunas enfermedades y no solo las relacionadas con el aparato digestivo.
Si cuidamos nuestra flora intestinal bacteriana parece que podríamos reducir la incidencia de algunas enfermedades. Es decir, si tenemos contentas a las bacterias que viven en el interior de cada uno de nosotros, estás podrían defendernos de sufrir diferentes patología. Entre estas patologías evidentemente se encontraría la obesidad, pero también parece que la alteración microbiótica favorece la aparición de enfermedades tales como la diabetes o la hipertensión arterial.
Parece que las bacterias intestinales son muy sensibles a las grasas. Varios estudios experimentales que demuestran que la dietas ricas en grasa aumenta la proporción de unas bacterias conocidas como Gram-negativas.
Las bacterias Gram-negativas se caracterizan porque no son capaces de captar una tinción especial para ver bacterias que se llama tinción de Gram, ya que tienen una membrana que las rodea que impide que el colorante de la tinción penetre en ellas.
Parece ser, que estas bacterias Gram-negativas liberan más endotoxinas a la sangre, y son estas endotoxinas las que de alguna manera participan en el proceso de la producción de la diabetes mellitus ya que estas endotoxinas consiguen que las células sean resistentes a la insulina y, por lo tanto, no capten adecuadamente la glucosa y se favorezca así un aumento de glucosa en la sangre circulante.
Pero las investigaciones que se están realizando sobre la importancia que tienen las bacterias de nuestro intestino, no solo en enfermedades del propio sistema digestivo sino también de origen cardiovascular, no se paran con los hallazgos sobre su papel en la diabetes. Un estudio publicado en la prestigiosa revista Nature Medicine, ha demostrado que la determinación en sangre y orina de un compuesto denominado trimetilamina n-óxido (TMAO), que es sintetizado por las bacterias intestinales como producto de degradación de la carnitina, permite predecir el riesgo de sufrir un infarto de miocardio o un accidente cerebrovascular. Esta molécula TMAO, modifica la forma en que el colesterol se pega a las paredes de los vasos sanguíneos, en concreto a las arterias. Es decir, el TMAO no cambia los niveles de colesterol pero dificulta que este sea metabolizado en el hígado y que el hígado pueda deshacerse de él.
Las bacterias de nuestro intestino también evolucionan con los nuevos alimentos que tomamos. Un buen ejemplo de esto es el recientemente se ha descubierto que unas bacterias comunes del intestino, del género Bacteroides, son capaces de alimentarse de unos carbohidratos complejos y únicos que contienen determinadas algas marinas. Esto parece que ocurre solamente en las Bacteroides que tienen en su intestino en concreto la población japonesa y no todos los demás. En este sentido, se ha descubierto que las Bacteroides japonesas de alguna manera han incorporado en su genoma una serie de genes, que se estima alrededor de nada menos que 40, que son indispensables para poder degradar estos carbohidratos de las algas marinas.
Existen muchas teorías que intentan explicar la llegada de esos 40 genes a las bacterias del género Bacterioides de los japoneses y no en individuos de otras poblaciones. Una teoría dice que la presencia de algas en la dieta común nipona, por ejemplo las algas que contiene el popular sushi, hace que los japonenses también consuman las bacterias marinas. Una vez en el intestino, estas bacterias marinas se habrían reproducido con las bacterias de su flora microbiótica incorporándose así los 40 genes marinos en las nuevas bacterias generadas en el intestino.
Dice la historia que tanto las bacterias como los virus han tenido una gran influencia en su propio desarrollo. Sobre la mitad del siglo XIV, entre los años 1346 y 1347, estalló la mayor epidemia de peste de la historia de Europa, la peste conocida como negra. La peste negra fue causada por la bacteria Yersinia pestis, que afecta a las ratas negras (las ratas de cloaca) y a otros roedores y se transmitía a través de los parásitos que vivían en esos animales, en especial las pulgas.
En el siglo II después de Jesucristo, gobernaba en Roma el emperador Marco Aurelio. En esos días Galeno, médico personal del emperador y también de los gladiadores del circo romano, describió que muchas personas presentaban ardor inflamatorio en los ojos, enrojecimiento en la cavidad bucal y la lengua, aversión a los alimentos, mucha sed, sensación de abrasamiento interior, fetidez de aliento, erupciones y fístulas, agotamiento físico y diarreas. Muchos de estos pacientes sufrieron finalmente delirios, y la muerte les llegó entre el séptimo y noveno día. Estaban ante la peste conocida posteriormente como Antonina o también conocida como peste de Galeno. La peste devastó la ciudad de Roma y se piensa que llegó con las legiones romanas que regresaron de las campañas del cercano Oriente. En el período comprendido entre el año 165 y el 180 fue contraída por 20 millones de personas y de ellos 5 millones murieron. En este caso, el causante parece ser que fue un virus muy similar al virus Variola virus (virus de la viruela) o a un virus de la familia Paramyxoviridae, como el virus del sarampión.