Pablo VI, beatificado hoy por el papa Francisco, fue el primer papa con un pontificado viajero durante el que clausuró el Concilio Vaticano II, interrumpido por la muerte de Juan XXIII, y propugnó la reconciliación entre las diferentes Iglesias.
El Papa Pablo VI, cuyo nombre era Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini, fue el pontífice 262 de la Iglesia Católica.
Nació en el seno de una familia acomodada en Concesio, cerca de Brescia, en la región italiana de Lombardía, el 26 de septiembre de 1897.
Educado por jesuitas, ingresó en 1916 en el seminario, pero debido a su frágil salud, se le permitió vivir en casa.
El 29 de mayo de 1920 fue ordenado sacerdote y enviado a Roma.
Comenzó sus estudios diplomáticos en la Academia de los Nobles Eclesiásticos y continuó la carrera de derecho en la Universidad Gregoriana.
En 1922 ingresó en el servicio papal adscrito a la Secretaría de Estado, donde permaneció durante treinta años.
Un año más tarde, fue trasladado a Varsovia como consejero en la nunciatura, pero retornó a Roma en 1924 debido a su siempre precario estado de salud, al que no sentaban bien los duros inviernos polacos.
En 1931 le fue asignada la cátedra de Historia Diplomática y en 1937 fue nombrado asistente del cardenal Pacelli, en ese momento secretario de Estado, más tarde Pío XII.
Tras la elección del papa Pío XII, en 1939, Montini permaneció bajo las órdenes directas del cardenal Luigi Maglione y del propio Papa, del que fue uno de sus más estrechos colaboradores.
En 1952, Pío XII reveló que le había ofrecido el capelo cardenalicio, pero que él lo había rechazado; un año más tarde fue nombrado arzobispo de Milán, donde pronto fue conocido como «arzobispo de los pobres».
En 1958 fue consagrado cardenal por Juan XXIII, quien lo nombró su asistente y le encomendó la preparación del Concilio Vaticano II, convocado en 1962 por el más tarde conocido como «Papa Bueno».
El 21 de junio de 1963, tras la muerte de Juan XXIII, el cardenal Montini fue elegido papa en el tercer día de cónclave y adoptó el nombre de Pablo VI.
Durante su papado (1963-1978) concluyó el Concilio Vaticano II, la gran asamblea ecuménica que marcó al mundo católico en la segunda mitad del siglo XX y que supuso la mayor revisión de la liturgia desde el Concilio de Trento.
Impulsor de la idea ecuménica del Concilio, Pablo VI inauguró los viajes por el mundo. Visitó Tierra Santa (1964), donde se produjo el histórico encuentro con el Patriarca ortodoxo Atenagoras I.
Viajó también a Bombay (India), la ONU (1965), Fátima (Portugal), Estambul, Bogotá, Ginebra, Uganda, Asia Oriental y Australia y vivió los difíciles años que sucedieron al Concilio, en los que la tensión entre la primacía del papa y la colegialidad del episcopado, fue una constante.
Pablo VI falleció en Castelgandolfo, residencia de verano de los papas, en la madrugada del domingo 6 de agosto de 1978. Le sucedió Juan Pablo I.
El papa Montini dejó escritas siete encíclicas: «Ecclesiam Suam» (1964), «Mense Maio» (1965), «Mysterium Fidei» (1965), «Christi Matri» (1966), «Populorum Progressio» (1967), «Sacerdotalis Caelibatus» (1967) y «Humanae Vitae» (1968), esta última en la que reafirmó la negativa de la Iglesia Católica al control de la natalidad y a los métodos anticonceptivos.
El 11 de mayo de 1993, quince años después de su muerte y durante el pontificado de Juan Pablo II, se inició oficialmente su proceso de beatificación.
Las luces, las esperanzas y las tensiones
Francisco durante uno de sus discursos elogió cómo el papa Giovanni Battista Montini «vivió todo el sufrimiento de la Iglesia después del Vaticano II: las luces, las esperanzas, las tensiones».
Y es que el gran desafío del que fuera arzobispo de Milán fue el de llevar acabo el proyecto de Juan XXIII del Concilio Vaticano II, una tarea muy difícil que corrió el riesgo de fracasar en varias ocasiones por las grandes novedades que contenía para la Iglesia.
El diario del Vaticano, «L»Osservatore Romano», subrayaba cómo Pablo VI «guió» el Concilio Vaticano II y se preocupó de orientar a la Iglesia hacia los nuevos tiempos que se vivían.
Su pontificado se caracterizó por los cambios, pero también por fomentar el diálogo, y el 15 de septiembre de 1965 instituyó, con el «Motu proprio» llamado «Apostolica sollicitudo», el Sínodo de obispos para ayudar al pontífice a realizar su tarea de gobierno en la Iglesia universal.
La necesidad de confrontarse fue uno de sus pensamientos fijos y los aplicó también al propugnar la reconciliación entre las diferentes Iglesias.
Y prueba de ello fue el histórico gesto del que se cumplen 50 años cuando se encontró y se abrazó con el entonces patriarca Atenagoras, abriendo un camino de reconciliación entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, después de más de 500 años del Cisma de Oriente.
También, el 14 de septiembre de 1975 al recibir en la Capilla Sixtina al ortodoxo Melitón de Calcedonia, a quien abrazó y besó los pies en otro de los gestos sin precedentes para la Iglesia.
Pablo VI fue, con su viaje a Tierra Santa, el primer pontífice que sintió la necesidad de viajar fuera de Italia y visitó además Colombia, Turquía, Uganda, y también acudió a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York.
A él se debe la «Humanae Vitae», quizá una de las más recordadas e importantes y que sigue siendo objeto de debate como se ha visto en el último Sínodo de la familia, cuando los obispos han apelado a la encíclica publicada el 25 de julio de 1968 para reiterar algunas de sus posiciones.
La «Humanae Vitae» incluía la postura de la Iglesia Católica hacia el aborto, pero también el control de la natalidad y los métodos anticonceptivos, explicando que sólo no eran pecado aquellos considerados »naturales» y otras medidas que se relacionan con la vida sexual.
El milagro atribuido a la intercesión de Pablo VI, y que le permitirá ser beatificado, es la curación de un feto en los primeros años 90 del pasado siglo en California, después de que se diagnosticase que tenía graves problemas cerebrales, pero la madre se negó a abortar y el niño nació sin problemas.
Al papa Montini se le deben otros gestos como el de besar la tierra que visitaba o la renuncia y la venta de la tiara pontificia, la corona cubierta de piedras preciosas, en el intento dar ejemplo de mayor austeridad en el Vaticano.
Otros aspectos olvidados del largo pontificado de Pablo VI, quizá por su carácter tímido y reservado, fue la introducción por primera vez de una mujer laica en un dicasterio de la Curia, el gobierno de la Iglesia católica.
Y también se debe a su pontificado el límite de edad de 80 años para que los cardenales participen en el Cónclave para elegir a un papa.