“Yo no tenía el poder de intervenir”, dijo el ex arzobispo Godfried Danneels. “Él lo sabía todo”, sostiene el sacerdote que informó a Danneels en un primer momento acerca de los abusos. “Lo que siento es vergüenza, ira, el deseo de hacer algo”. Con voz quebrada, el cardenal Danneels defendió su postura ante la comisión parlamentaria especial que investiga los abusos sexuales en el seno de la Iglesia Católica belga.
En enero de 2010, Danneels había dejado su puesto de Cardenal arzobispo cuando todavía era ensalzado como un “hombre respetado e íntegro”. Después de treinta años a la cabeza de la Iglesia, esperaba llevar una apacible vida de emérito. Pero no pudo ser. Tres meses después de su salida estalló el escándalo de abusos sexuales que llevó la vergüenza y el descrédito sin precedentes del clero belga.
Las imágenes de televisión del allanamiento de la vivienda privada de Danneels dieron la vuelta al mundo. No se trata de que el propio Cardenal fuera uno de los sospechosos, pero, como arzobispo, se presume que por lo menos debía haber estado al tanto de la situación. Los impactantes detalles de violaciones de niños por parte de curas durante años, recibieron una cobertura enorme en los medios. Y ahora llega el interrogatorio público de obispos y cardenales. “Los curas tenían poder”, dijo Danneels en sus primeras palabras, “y quien tiene poder, puede también abusar de él. Los perpetradores eran intocables.”
En la pequeña sala, los periodistas no salían de su asombro. “¿Entonará Danneels hoy mismo un ‘mea culpa’ en nombre de la Iglesia?” Pero, cuando los parlamentarios comenzaron el interrogatorio, Danneels se reveló como un frío abogado y recalcó el limitado campo de acción del que gozaba dentro de la Iglesia.
“Como arzobispo, los medios siempre me describen como la cabeza de la Iglesia belga. Esto es incorrecto. Yo no tenía ni tengo, desde mi propia diócesis Mechelen-Bruselas, ningún poder jurídico sobre otros obispados,” asegura el prelado.
“Yo entiendo la estructura en la que usted tenía que operar”, sostiene otro miembro de la comisión. “Pero, como ser humano, ¿no sentía usted la necesidad de denunciar los hechos?” “Yo podría haberme hecho cargo de los casos,” responde, “pero eso habría sido una falta de respeto ante los obispados locales. De modo que yo respeté la estructura, pero eso no hice nada acerca de lo que yo sentía.” El 7 de abril del 2011 la comisión parlamentaria Belga concluyó su investigación.
El cardenal Godfried Danneels también es conocido por creer que no hay terapia más eficaz que la oración para sanar a una sociedad depresiva y desesperada. El cardenal Danneels -arzobispo emérito de Malinas-Bruselas y ex presidente de la Conferencia Episcopal de Bélgica- cree que en todas partes “hay alguien que está deprimido por nuestros tiempos y no pasa un día sin que los periódicos ofrezcan titulares con desalentadoras noticias” que reflejan “guerra y violencia, genocidio, desempleo, crimen y terrorismo, y una gran confusión ética”.
El panorama actual revela una sociedad que “ha perdido la confianza en sí misma”. A la «crisis de interioridad», se suma «la desaparición de ideales y proyectos» que lleva a la humanidad a ser «narcisista y consumista». «Existe un gran vacío interior, soledad y desaliento», y la juventud es quien más sufre todo esto, pero persiste la pregunta «¿cómo puedo ser feliz?», constata el purpurado.
En su camino, la gente busca guías, pero éstas sólo son «terapias a corto plazo» o «falsas guías»: desde medicación -que «está alcanzando proporciones alarmantes en nuestro tiempo»– a alcohol y drogas, o publicaciones que excluyen «todo sendero a la felicidad que pueda requerir reflexión, autocontrol, esfuerzo, conversión o búsqueda de una vida más espiritual y ética», advierte el cardenal Danneels.
Sin embargo, la clave para toda esta situación tiene un nombre, adelanta el purpurado: «es la esperanza».
«La persona es un ser compuesto de deseos que continua y eternamente quiere realizar», pero «siente que es finita y constantemente encuentra los límites de la muerte» -explica el cardenal Danneels-. La gente se siente «atrapada en lo temporal y aún abierta a lo infinito» y «sabe que en los límites de la existencia terrena nunca podrán realizar lo que más desean».
«Por lo tanto, no pueden hacer nada más que esperar: así está hecha la persona humana», recalca el purpurado. Y hay una forma en que el Cristianismo entiende la esperanza: «un portador de esperanza vendrá: el Mesías. Él cumplirá las promesas y realizará esperanza», revela.
Y es que «la alternativa a la utopía es la creencia de que Dios mismo interviene en la historia humana (…). La esperanza no la hacemos nosotros, es otorgada; existe una promesa de que viviremos después de la muerte», explica.
«En síntesis -insiste-: la esperanza cristiana descansa no en la gente, sino en las promesas de Dios y en el poder de Dios», algo en que la Biblia es clara: «Dios cumple todas sus promesas y Él es causa de esperanza». La promesa final es cumplida en el hecho de la Resurrección de Cristo, «donde la esperanza cristiana encuentra su definitivo fundamento».
Y alerta de que existe en nuestro tiempo la tendencia a no esperar: «todo debe ser inmediato». Ante ello, sugiere aprender a hacer del tiempo «nuestro aliado», con la esperanza de que «volveremos a ser otra vez sensibles hacia un artículo de fe que ha desaparecido completamente: la Providencia de Dios».
«La imagen por excelencia de la persona de esperanza es el mártir –constata-. Es alguien que no tiene nada más en que apoyarse. Sólo “Dios permanece como su roca y fortaleza”. Cara a cara con la muerte, toda autosuficiencia desaparece. El mártir ya no puede hacer nada más. Deben abandonarse completamente».
De ahí que el mártir sea «icono de esperanza». De hecho, de lo único que puede vivir es de la esperanza: «esperanza divina que sólo puede encontrar apoyo en Dios».
Nació el 4 de junio de 1933 en Kanegem, diócesis de Brujas, Bélgica, y el mayor de seis hermanos, Danneels se educó en la Universidad Católica de Lovaina, la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, con un doctorado en teología y fue ordenado el 17 de agosto de 1957.
Más tarde fue elegido Obispo de Amberes el 4 de noviembre de 1977 y creado cardenal el 2 de febrero de 1983; recibió la birreta roja y título de S. Anastasia, el 2 de febrero de 1983. Con motivo de su 75 cumpleaños, presentó su renuncia como obispo a Benedicto XVI.