Las elecciones en el Reino Unidos han echado por tierra uno de los tópicos más repetidos, especialmente usado por algunos para desacreditar la política de comunicación de Mariano Rajoy, el de que los éxitos en la gestión económica no venden electoralmente y por lo tanto no valen para captar votos. David Cameron es el que ha tapado las bocas agoreras: basó su campaña electoral en la recuperación de la economía británica gracias a las medidas de austeridad aplicadas por su Gobierno y el viernes desacreditó a todas las encuestas que le pronosticaban un empate o hasta una derrota a manos de los laboristas y se alzó con una mayoría absoluta incontestable. Inmediatamente, el Partido Popular se ha aprendido la lección y se muestra confiado en que se puede derrotar a las encuestas con el efecto electoral del cambio de rumbo de la economía que ha logrado Rajoy.
Los casos electorales de Gran Bretaña y España no son idénticos. El sistema mayoritario británico facilita el vuelco electoral más que el sistema proporcional español. Pero el alto porcentaje de votantes indecisos que muestra la última encuesta del CIS permite sospechar que el panorama que describe puede sufrir significativas variaciones en las dos semanas de campaña. Los indecisos, esos encuestados que dicen no saber aún a qué partido votarán, representan el 19,8% en la encuesta para las elecciones generales, un conjunto que puede llegar al 22,6% si se les suma quienes no responden a la pregunta. La decisión de los indecisos de acudir a votar puede arruinar los pronósticos, como ha sucedido en Gran Bretaña. En las elecciones autonómicas, es mayor el grupo de los indecisos y los que no contestan, va del 25% en Asturias al 37,8% en Aragón, con lo que es posible que en estos comicios acentúen la probabilidad de contradecir a las encuestas.
Todos los sondeos vienen ofreciendo la novedad de que se produce una fuerte migración de votos como no ha ocurrido antes. El extraordinario crecimiento de Ciudadanos y el auge súbito más la posterior pronunciada caída de Podemos en muy poco tiempo invitan a deducir que existen aún muchos votos no suficientemente definidos. Algunos de estos votos en revisión, que piensan abandonar al partido en el que anteriormente confiaron, especialmente Partido Popular y Partido Socialista, y se hallan en busca de una oferta política más satisfactoria, lograrán encontrarla, pero otros regresarán a sus opciones electorales de origen. Hasta ahora observamos que los dos partidos emergentes engordan con votos desprendidos de los dos partidos mayoritarios tradicionales, pero hay que esperar a una clarificación de programas electorales en la campaña para comprobar la dimensión del éxodo electoral.
Aquí hemos llamado la atención otras veces acerca de la volatilidad del equilibrio de partidos en España y hemos insistido en la opinión de que conviene no dar por hecha la revolución que algunos han anunciado consistente en la sustitución de los viejos partidos mayoritarios por fulgurantes apariciones repentinas. Hay quien ha vendido ya la piel del oso antes de cazarlo, pero es preciso esperar a ver dónde acaba el voto emigrante (cuántos se van definitivamente y cuántos regresan a su lugar de origen), qué deciden los indecisos (si votan, si no votan y a quiénes) y hasta dónde llega el efecto de la lucha contra la crisis económica (para comprobar si nos parecemos a los británicos o, muy en el papel de altivos indignados, desdeñamos las reformas económicas que, por el momento, tienen más eco fuera de nuestras fronteras que aquí).
Hay, pues, muchas incógnitas por despejar en las dos semanas que faltan para acudir a las urnas. Lo que parece seguro es que será más difícil que antes conformar mayorías sólidas y que los pactos entre partidos habrán de estar a la orden del día. Pero no adelantemos acontecimientos, como ya están haciendo algunos, ni demos por muerto el bipartidismo antes de tiempo.