José Manuel Soria se cayó del Gobierno de Rajoy por no haber seguido el consejo de Mark Twain: “Si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada”. Sus problemas de memoria durante el huracán de los ‘papeles de Panamá’ acabó con la paciencia del presidente cuando el ministro empezó a no poder explicar con pruebas irrefutables su participación en algunas empresas familiares y, finalmente, en una sociedad con su hermano en el paraíso fiscal de la isla de Jersey.
La máxima de Twain se vuelve ahora contra Mariano Rajoy. Por no haber dicho la verdad, tendrá que sufrir el escarnio de la memoria perenne que ofrece la maldita hemeroteca. «Hablamos de un funcionario que ha actuado como actúan los funcionarios, no como un político, como puede actuar cualquier persona que se dedica a la política y luego vuelve a su trabajo”, dijo unas horas antes de la renuncia del exministro.
Si Soria actuó como actúan los funcionarios (Mariano Rajoy), si una comisión técnica le había designado tras una evaluación y por escalafón (Soraya Sáenz de Santamaría), si era ilegal negarle un puesto para el que reunía todos los requisitos (Luis de Guindos), si no podía negársele continuar con su carrera profesional como funcionario (María Dolores de Cospedal), si todo era tan transparente, neutral y administrativo ¿Por qué ahora se le pide la renuncia?
Por dos razones. La primera: nada de lo que se dijo en su defensa era verdad. Lo ha demostrado “El confidencial” publicando la convocatoria oficial para el puesto. No era un concurso para funcionarios ni fue publicitado. Su designación fue discrecional.
La segunda: el rechazo que la decisión ha provocado dentro del partido. Feijóo, Cifuentes, Moreno, Monago, Valdeón, Aguirre… Ni los más viejos del lugar recuerdan una ola de disidencia con la línea oficial mayor que la generada por el caso Soria. Precisamente en un momento de riesgo para Rajoy, donde la tesis de su renuncia como condición para facilitar el desbloqueo político comienza a instalarse en el debate público.
Porque aunque haya quedado demostrada la connivencia en la designación, su improcedencia se situaba en otro terreno, para cuya detección Rajoy viene demostrando ciertas carencias: el de las arenas movedizas de una opinión pública harta. Ni Soria necesitaba ese puesto para vivir y mantenerse fuera de la política (es alto funcionario como técnico comercial y economista del Estado), ni el Banco Mundial con sus propósitos filantrópicos parece el lugar más apropiado para un exministro defenestrado por poseer cuentas en paraísos fiscales.
Soria no está imputado, ni investigado ni condenado en ninguna instancia. Pero su designación era «difícil de entender para mucha gente», reconoció Feijóo en una estocada limpia, demostrando así más sentido común que quien lleva a gala haberlo convertido en un programa de gobierno.