Sintonía con la evolución de la izquierda
En Portugal, los socialistas perdieron las elecciones, pero gobiernan gracias a un pacto con los comunistas (con los que no habían pactado nunca) y con la marca lusa de Podemos. En Italia, el partido socialista desapareció hace años entre escándalos de corrupción y ahora los intereses de la socialdemocracia estándar los representa el Partido Democrático de Renzi, al borde de una escisión ante el empuje de un ala más izquierdista. En Grecia, los socialistas fueron borrados del mapa ante el ascenso de Syriza. En Gran Bretaña, el laborismo se zambulló en su pasado más ‘rojo’ para buscar a su líder, Jeremy Corbyn. En Alemania, la socialdemocracia toma oxígeno con Martin Schulz, situado más a la izquierda que sus colegas en la coalición con Merkel. Y en Francia, Benoît Hamon se ha impuesto en las primarias socialistas con su programa de izquierdismo idealista y rebelde.
Inmersa desde hace años en un debate sobre las razones de su crisis, intentando explicarse por qué ha sido apartada de los gobiernos, la izquierda europea vira a babor. El análisis que se ha impuesto: la izquierda democrática debe abandonar sus veleidades neoliberales y reformistas para regresar a sus esencias. “Somos socialistas” proclama Pedro Sánchez, apropiándose de la pureza ideológica, frente al resto de los socialistas que no le secundan.
No hubo golpe de gracia
Un golpe institucional, torpe y desesperado, protagonizado por unos ‘barones’ que habían eludido su responsabilidad durante meses convirtió a Sánchez en la víctima que ahora le permite emerger como abanderado de la nueva izquierda: descarada, sin complejos, utópica. Al establishment socialista el asunto se le ha ido, otra vez, de las manos. Ni Sánchez se esfumó tras la decapitación, ni pasó al olvido dilatándose intencionadamente el proceso precongresual para propiciar el advenimiento de Susana Díaz por aclamación.
Sánchez es ahora un símbolo
Y poco importa ahora si Sánchez defendió en su día reforma exprés con el PP del artículo 135 de la Constitución para consagrar la estabilidad presupuestaria que ahora critica (no hay una sola propuesta en los 40 folios del documento “Por una nueva socialdemocracia” que no implique más gasto), ya da igual si proclamó su rechazo al pacto con el populismo o defendió el “mestizaje ideológico” con la “marca blanca” de la derecha para intentar llegar a la Moncloa. Sánchez no acusa el lastre de una biografía contradictoria, en permanente rectificación, porque ha sabido transformarse en un símbolo. El ‘no es no’ no fue ahogado por la abstención patriótica. Al contrario. Sánchez es el icono de esa nueva izquierda que ha identificado el único adversario (el PP y solo el PP) y el camino para enfrentarle (los enemigos de mi enemigo son mis amigos).
El poder de la militancia
El partido más antiguo de España, el que más años ha gobernado en democracia, ha puesto su futuro en manos de la militancia en una época donde el electorado está demostrando en todos los rincones del mundo que se comporta de forma independiente respecto de los criterios intermedios que antes de la era digital contribuían a moldear la opinión pública.
Sí, el poder orgánico de un partido aún tiene su fuerza. Hay cargos (y, por tanto, sueldos a fin de mes) en juego. Pero el voto es secreto y el futuro del PSOE lo van a decidir 150.000 militantes de base inflamados con el discurso fácil y directo del ‘no es no’. De poco sirve en ese momento que millones de españoles, entre ellos millones de antiguos votantes del PSOE, dictaran en las urnas su veredicto sobre Sánchez por dos veces en seis meses.
La fórmula para volver al poder
La apuesta de Sánchez combina pragmatismo y urgencia. Con el PP 50 escaños por delante, no aspira a devolver al PSOE su vocación mayoritaria (cuando desaparezca Hollande, solo en Malta quedará un gobierno de mayoría socialista en Europa), se conforma con devolverlo al poder. Y esto solo es posible de la mano de otros, guste o no. La fórmula que quiso intentar como último recurso de supervivencia antes de que los ‘barones’ del PSOE le convirtieran sin pretenderlo en el rebelde con causa que ahora les atormenta.