El sí de Rajoy al Rey, convertido después en un “ya veremos” ante los periodistas, es la penúltima escena del vodevil en que se ha convertido la política española desde que el bipartidismo saltó por los aires y la gobernabilidad dejó de ser la aplicación automática de un resultado electoral. El pasado enero Rajoy sorprendió a todos declinando la propuesta del Jefe del Estado para someterse a la investidura. Ayer, el Rajoy más gallego desconcertó incluso a una mujer tan serena, y también gallega, como Ana Pastor, recién estrenada en el cargo de presidenta del Congreso y tercera autoridad del Estado, que no salía del balbuceo intentando aclarar a los periodistas si Rajoy se va o no a presentar a la investidura.
El artículo 99.2 de la Constitución no deja lugar a dudas: el que recibe el encargo del Rey “expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara”. “No conviene adelantar acontecimientos”, había dicho minutos antes el presidente en funciones sembrando la incertidumbre mientras los Junqueras y Romeva de turno se frotaban las manos escuchando al presidente de todos los españoles amagando con incumplir la Constitución apenas 24 horas después de su desafío secesionista en el Parlament.
Claro que, a mediodía habíamos visto a Pedro Sánchez animar a Rajoy a buscar apoyos entre los propios independentistas catalanes para “quitar el cordón sanitario” (sic) que existe sobre ellos. Cuentan que se escucharon aplausos en el despacho de Puigdemont.
Así que mientras España permanece envuelta en una trama de enredo permanente, frases ingeniosas y asuntos banales, otros celebran la representación. Los días pasan, la pelota sigue rodando y la ciudadanía asiste atónita al despliegue de partidismo que espanta el mínimo acuerdo. Rajoy apela a la responsabilidad colectiva desde la soledad del apestado, Sánchez habla de poner en marcha el motor de la democracia como si ésta se hubiera interrumpido en algún momento, Rivera propone altura de miras sin el compromiso que siempre ha caracterizado a los partidos de centro e Iglesias disfruta hurgando en la herida por la que sangra el PSOE… Protagonizan la misma comedia que acabó en repetición electoral.
Que no se preocupe Ana Pastor de dilatar los plazos. Si no han llegado a un acuerdo en siete meses no es por falta de tiempo, sino por (y en esto Rajoy tiene razón) falta de voluntad. “Cada uno en su madriguera” los ha descrito Homs, mientras los suyos amenazan la de todos aprovechando que los constitucionalistas (algunos aún les llaman así) han decidido instalarse en una campaña electoral permanente.