Hay un partido político que sigue a rajatabla la consigna del aprovechamiento del éxito que el prusiano Clausewitz dictó para consolidar la victoria en la guerra. Se trata del socialista, que no se para en barras a la hora de reducir a su adversario. Su víctima ahora es Miguel Arias Cañete, tras el debate televisado con Elena Valenciano y una frase que ha sido reputada como indiscutiblemente machista. Desde ese momento, el candidato popular ha ocupado la diana de los ataques de los mítines socialistas, en los que se ha llegado a pedir su retirada para que quede claro que es un réprobo, y un réprobo no tiene sitio en la política, claro que no.
El debate electoral lo ganó en la forma Valenciano, que se presentó más suelta y más habituada a las cámaras televisivas. Arias estuvo premioso, como si lo hubieran sacado del despacho a la fuerza y nunca se hubiera sentado bajo los focos de un estudio. Pero el debate electoral lo ganó en el fondo Arias, que demostró conocimiento de los asuntos de la política europea. Valenciano se fue por las ramas de la argucia y se recreó en argumentos ajenos e inciertos aunque ventajosos para la comunicación. Esa habilidad para colocar mensajes de oportunidad aparente y de eficacia emotiva es lo que ha hecho creer a más de uno que se alzó con el triunfo.
Y luego llegó la ratificación del éxito por el diagnóstico interesado del debate. El veredicto sobre un debate se perfila en los comentarios sucesivos. El espectador saca una impresión pero es el ruido posterior el que establece la calificación. En eso algunos son maestros y otros actúan como pardillos, o habría que decir que en realidad no actúan. El partido socialista vio una oportunidad en la soltura televisiva de Valenciano y pregonó su victoria. Los matices no cuentan en tales estrategias promocionales, que se despliegan con trazos gruesos, sino la insistencia. La victoria es inmediata y total o no lo es. Sin la sombra de una duda.
Y para ello está la descalificación del adversario. Estamos asistiendo a ella. Arias Cañete ha pasado de ser el ministro mejor valorado del Gobierno Rajoy a ser Cañete el machista, a quien en cuestión de horas se le ha despojado de su derecho a ser siquiera candidato. “Si tanto poder tienes, convence a Rajoy para que lo retire”, le grita desde un mitin Pérez Rubalcaba a Sáenz de Santamaría, número dos del Gobierno. No cuenta su conocimiento de la política europea ni su gestión eficiente en Bruselas cuando le ha tocado, sino un comentario impreciso y fugaz que se le revuelve como un delito después de ser pasado por la cocina de la maquinación.
Se ha recordado el debate entre Pedro Solbes y Manuel Pizarro como un precedente. En la campaña de 2008, el primero, vicepresidente del Gobierno socialista, falseó sobre la crisis, como al cabo de los años acabó reconociendo –cuando ya no había posibilidad de pasarle factura-, mientras que el segundo, empresario de éxito y candidato popular, aportaba los datos que describían la gravedad de la situación. Pues bien, entonces la opinión pública fue convencida de que Solbes tenía razón, se proclamó su victoria y, al otro lado de la escena, Pizarro empezó a probar la hiel de ese tipo de política que acabó aconsejándole la retirada.
Los debates electorales televisados crean una realidad aparente, engañosa, virtual. La realidad de verdad va por otro lado y queda oculta. Tras el debate de 2008, la crisis nos habría hecho menos daño si no se hubiera negado y se hubiera trabajado desde entonces contra ella. Pero se proclamó vencedor a Solbes ,y Pizarro fue tenido por alarmista. En el debate de estos días, Arias Cañete hablaba de Europa, demostraba que sabía y que la política económica es una de sus vocaciones. Pero se ha trabajado para convencer a la opinión pública de que ganó Valenciano a pesar de su apego a los slogans y su corto interés por Europa.
Y luego se está aprovechando ese éxito creado para quebrar al otro candidato esgrimiendo una frase que aparentemente desmerece a las mujeres. La descalificación del adversario es una costumbre en la política española practicada por un sector contra otro. Unos ejemplos que están en la historia y en los periódicos: Adolfo Suárez recibió los primeros ataques a la persona que se fabricaron después del consenso de la Transición. Leopoldo Calvo Sotelo, el presidente más culto que ha tenido España, fue tildado de necio por quienes no habían logrado pasar por una Facultad universitaria. José María Aznar aún levanta rencores traducidos en descréditos.
Una cosa es la crítica política y otra el desprestigio. Estos días nos quejamos, y con razón, de las barbaridades que algunos escriben en las redes sociales (tras el asesinato de León o por cualquier otro suceso). Pero deberíamos preguntarnos al mismo tiempo si ese odio no tiene un germen en el cainismo que en la confrontación política practican algunos, para quienes el adversario es un objetivo a destruir. Me parece que la respuesta solo puede ser afirmativa. Los comportamientos públicos tienen un enorme poder de influencia y hay quienes no son conscientes de que las descalificaciones de los otros son lecciones que algunos aprenden y después practican.