Cuando Mariano Rajoy suba el martes a defender su candidatura ante los diputados que encarnan la voluntad de los españoles, aún resonarán en el hemiciclo estas palabras: «El señor candidato, en lugar de intentar articular, en serio, una mayoría suficiente -que es lo que se supone debe de hacer un candidato- ha preferido no hacerlo por razones que nada tienen que ver con los intereses de los españoles (…) a presentar una candidatura para formar Gobierno cuando, en realidad, no ha movido un dedo para formarlo. A lo mejor pretende usted que alguien se lo regale».
Así, en su literalidad y desde el mismo estrado, fueron pronunciadas por Rajoy para contestar al discurso que Pedro Sánchez había pronunciado un día antes en defensa de su investidura en marzo. Pero Rajoy dijo más. No dejen de leer: «La farsa no sería genuina si faltaran en ella buenos y malos. Lo que pretende hacernos creer el señor candidato es que, si hoy España no tiene Gobierno, si él no es elegido presidente, será por culpa de todos los demás, que son los malos».
Se encontraba cómodo Rajoy vapuleando a su adversario: «Viene aquí sin Gobierno y sin apoyos, esperando que los demás le arreglen lo que usted no ha querido arreglar, porque su señoría estaba pensando en algo que le importa mucho más: su propia supervivencia (…) No quiero ser crítico, pero tengo que expresar mi sorpresa porque se nos solicite un voto para un ente de ficción».
Maldita hemeroteca.
El miércoles subirá a darle la réplica el líder de los socialistas. En un ejercicio de coherencia, Pedro Sánchez mantendrá lo que afirmó ante la Cámara en la sesión de investidura a la que se presentó como candidato. Al fin y al cabo, apenas han pasado cinco meses y lo expresó con toda convicción… ¿O no?: «Nos encontramos aquí reunidos –dijo- 350 hombres y mujeres a los que los españoles nos han encargado que busquemos una solución política. Nos han pedido que hagamos nuestro trabajo».
Sánchez estaba cargado de razón: «Lo último que desean oír son reproches cruzados, descalificaciones o defensas cerradas de nuestras siglas, nuestras ideas o nuestros programas», proclamó con esa solemnidad que impostan todos los estadistas degradados a políticos en las grandes ocasiones.
Y no fue ambiguo en el objetivo: «Es tiempo para que tengamos muy claro que hoy no estamos en campaña electoral. Es más, los españoles nos han delegado la responsabilidad de reunirnos aquí para evitar precisamente una nueva campaña electoral«.
Bastaría que el secretario general del PSOE recuperara este miércoles una sola frase de aquél discurso para que el bloqueo político que atrapa a España desde hace ocho meses se disolviera como el azucarillo en un vaso de agua. Es ésta. Lean despacio: «No caigamos en el error de creer que si ninguno tenemos los votos suficientes para gobernar en solitario, nuestro único compromiso es la oposición».
Pero Rajoy y Sánchez, Sánchez y Rajoy, esta vez con los papeles invertidos, invertirán también sus argumentos. Sus premisas. Sus conclusiones. Y le pelota seguirá rodando. A la par que el hartazgo de una ciudadanía en la acreditada incapacidad de su dirigencia para el acuerdo.
No deja de sorprender que sean los dos partidos tradicionales, los que participaron en el gran acuerdo de la Transición, los que genéticamente deberían llevar incorporados en su ADN político las reglas de la estabilidad, los que con su impericia estén contribuyendo de tal manera al descrédito del sistema que sus antecesores levantaron.
Entre ellos, Adolfo Suárez. “Todo político ha de tener vocación de poder, voluntad de continuidad y de permanencia en el marco de unos principios. Pero un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al precio que siempre implica el cambio de la personas que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación”.
Y se fue. Sin necesidad de leyes que limitaran los mandatos. Suárez había llegado al convencimiento de que su marcha era más beneficiosa para España que su permanencia.
Un legado para esta España con amplia nómina de imprescindibles siempre dispuestos a ganar las próximas elecciones. Con el debate de investidura, otra vez, como primer acto de campaña.