Pedro Sánchez, el renacido. Ocho meses después de su dimisión, ejecutado por un comité federal dominado por quienes hoy han sido derrotados en las urnas, Sánchez resucita con el alma reactivada por una militancia que le devuelve en volandas a la dirección del partido.
El PSOE no ha escapado a la ola de radicalización que la crisis de la socialdemocracia ha desatado sobre los partidos socialistas. Y como Hamon en Francia o Corbyn en Reino Unido, Sánchez vuelve a la jefatura del PSOE para hacerlo más de izquierdas. Indubitadamente de izquierdas. Sin margen, por tanto, para el acuerdo con el otro gran partido nacional, sobre cuyo rechazo articuló un mensaje simple y reiterativo, pero sumamente eficaz, como se ha demostrado: no es no.
El apabullante triunfo de Sánchez (ha ganado en todas las regiones, salvo Andalucía, y ha superado el 50 por ciento de los votos) cierra una época de la historia del partido más antiguo de España. Clausura el ciclo que comenzó en 1974 en el congreso de Suresnes, aquella localidad francesa cerca de París donde el PSOE emprendió el camino de reorientación política e ideológica para acometer la Transición a la muerte del dictador, que ya estaba próxima.
Los líderes históricos del PSOE, encabezados por Rodolfo Llopis, la mayoría en el exilio, batallaron con los jóvenes militantes del interior que lideraban Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Chaves… Respaldados desde el exterior por tótems de la socialdemocracia europea como Billy Brandt, los jóvenes renovadores se impusieron y comenzaron la adaptación del socialismo español para convertirlo en una alternativa de mayorías. Después vendría el abandono del marxismo y, ya en el Gobierno, la integración en la OTAN liderada por EEUU, por ejemplo. El partido fundado por Pablo Iglesias soltaba el lastre de ideologías superadas para abrazar el pragmatismo que le permitía crecer en la confianza de los españoles.
Sánchez, el renacido, vuelve al puesto de mando. Y su regreso implica la derrota de todos aquellos que pretendían mantener viva la llama del PSOE que refundó Felipe González. «Vamos a construir el nuevo PSOE», proclamó Sánchez desde la tarima del triunfo, puño en alto. De nada ha servido que los representantes del Antiguo Testamento, los guardianes de las Tablas de la Ley, se posicionaran de parte de Susana Díaz. Los vientos de rabia y frustración, de rechazo a las élites, que azotan por todas partes del mundo, se han llevado por delante al PSOE tradicional, el que se había echado en brazos de la ‘baronesa’ andaluza como quienes sacan la imagen de la Virgen para las rogativas populares cuando se quiere que llueva o escampe.
Pedro Trump y Susana Clinton
El voto de protesta que dio luz verde al Brexit, el que colocó a Trump en la Casa Blanca y dejó a Hillary Clinton con la misma cara que este domingo a Susana Díaz, el que ha hundido al Partido Socialista francés, es el mismo que ha resucitado a Sánchez. “Voy a ganar por una ventaja superior a la que todo el mundo piensa”, vaticinó Sánchez la semana pasada. Y así ha sido. Sánchez ha roto todo los pronósticos. Como el Brexit. Como Trump.
La militancia socialista ha demostrado que ya no aceptará tutelas orgánicas. Un partido históricamente representativo emprende ahora el camino asambleario. No habrá decisión que no sea consultada a las bases. Y las bases del PSOE han demostrado lo que Javier Fernández, presidente de la gestoría, ya intuía: están podemizadas.
Por eso el primer reto de Sánchez será la gestión de la moción de censura que han presentado Podemos contra Rajoy. La semana pasada, Sánchez puso dos condiciones para una moción de censura: liderarla el PSOE y que lo fuera para prosperar. La moción de Podemos solo puede salir adelante si Iglesias cuenta con los votos del PSOE y de los independentistas catalanes y vascos. Es la misma aritmética que empujó al PSOE a la abstención para evitar las terceras elecciones.
Sánchez tiene en su cabeza la fórmula portuguesa para derribar al PP. Pero en estos momentos esa mayoría de izquierdas solo es posible con la suma de los independentistas catalanes (de izquierdas y de derechas) y vascos. Así que deberá maniobrar con cuidado ante la iniciativa de Pablo Iglesias (que no tiene como objetivo derrotar a Rajoy, sino hacerle la pinza al PSOE) para no romper la unidad de grupo socialista en el Congreso. Porque igual que hubo diputados que se rebelaron contra la abstención, los habrá que se nieguen a apoyar a Podemos, incluso aunque la moción no prospere si, como hasta hoy, los independentistas se niegan a apoyarla si no hay un compromiso con la celebración del referéndum secesionista.
La victoria de Sánchez no solo tiene consecuencias para el futuro del PSOE. También para la estabilidad de una legislatura cogida con alfileres. Si Rajoy supera la moción de censura sabrá, en cualquier caso, que no hay posibilidad de acuerdo ninguno con el PSOE del ‘no es no’ en otros asuntos trascendentales. El primero y más urgente: el referéndum independentista en Cataluña, esa región española a la que Sánchez considera “una nación” y donde ha cosechado el 80 por ciento de los votos.
Rajoy ha convocado para este lunes a su dirección. Los ‘populares’ analizarán las alternativas que deja el triunfo de Sánchez. Los presupuestos de 2017 están a falta de un voto. Eso permitiría al Gobierno la gestión de este año y el siguiente. ¿A quién le interesará adelantar las elecciones? ¿A Sánchez o a Rajoy? Solo el presidente tiene la capacidad constitucional para hacerlo. Así que tiene la ventaja de poder elegir el momento.