Un dilema coyuntural, ¿abstención o no ante Rajoy?, planteado en una situación de excepcionalidad que debería haberlo hecho más digerible (España lleva nueve meses sin gobierno y está a un mes de convocar las terceras elecciones generales), ha quebrado al partido más antiguo de España, una formación vertebral, sin el que no se entienden nuestros últimos cuarenta años.
Era una abstención ante el partido más votado en dos elecciones consecutivas. Una abstención ante la formación que aventaja al PSOE en 52 escaños, la mayor distancia entre el primero y el segundo que ha existido nunca en España en las legislaturas sin mayoría absoluta.
Lo que no consiguió un debate de fondo como el que planteó Felipe González en los orígenes de la democracia, ¿marxismo sí o no?, que ese sí penetraba en las entrañas ideológicas de la formación creada por Pablo Iglesias en el siglo XIX, lo ha logrado un acertijo que en cualquier otro rincón de Europa se hubiera resuelto sin mayores problemas.
En Alemania, por ejemplo, la socialdemocracia rehusó un pacto con la ultra izquierda de Die Linke para arrebatar la cancillería a Merkel y optó por gobernar con ella para condicionar sus políticas. Pero en el imaginario de los socialistas españoles pesa más lo que le pasó al Pasok tras pactar con la derecha, que convirtió a los socialistas griegos en irrelevantes.
No estaban los socialistas españoles obligados a desplegar tanto compromiso. Hay una gran distancia entre una coalición de gobierno y una abstención técnica para no bloquear un Gobierno que nunca ha estado al alcance del PSOE. Les hubiera bastado con haber fijado un criterio como el que estableció Zapatero en la campaña electoral de su segunda legislatura, cuando existían dudas de que el PSOE fuera a ser el partido más votado. El expresidente zanjó la cuestión con un compromiso: no intentaría gobernar si no obtenía un voto más que Rajoy.
Nueve meses ha tenido el PSOE para resolver un dilema que quedó planteado el 20-D y volvió a reeditarse el 26-J. Porque no había forma de esquivarlo y el momento de resolverlo terminaría llegando si el objetivo principal es no enviar a los españoles de nuevo a las urnas en Navidad.
La falta de coraje, el exceso de tacticismo y la ausencia de pedagogía en el sector ‘crítico’ ha dilatado una decisión inevitable hasta más allá de lo razonable. Su debilidad ha sido la rendija por la que, a codazos de temeridad y demagogia, se ha colado Pedro Sánchez para intentar fortalecer el liderazgo que quienes le auparon a la secretaría general no le reconocían.
La soga con la que se están ahorcando los socialistas se la ha proporcionado Podemos. Los de Iglesias lograron imponer el marco del debate ante la opinión pública: la abstención del PSOE implica complicidad con Rajoy. Salvo Fernández Vara, ningún crítico hizo el más mínimo esfuerzo por rebatir esta falacia.
Este sábado, después de las 11 horas más vergonzosas de las historia del PSOE, Sánchez ha sido depuesto, pero el daño infligido al partido por unos y otros en una semana fratricida tardará años en restañarse.
Como ha escrito Javier Solana, cuando tomen conciencia del destrozo, los 85 escaños de hoy les parecerán un tesoro.