Pedro Sánchez nunca supo leer los resultados electorales. Los españoles habían votado mayoritariamente a Rajoy, pero habían convertido al PSOE en el partido imprescindible para el desbloqueo político. Los socialistas tenían el inmenso poder de dar y quitar. Nada podía hacerse sin su consentimiento. El PSOE podía utilizar esa fuerza, si no para gobernar, sí para condicionar e influir en el futuro gobierno. Lo explicó perfectamente Josep Borrell en un artículo que se anticipó a la guerra civil que desangró al PSOE por la abstención ante Rajoy.
Derrotado el ‘sanchismo’, con su líder vagando en su Peugeot por las carreteras de España, el PSOE de Susana Díaz está donde Borrell propuso en agosto: “Poniendo el precio de un conjunto de medidas de tipo económico, social e institucional que el Gobierno minoritario se comprometa a impulsar”.
El abandono del ‘no es no’ a Rajoy se ha convertido ipso facto en una sintonía de intereses recíprocos entre el PSOE y el PP que, sin necesidad de puesta en escena, ha revitalizado el maltrecho bipartidismo y ha marginado la influencia de Podemos y Ciudadanos en la adopción de decisiones de calado para el interés general. ¿Quién podía apostar hace diez días que el Rajoy de los recortes consentiría el mayor incremento del salario mínimo en 30 años?
Es la “oposición útil” que le permite a Susana Díaz hacer frente a un Podemos irritado por el acuerdo. Los de Pablo Iglesias habían abanderado la subida del salario mínimo en el Congreso una semana antes, pero el PSOE se la arrancó a Rajoy siete días después: «No tiene esas imágenes llamativas que busca el señor Iglesias, pero tiene una rentabilidad social enorme, que es que la gente vive mejor, recupera derecho y acabamos con la política dañina de estos cuatro años del PP», afirma la lideresa andaluza.
Del otro lado, son los gestos que permiten al PP, si no marginar a Ciudadanos, sí al menos moderar su nivel de influencia sobre los ‘populares’, de la que a Albert Rivera le gusta presumir. Sus 32 diputados pueden ser la guinda de cualquier acuerdo, pero nunca tendrán el carácter necesario de los 85 del PSOE, como Rajoy viene advirtiendo desde el 20-D.
Se necesitan
Quid pro quo. Socialistas y populares se necesitan. Son las dos únicas fuerzas que por sí solas pueden tomar decisiones por mayoría absoluta. Y su entendimiento orilla a los competidores políticos de ambos. No llegarán a formalizar la gran coalición, pero los acuerdos de esta semana demuestran que los dos grandes partidos nacionales pueden funcionar como tal sin necesidad de rúbricas previas cuando sus intereses confluyan.
Al PSOE le interesa ganar tiempo en su recuperación interna (no tiene previsto celebrar su congreso hasta entrada la primavera) y demostrar ante la opinión pública que sigue siendo un partido influyente, con el que hay que contar, que pude condicionar la acción de gobierno y presentarse como alternativa con un programa renovado.
Al PP le interesa dar estabilidad a su Gobierno, romper el aislamiento político, rehabilitar su perfil amable, multiplicar sus opciones de pactos más allá de Ciudadanos y reforzar el bipartidismo.
Este amago de gran coalición soterrada tiene riesgos. Para el PSOE, que pueda ser vinculado a las políticas del Gobierno y se le aprecie más como complemento que como alternativa. Es lo que tratará de hacer Podemos. Para el PP, que las cesiones sean interpretadas como debilidad por su electorado. A Montoro ya se le preguntó ayer si el Gobierno estaba incumpliendo su programa electoral con el nuevo ajuste fiscal.
El marco de entendimiento
El PSOE podrá condicionar, pero no chantajear. El PP podrá ceder, pero hasta un límite. La ley, como en otros tantos asuntos, facilita el equilibrio. Porque es la ley la que permite al Gobierno rechazar todas las iniciativas que impliquen más gasto del presupuestado y es la ley la que otorga al Gobierno el poder de apretar el botón nuclear y convocar elecciones a partir de mayo si entiende que no puede desempeñar su labor. Este es el marco de entendimiento.