La nota necrológica no la redacto yo. La ha esculpido ya el Partido Popular en su alma colectiva ahora atormentada. Cuando el escándalo de las tarjetas black de Bankia, el partido de su vida le señaló la puerta de salida, pero ahora le ha expulsado de su entraña. Mariano Rajoy ha marcado la distancia con dolor pero con frialdad: “Mi obligación es garantizar la independencia de la Fiscalía y de los Tribunales” porque “todos los españoles son exactamente iguales ante la ley y todos debemos acatar lo que diga la Justicia”. Es un epitafio no solo una declaración. Rodrigo Rato, uno de los principales activos del Partido Popular, ha pasado a ser un político muerto en vida, como los personajes de Amenábar con quienes equiparaba a los diputados de Zapatero en una memorable sesión parlamentaria. Hoy se ve obligado a digerir su soledad y su futuro que, por desgracia para él, aún no están completamente diseñados.
Rodrigo Rato era un político sólido, inteligente, erudito, creativo, ingenioso. En el Parlamento fue agudo y temido. En el despacho demostró habilidad y decisión. Protagonizó junto a José María Aznar una de las gestiones políticas más positivas, las de su primera legislatura, 1996-2000, como vicepresidente y ministro de Economía, y le faltó un tris para ser designado presidente del Partido Popular, papel que recayó finalmente en Rajoy porque Aznar inclinó hacia él la balanza. No se sabe bien por qué Aznar no le señaló, aunque seguramente por nada de lo que ahora está aflorando porque era por completo desconocido. Es más, si alguien entonces hubiera apuntado que Rato podría ser un evasor fiscal habría sido tomado por un desequilibrado peligroso. Las acusaciones contra Rato –evasión, fraude, alzamiento de bienes…- no están aún formuladas en firme y hay que mantener una mínima prudencia. Pero en política los tiempos tienen otro ritmo y se consuman antes las sentencias.
A mucha gente aún le cuesta creer lo que está viendo, que la vida política de Rodrigo Rato ha pasado de la luz del día a la negrura de la noche. No me refiero solo al linchamiento público al que ha sido sometido, que es inaceptable para cualquier persona se dedique o no a la política y que tendría que ser evitado por todas las instancias implicadas: la de la justicia, la policial, la política, la mediática. Lo que mucha gente no puede asimilar es que el anterior responsable de la gestión económica cayera en el fraude de las tarjetas black, realizara una gestión en Bankia que ha levantado tantas dudas, acusaciones y sospechas, abandonara antes sin explicaciones un puesto de prestigio e influencia internacionales como la dirección del FMI… y se vea ahora acorralado por la Agencia Tributaria y se le haya abierto un horizonte penal de insospechadas dimensiones.
Pero esta lamentable historia no implica solo a Rato y familia, que no es derivación no menor. Afecta de manera muy directa al Partido Popular en uno de sus momentos más delicados. La tesis de que la investigación de Rato ha sido acelerada y aireada por el Gobierno es extravagante. Salvo que alguien se hubiera vuelto loco, no es posible concebir que se quiera exhibir a un antiguo hombre decisivo mientras es tratado como un delincuente, insultado en las calles y agraviado por la oposición. Lo que parece lógico es que el Gobierno no ha actuado para impedir la investigación con objeto de mantener el principio de la igualdad de todos ante la ley. Lo que perjudica al Partido Popular es que no haya sido capaz –y en otros casos ha dado pruebas del mismo infortunio- de explicar la responsabilidad que entraña el abstenerse de manipular el caso en el que uno de los suyos –ahora no de derecho pero sí de sentimiento- tenga problemas con la justicia. Por el contrario, el argumento que le acusa de oscuros propósitos interesados ha tenido más eco que algunas razones lógicas del Gobierno.
No ha habido partido que haya encontrado más piedras en el camino que el PP de Mariano Rajoy después de ganar una sólida mayoría absoluta. Perseguido por las acusaciones y las maniobras de un tesorero infiel, hostigado por el itinerario judicial interminable de Gürtel, por no citar más que dos casos, cuando consigue enderezar el rumbo económico de un país a la deriva le estalla la operación Púnica que envía a prisión a uno de sus puntales en Madrid y ahora las andanzas de uno de sus iconos se tornan en tragedias. No es ajeno el PP a muchas de sus desgracias, agravadas por la renuncia de su Gobierno a establecer complicidad con la gente durante tres años, pero el caso Rato no es de su competencia, como bien ha dicho la vicepresidenta Sáenz de Santa María: “Estamos ante un asunto particular, no ante hechos relacionados con el cargo, que ya no lo tiene, en el ámbito público”. No obstante, la afinidad sentimental e icónica de Rato con el PP no se borra en dos días, razón por la cual su necrología no va a quedar en un hecho aislado, desconectado del contexto popular.