Y no hay forma de que nuestros representantes encuentren la fórmula que permita dotar a España de un Gobierno. Tras escuchar a Pedro Sánchez en Ibiza (“No a la investidura y no a los presupuestos”) no es descabellado pensar que alcanzaremos el año completo de parálisis, sin que las terceras elecciones auguren que la situación vaya a cambiar.
En este mismo tiempo, otra España, otros dirigentes, hace 40 años, fueron capaces de celebrar las primeras elecciones democráticas, elegir unas Cortes Constituyentes, debatir, pactar y aprobar una Constitución que reconciliaba a las dos Españas que venían de matarse en una Guerra Civil.
Cuenta Adolfo Suárez que la primera vez que conoció a Santiago Carrillo, el histórico líder del Partido Comunista le dijo: “Le noto en los ojos que usted me va a legalizar”. Suárez le contestó: “Lo que usted está viendo es que no pienso hacerlo”. Así comenzó la primera conversación entre los dos grandes protagonistas, junto al Rey, de la Transición española.
Meses después, tuvieron la conversación decisiva. “Si usted acepta la bandera y la Corona, yo le aseguro que le legalizo”. Carrillo propuso a Suárez hacerlo al revés. Suárez asumió el riesgo y el resto es historia conocida. Voluntad, confianza y lealtad.
La comparación con la actualidad asusta. La Transición fue posible gracias a la transacción. Su antónimo hace imposible hoy siquiera la formación de un Gobierno para ir tirando.
Entonces estaba asumido por todos que ni se podía salir de la dictadura sin los que venían de ella, ni estos mismos podrían fundar una democracia duradera y verdaderamente liberal si no contaban con el beneplácito y la participación de la oposición. Hoy solo hay acuerdo en una cosa menor, que España no debe acudir a unas terceras elecciones, pero ni siquiera para esto los cuatro grandes líderes nacionales ofrecen la garantía definitiva de que así vaya a ser.
Líneas rojas en vez de consenso
Escribió Guizot que ninguna democracia puede sobrevivir sin creer en la abnegación y superioridad moral de sus líderes. Desde hace ocho meses España asiste al despliegue del tacticismo partidista. Con argumentos de ida y vuelta, según el interés partidario o personal de cada momento. Así, Iglesias, hoy solícito a colaborar con Sánchez, en febrero impidió que resultara elegido presidente; Sánchez devuelve ahora el no a Rajoy con los mismos argumentos que el líder del PP esgrimió para oponerse a su investidura; Rajoy reclama a Sánchez que le deje gobernar con 137 diputados cuando el PP no se lo permitió al PSOE con la suma de 130 junto a Ciudadanos… No se esmeran siquiera en parecer originales. Los socialistas repiten a coro que no van a regalar el Gobierno a Rajoy, idéntica expresión a la utilizada por el presidente (“A lo mejor usted pretende que alguien se lo regale hoy”) en la investidura fallida de Pedro Sánchez.
¿Qué ha perdido España por el camino en estas cuatro décadas? ¿Por qué fuimos capaces de asombrar al mundo con la transición pacífica, “de la ley a la ley”, de una dictadura a una democracia y ahora somos incapaces de darnos un Gobierno de mínimos? ¿Qué fue del consenso? Hoy, una cima inalcanzable, si por consenso se entiende lo que uno de los padres de la Constitución, Herrero de Miñón, definió como “pacto de unión de voluntades en el que todos renuncian a algo, pero no a cambio de otra cosa, sino porque entre todos decantan algo que es superior a los intereses particulares, más general, más valioso, y en consecuencia se puede dar dar a ello la adhesión”.
Suárez, llamado a ser el guardián del falangismo, legalizó al Partido Comunista. Y Carrillo renunció a la República y colocó la bandera de España en el Comité Central. Necesitaron menos tiempo que el tiempo que los ¿líderes? actuales se están tomando para una cuestión de trámite, como es formar Gobierno tras unas elecciones. En Dinamarca (o en Grecia, que no es una envidiada sociedad nórdica), los gobiernos de coalición salen pactados la misma noche electoral.
De la definición de Herrero de Miñón se deduce que si hoy el pacto es imposible es porque los protagonistas no entienden que haya algo superior a sus intereses particulares que lo haga posible. En la jerga contemporánea se conoce como “línea roja”. Que en el PP es la cabeza de Rajoy; en el PSOE, la supervivencia de Sánchez; en Podemos, la ruptura y el poder; y en Ciudadanos, la virginidad inmaculada.
La necesidad de acuerdos previos
España celebró el fin del bipartidismo como una buena nueva y ahora bracea en la ingobernabilidad porque está huerfana de unos mínimos acuerdos previos que permitan gestionar los resultados endiablados. Hoy adquiere todo su valor el compromiso que, por ejemplo, asumió Rodríguez Zapatero (y no ha hecho Sánchez), en la campaña previa a su segundo mandato: no intentaría gobernar si no era el más votado.
Aunque hubiera sido suficiente con que los cuatro grandes partidos hubieran estado de acuerdo en la fórmula que Jordi Sevilla plasmó en un polémico tuit, pero de exquisito respeto al funcionamiento de una democracia parlamentaria: «Para evitar terceras elecciones, si no hay mayorías, debería dejarse gobernar al candidato que consiga mayor apoyo parlamentario». No se dejó a Rajoy ni a Sánchez tras el 20-D, ni parece que se vaya a dejar a Rajoy tras el 26-J.
En la pelea por el mismo espacio político, Iglesias ha conseguido instalar en Sánchez la máxima de que dejar gobernar es renunciar al ejercicio de la oposición: “»Si el PSOE se abstiene, se estaría convirtiendo en socio de Rajoy», insiste el de Podemos. ¿Pero cómo te opones a un Gobierno al que no dejas siquiera constituirse?