Que Íñigo Errejón pueda disputar a Pablo Iglesias el liderazgo de Podemos en Vistalegre 2 ya no es una quimera. Dos años después del proclamado asalto a los cielos que nunca llegó, la reedición de Vistalegre está sometiendo a la formación morada a un estrés desconocido. Todos sus dirigentes apelan a la “unidad” entre “compañeros y compañeras”, pero la realidad es que sus dos rostros más populares han entrado en colisión por cuál debe ser el futuro de Podemos, cómo debe organizarse, qué debe defender y cómo puede conseguirlo.
Ya solo tienen siete días por delante para alcanzar un acuerdo (el plazo concluye el 2 de febrero) que evite la confrontación en Vistalegre. Y a tenor de lo visto este miércoles, no se antoja fácil. Durante tres horas han estado reunidos Iglesias y Errejón con el líder de los Anticapitalistas, Miguel Urbán, y la secretaria de Análisis Política y Social, Carolina Bescansa. Y a la salida, escenificación ante los medios de la batalla que se vive dentro. Iglesias acusando a los ‘errejonistas” (“la corriente de Íñigo y Tania”, como la describe machaconamente) de ir hablando mal de otros; Errejón respondiendo de que la unidad no se consigue “a golpe de corneta”. El secretario general denunciando que el proyecto rival propicia un Podemos «como el PSOE, un partido con dinámicas de familias y de barones y secuestrado por las élites»; el secretario Político, lanzando su órdago: “La unidad es un proceso que se tienen que construir al paso también de las primarias (…) No vamos a hurtarle a la gente el debate».
Bescansa lo llamó ping-pong. Pero es un combate político en toda regla. Iglesias no está dispuesto a liderar un partido con un programa que no sea el suyo. Errejón no le vuelve la cara a la posibilidad de que finalmente no sea posible alcanzar un pacto global con Iglesias y el resto de equipos, y acaben compitiendo en Vistalegre II con candidaturas y proyectos diferentes.
Iglesias defiende un Podemos de combate y activismo callejero; Errejón quiere que los españoles les pierdan el miedo. El secretario general rechaza el proyecto de su secretario Político porque les acerca al PSOE; éste rechaza el de aquél porque condena a Podemos a una izquierda residual y folclórica.
Pero las diferencias entre ambos se extienden del proyecto político al modelo de partido también. Iglesias defiende un liderazgo fuerte; Errejón prefiere un secretario general limitado en el tiempo y en sus competencias.
El liderazgo de Iglesias no estaba en cuestión al comenzar este proceso congresual. Pero su condición sine qua non de que sólo será su secretario general si triunfa su proyecto político está tensionando como nunca antes al partido. Fue precisamente la decisión de Iglesias de cambiar las reglas de votación (antes se votaban de forma independiente las candidaturas y los programas políticos) la que soliviantó y, además, galvanizó al sector de Errejón. Pero también la que permitió medir por primera vez la fuerza del secretario Político en las urnas defendiendo una postura contraria a la de su secretario general. Los resultados de la consulta sobre las nuevas reglas supo a victoria al derrotado y frunció el ceño del vencedor: Errejón tenía un respaldo insospechado en las bases del partido.
Entre Iglesias y Errejón se sitúan los Anticapitalistas. Son un sector minoritario, pero que puede resultar decisivo. Gracias a un pacto con ellos sacó Iglesias adelante la candidatura de Ramon Espinar en Madrid. Los de Miguel Urbán y la andaluza Teresa Rodríguez están más próximos a las tesis ‘errrejonistas’ en cuanto a la organización interna del partido, pero están a kilómetros de distancia de su proyecto y estrategia política.
Siete días, solo siete… tic, tac, tic, tac… tienen en Podemos por delante para que Vistalegre no cuelgue un cartel del lujo: el mano a mano entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón.