“¿Cómo es posible que una cosa así esté ocurriendo en Norteamérica? ¿Cómo es posible que personas así estén al frente de nuestro país? Si no lo viera con mis propios ojos, pensaría que estaba sufriendo una alucinación”. Philip Roth jugó en “La conjura contra América” con la realidad de Charles A Lindbergh, héroe de la aviación y rabioso aislacionista, y la ficción de convertirlo en inquilino de la Casa Blanca, amigo de Hitler y perseguidor de los judíos.
Un vistazo por las tertulias de algunos medios españoles nos ha descubierto este martes otro fascista en la Casa Blanca. Digo otro porque a Donald Trump le precedieron Bush hijo y, por supuesto, Ronald Reagan, auténtico diablo al que la izquierda nunca le perdonará haber ganado la Guerra Fría y reducido a escombros el imperio soviético. Es la historia que se repite siempre que los americanos votan algo que no coincide con lo que dicta la mayoría ‘progresista’ a este lado del Atlántico.
Trump es un patán antiliberal que ha tenido la habilidad de agigantarse en el mismo caldo de cultivo en el que ha florecido Podemos en España, por ejemplo: el temor y la incertidumbre en grandes capas de las sociedades occidentales al cambio de era que supone la globalización y las transformaciones laborales de la revolución tecnológica. Pero mientras nuestros analistas de brocha gorda pintan al americano como un peligro para la democracia, a los de Pablo Iglesias les representan como los necesarios regeneradores del sistema.
Y así, nos han mantenido en la ficción de que la victoria de Trump era un imposible. Sus insultos a las mujeres, a los inmigrantes… Todos los días hemos tenido información de sus salidas de tono y de sus despropósitos. No hemos reservado uno solo a intentar conocer, por ejemplo, por qué los colaboradores de Hillary Clinton destruyeron ordenadores en pleno escándalo de los correos, tan interesados como estamos por el procedimiento cuando su propietario es Bárcenas. Pero resulta que Trump ha necesitado menos votos que McCain y Romney para llegar a la Casa Blanca por el desplome de la rival que tenía enfrente.
Jean François Revel se encargó de recordarnos que “la libertad de opinión solo tiene valor si se apoya en la exactitud de la información”. ¿Qué valor tiene un comentario mal informado? Pues resulta que los 59 millones de norteamericanos votantes de Trump son unos analfabetos. Así, tal cual, pueden leerlo hoy en columnas de ‘prestigio’ de la prensa europea.
¿Qué son entonces los más de seis millones que votaron a Obama y ahora no han querido hacerlo por Clinton sabiendo el demonio que había enfrente? ¿Eran inteligentes cuando votaban a Obama y son analfabetos cuando se quedan en casa para no hacerlo por la esposa de Bill? Si la inteligencia está en el bando contrario ¿Por qué los demócratas han perdido una séptima parte de sus votos desde que Obama ganó en 2008? ¿Por qué no encadenan tres mandatos consecutivos desde Roosevelt? ¿Por qué los republicanos tienen hoy un presidente en la Casa Blanca y mayoría en las dos cámaras del Congreso, algo que no sucedía desde 1928?
Algunos podrán sorprenderse, pero la victoria de Trump era posible y altamente probable. Como fue la del Brexit y puede ser la de Le Pen en Francia el próximo año. Las sociedades del bienestar están asustadas y buscan protección. La ausencia de liderazgo político propicia que aquellas estén olvidando que crecieron abriéndose y ahora creen que podrán defenderse cerrándose. Los mismos que en Europa se han movilizado en la calle contra el Tratado de Libre Comercio con EEUU son los que insultan a un Trump por, oh paradoja, defender lo mismo que ellos: huida del libre comercio y más proteccionismo para sus compatriotas.
Si tuviera que apostar, no lo haría por que Trump vaya a convertirse en un gran presidente. Sí por que la democracia diseñada por Jefferson y Madison tiene los resortes suficientes para resistir cualquier intento de retorcerla en contra de la idea fundacional de aquella nación.
Keep calm. Los Estados Unidos sobrevivieron a Carter. También lo harán al magnate del tupé.