Del primer debate electoral televisado en directo con los líderes de los cuatro grandes partidos nacionales podrá decirse desde ahora en España lo mismo que del histórico Kennedy-Nixon de 1960: cambió la política para siempre y ya nada volverá a ser igual. Nunca más el debate televisado en España será una opción sujeta al antojo del político de turno (hoy me conviene, mañana no); nunca más encontrará excusas para hurtar a los españoles la confrontación dialéctica con el adversario político so pena de ser castigado por una opinión pública cada día más exigente con los que quieren ganarse su representación. Alguno de los que anoche subió al estrado de la Academia de Televisión tardó en comprenderlo y supo rectificar seis meses después; a algún otro le hubiera gustado volver al formato bilateral que le primaba como única alternativa. Nada volverá a ser como antes. Los españoles han decidido dinamitar el bipartidismo y apuestan por jugarse el futuro en un formato final four con el que los medios se relamen y el espectáculo televisivo engorda el share de forma inversamente proporcional a como se reducen las expectativas de gobernabilidad.
Todo esto se visualizó anoche ante las pantalla de millones de espectadores. Nunca antes habían estado Rajoy, Iglesias, Sánchez y Rivera fuera del Congreso expuestos en igualdad de condiciones unos frente a otros. Nunca juntos antes frente a las preguntas de un puñado de periodistas que ejercieron como tales, expidiendo certificado de defunción a esa función del moderador como mero regulador de tiempos pactados y órdenes de intervención preestablecidos. El de anoche fue el primer debate electoral que se celebra en España con los ingredientes propios de una democracia avanzada. En este sentido, ya hemos llegado a donde hace tiempo que debíamos estar.
Sin acuerdos en el horizonte
Dejando de lado lo formal, el debate mostró hacia dónde se encamina España. O quizá, mejor, dónde se instaló seis meses atrás sin que se atisben grandes expectativas de escapar. Porque si las encuestas no se equivocan, o los españoles no las enmiendan radicalmente el 26-J, anoche se constató que, con todas las formaciones lejos de una mayoría absoluta propia, solo hay acuerdo en el rechazo. Rechazo de Iglesias, Sánchez y Rivera a Rajoy; rechazo de Rajoy, Rivera y Sánchez a Iglesias. Pero ni el rechazo a Rajoy facilita un acuerdo del resto, ni las diferencias con Iglesias aglutinan a sus adversarios.
Si el 26-J certifica lo que apuntan las encuestas, escaño arriba o abajo, las urnas volverán a dejar una aritmética diabólica que solo puede resolver el Partido Socialista. Así que arrancó Piqueras directo a la yugular de los candidatos. Si estamos aquí, dijo, es porque ustedes fueron incapaces de llegar a pactos. ¿Se comprometen a lograrlos tras el 26-J?, preguntó. Iglesias no dejó dudas: habrá gobierno si el Partido Socialista se atreve de una vez con un gobierno de izquierdas; y será presidente el que tenga más votos de los dos. Sánchez, tercero en las encuestas, se escapó por las ramas, apelando al voto socialista. El líder de Podemos, sin levantar el tono, no soltó la presa en toda la noche: “El PSOE va a tener que elegir. Diga a los electores con quiere llegar a un acuerdo porque esa es la cuestión”. Sánchez intenta zafarse: “Agradezco la mano tendida de Iglesias, pero que antes suelte la mano de Rajoy. Juntos impidieron un gobierno de progreso”. Susurrando, como un actor que ha ensayado su papel, Iglesias casi suplica: “El adversario es Rajoy, Pedro, no yo”. Objetivo cumplido para el líder de la formación morada.
Un combativo Rivera
Mientras Sánchez se limitó a echar en cara a Iglesias el bloqueo que permitió seguir a Rajoy en Moncloa tras el 20-D, Rivera estuvo desde el principio muy combativo con el líder de Podemos. De hecho, ni siquiera Rajoy llegó a emplearse de forma directa con Iglesias, salvo para incluirlo junto a Rivera y Sánchez en el mismo grupo de los que “van a arreglar las cosas por arte de magia”. Rivera, en cambio, denunció las políticas económicas de Podemos y el modelo griego del que tanto se enorgullecieron: “Con usted al frente España no puede crear empleo. No le he visto proponer algo que no sea derogar”. Y lo golpeó sin complejos cuando Iglesias presumió de que sus políticas son las únicas que no están al servicio de los bancos porque su formación solo se financia con el dinero de los simpatizantes. “Usted no pide dinero a los bancos porque se lo da Maduro”, espetó Rivera.
En el bloque del centro-derecha, Rivera fue también transparente: Rajoy no puede pilotar la regeneración que necesita España. No llegó al “márchese, señor Rajoy”, pero esgrimió la encuesta de “El País” según la cual una mayoría de votantes del PP entendería el sacrificio de su líder si ello facilitara un Gobierno popular. “Abramos una nueva etapa política porque si no los ciudadanos no van a confiar en el nuevo gobierno”. Rajoy, irritado, levantó el tono y acusó a Rivera de inquisidor: “Tiene -dijo- un concepto demasiado subido de sí mismo”.
Tres contra Rajoy
El presidente del Gobierno en funciones soportó un tres contra uno a lo largo de la noche. Se empleó a fondo en defender su gestión económica y esgrimió los datos de crecimiento, empleo, reducción del déficit, descenso de la inflación y demás que han seguido después de que su Gobierno evitara el rescate financiero. El mismo que en Grecia ha provocado un recorte del 30 por ciento en las pensiones, recordó. “Negarnos al rescate –dijo- fue nuestra mejor decisión social”. Y denunció la inexperiencia de sus adversarios: “Gobernar es muy difícil y predicar, muy fácil. Pero al Gobierno no se llega para hacer prácticas, se llega aprendido”. Iglesias le respondió que las cifras hay que valorarlas con los ciudadanos dentro y tanto el líder de Podemos como el del PSOE coincidieron en medidas como la derogación de la reforma laboral, y el aumento del salario mínimo y la contribución fiscal de las grandes fortunas al sostenimiento de las pensiones. En materia económica, Rivera nadó entre dos aguas: criticó a los candidatos de izquierda por sus promesas de gasto sin respaldo financiero (“No me voy a subir al carro de las promesas sin memoria económica”) y a Rajoy por su escasa ambición para mejorar situaciones como, por ejemplo, la de los autónomos.
A buen seguro, cuando hoy salgan los resultados de audiencia, conoceremos que el debate habrá roto marcas. Nunca antes todas las grandes cadenas nacionales habían decidido emitir un debate electoral de forma simultánea. Millones de españoles los siguieron por la pequeña pantalla, decenas de miles también por las nuevas plataformas informativas que ofrece internet. ¿Contribuyó el debate a formar su criterio? ¿Habrá ayudado al 30 por ciento de indecisos? ¿Cuán de importante puede ser su resultado? Nate Silver, autor de “La señal y el ruido”, experto en estudios electorales, asegura que lo más determinante de un debate es la interpretación que después hacen los medios sobre quién ha ganado y quién no. A ello se pusieron todas las cadenas de televisión en cuanto los focos se apagaron. El espectáculo debía continuar.